Reflexión: una economía que mata

Antonio Zugasti

Las brutales desigualdades que vemos en el mundo, ¿son producidas por los “excesos del capitalismo” o dentro de él son inevitables? ¿Podemos pensar en un “capitalismo bueno”? ¿Cabe la ética dentro del capitalismo?

El Papa Francisco, en el primer documento de su pontificado, la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, escribe: “Hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Porque  “esa economía mata”.

Esa economía que mata es, naturalmente, la economía capitalista, que se ha impuesto en el mundo entero. Está sobradamente comprobado que mata de hambre, cuando en el mundo hay alimentos más que suficientes para toda la humanidad. Puede discutirse cuántos son los millones de personas que mueren al año por desnutrición, pero, aunque fuera una sola persona, ya sería algo éticamente inaceptable.

Esta economía también supone una lucha por los recursos naturales, las materias primas, y eso lleva a conflictos y guerras que provocan incontables víctimas y enormes sufrimientos para pueblos pobres, pero que poseen los codiciados recursos naturales. Para mejor entender el reciente golpe de estado en Bolivia, debemos tener en cuenta que se calcula que este país posee el 70% de las reservas mundiales de litio, mineral imprescindible para las baterías del futuro negocio de los coches eléctricos.

Cómo hemos llegado a esta situación

En la historia de la humanidad no ha sido siempre así. Aunque el deseo de riquezas ha existido desde tiempo inmemorial, y san Pablo nos dice que el amor del dinero es la raíz de todos los males, antes de que naciera la ciencia económica moderna, los precios de las cosas y el interés del dinero estaban sometidos a normas morales que recriminaban la avaricia, la usura o la codicia. El principio rector de la actividad económica capitalista, obtener el máximo beneficio posible, sin más miramientos, se sitúa en abierta contradicción con esta orientación moral.

Dos argumentos han sido decisivos para que hayamos pasado de la moral tradicional a la situación actual. En primer lugar, la economía, que comenzó incluida entre las ciencias morales y políticas, se mostró pronto influida por el prestigio que en el siglo XVIII adquirieron las ciencias físico-matemáticas. Los primeros economistas pretendieron que su ciencia tuviera el mismo carácter de precisión y objetividad que las ciencias naturales. Para ello fue necesario postular que las leyes que rigen la economía son leyes naturales como las de la física o la astronomía, y por tanto no pueden ser analizadas desde un punto de vista moral.

En segundo lugar, se difundió la idea de que el conjunto de las actividades económicas, el “sistema económico”, posee una lógica interna por la cual tiende a autorregularse de la mejor manera posible. Es decir, que en el terreno económico, las cosas salen mejor si no se trata de orientarlas desde una instancia exterior al mundo económico, como podría ser una exigencia moral. En palabras de Gaspar Melchor de Jovellanos, “la lucha de intereses, que agita a los hombres entre sí, establece naturalmente un equilibrio que  jamás podrían alcanzar las leyes”. Adam Smith formula decididamente este postulado dándole la forma de verdad científica. Aseguró que en el mercado capitalista la “libre” actividad de los individuos, guiados sólo por su ambición y su egoísmo, no conduciría al caos, sino a los resultados más beneficiosos para el conjunto, gracias precisamente a esa supuesta “mano invisible” del mercado, especie de providencia que ordena todo para el mayor beneficio general.

También habría que mencionar aquí la aberrante tesis de Calvino, según la cual el éxito en la vida y la consecución de la riqueza eran señales de las bendiciones de Dios dirigidas a los predestinados a la salvación.

Lo que hay en el fondo

No se trata sólo de una teoría económica; detrás de ella hay una antropología y una filosofía en las que se apoya. Individualismo y materialismo están en la base de la economía capitalista. La filosofía de Hobbes con su pesimismo radical sobre los seres humanos, “El hombre es un lobo para el hombre”,no puede inspirar una humanidad benévola y cooperativa. Hobbes de lo que hablaba era de la guerra de todos contra todos. Según Locke, el hombre tiene derecho a matar para defender su propiedad. O sea que la propiedad de una persona vale más que una vida humana.

También podemos ver una relación entre la mentalidad capitalista y la filosofía de Nietzsche, el cual no se andaba con disimulos: “Lo esencial de una aristocracia buena y sana es que acepta con buena conciencia el sacrificio de un sinnúmero de seres humanos, los cuales, por su bien, deben ser rebajados y reducidos a seres defectuosos, a cadáveres e instrumentos. Esa “aristocracia sana”, liberada de toda compasión decadente ante los débiles, capaz de pensar en profundidad y defenderse de toda debilidad sentimental, sabe que la vida es esencialmente apropiación, herir y avasallar lo extraño, lo débil, opresión y dureza… y por lo menos explotación”.

A propósito de este párrafo, el teólogo  González Faus escribe: “La actitud que propone  Nietzsche es tan cruel que muchos seres humanos no se atreverían a aceptarla. Probablemente la aceptan sin rubor quienes mueven los hilos económicos y militares de nuestro sistema de convivencia”. Hilos que hoy están movidos por el poder económico capitalista.Lo que necesitan esos líderes mundiales es un pretexto que les permita disimular ante la mayoría de la humanidad la crueldad tan tremenda de sus actitudes. La absolutización del mercado, su elevación a divinidad ante la que todos tenemos que postrarnos, les permite esconder su cruel barbarie y su profunda deshumanización.

Tarea nuestra es descubrirla, y presentar una alternativa basada en la cooperación y la solidaridad entre todos los seres humanos.

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