Reflexión: Ética y tecnología: ¿enfrentadas o aliadas?

Leila Sant

Es innegable que la tecnología facilita la vida humana y que ha sido la causa de la mejora de muchos aspectos de la vida económica y social. También es innegable que la tecnología genera problemas cuando no se es capaz de identificar los valores que subyacen a cada dispositivo ni de prever el impacto que tendrá su utilización e incorporación a la vida colectiva, especialmente cuando se hace de manera masiva.

Posturas filosóficas

Existen diferentes posturas filosóficas que nutren las políticas públicas sobre la materia y que rara vez son examinadas fuera de las fronteras del gremio de los filósofos. Quizá las cuatro más comunes sean:

a) equiparar la tecnología con el progreso,

b) considerar la tecnología como algo negativo, y la vuelta a estadios premodernos como el camino más deseable,

c) concebir la tecnología como algo neutro que simplemente hay que aprender a aplicar para el beneficio de la humanidad, y

 d) reconocer que cada instrumento tecnológico es portador de ciertos valores y que su uso conlleva la participación y  la socialización por medio los mismos.

Las dos primeras posturas son difícilmente sostenibles hoy día, ya que pocos dirían, en la línea con la primera corriente, que la bomba atómica o las armas biológicas son esencialmente positivas y conducen al progreso humano; o, en línea con la segunda, que la tecnología es nociva, ya que el aumento de la esperanza de vida, por poner un ejemplo, es en gran parte el resultado de las técnicas vinculadas con la vacunación, los antibióticos y la salubridad.

El desafío de la neutralidad

Cuestionar la idea de que la tecnología es neutra, no obstante, es más desafiante. La intuición y el sentido común parecen indicar que un objeto como el coche, el bolígrafo, el ordenador o las aplicaciones informáticas no pueden tener valores, ya que los valores son propiedad exclusiva del reino humano. Sin embargo, cuando se reconoce que detrás de la creación de cada avance tecnológico hay una intención, un objetivo, un valor que determina su forma y que se transmite con su uso, la situación cambia. Poner de relieve esos valores, hacer explícitos los supuestos y las intenciones que subyacen a dichos instrumentos, es una capacidad básica para poder decidir si utilizar o no y, si se decide utilizar, para decidir cómo hacerlo, cierto dispositivo tecnológico.

El conocimiento genera poder

Otra reflexión interesante es que detrás de la creación de la tecnología hay personas, generalmente ingenieros, científicos grandes mentes que utilizan sus capacidades para generar nuevas tecnologías o seguir desarrollando las existentes. Este poder que genera el conocimiento algunas veces hace que esas grandes mentes se sientan poderosas, arrogantes, y se olviden de las implicaciones sociales o de los posibles impactos que tendrá el uso de sus avances tecnológicos.

Estos desafíos hacen que surjan nuevas ramas de estudio, como la ética de la tecnología, un área interdisciplinar, sobre todos los aspectos morales y éticos de la tecnología en la sociedad. Se basa en las teorías y métodos de varios dominios de conocimiento para proporcionar información sobre las dimensiones morales de los sistemas y prácticas tecnológicos cuyo fin es hacer avanzar una sociedad moderna.

Gemma Galdon Clavell —analista de políticas públicas especializada en la vigilancia, el impacto social, legal y ético de la tecnología— menciona que «la forma en que hacemos tecnología hoy en día es profundamente irresponsable, y se requiere urgentemente un cierto control o como mínimo un cierto grado de responsabilidad, pues no podemos lanzar tecnologías a la sociedad sin tener ningún tipo de conciencia del impacto social que tendrán».

Galdon menciona que «afortunadamente esto está comenzado a cambiar; cada vez hay más grupos de trabajo en investigación, universidades y espacios multidisciplinares que reúnen a filósofos, abogados, físicos, matemáticos, ingenieros informáticos, para intentar entender cuáles son esos impactos sociales, legales y éticos de las tecnologías que ayudan a dilucidar cuál es la deseabilidad de los productos que se quieren fabricar para el futuro, generar debate, analizar y testear el impacto que van a tener sobre la sociedad antes de ser lanzados; justamente la ética de la tecnología trata de poner a las personas en el centro del desarrollo tecnológico y poner la tecnología al servicio de las personas.».

En la siguiente cita de ‘Abdu’l-Bahá, una de las figuras centrales de la Fe bahá’í, se presenta una visión distinta de ciencia y de su papel en el avance de la civilización que pueden servir de contexto para profundizar en un debate tan necesario para el progreso humano, un progreso que puede requerir el diálogo entre la ciencia y el acervo ético de las grandes tradiciones de la humanidad

«El científico es un indicador y verdadero representante de la humanidad, porque mediante procesos de razonamiento inductivo e investigativo está informado de todo lo concerniente a la humanidad, su nivel, condiciones y acontecimientos. Estudia el cuerpo político humano, entiende los problemas sociales, y teje la trama y textura de la civilización. De hecho, la ciencia puede compararse con un espejo en el que se reflejan y revelan las infinitas formas e imágenes de las cosas existentes. Es el fundamento mismo de todo el desarrollo individual y nacional. Sin esta base de investigación, el desarrollo es imposible. Por tanto, buscad con empeño diligente el conocimiento y realización de todo lo que yace dentro del poder de esta maravillosa dádiva».

En conclusión, hoy en día, en una era de constantes cambios y desarrollo tecnológicos, se hace muy necesaria la alianza de visión y trabajo entre la ética y la ciencia, a fin de propiciar un desarrollo tecnológico que beneficie a las personas.

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