La vida, en peligro. Editorial

            La vida, la humana y la del planeta, parece que no tiene valor. Estamos ante la suprema patología de la historia. No es fácil hacer crecer la vida; pero es muy fácil destruirla. Hemos nacido para ser creadores, no destructores. Sin embargo, para quien es indiferente a la grandeza de la vida y para quien busca sólo el propio crecimiento hay muchas vidas prescindibles, descartables. Y es que el individualismo y la vida son incompatibles.

 La vida, cualquier tipo de vida, está en peligro: la del planeta en su conjunto y la de las personas. Muchas vidas pasan y pasarán por el camino de este mundo sin haber sido vividas o, al menos, sin haber sido disfrutadas con dignidad: vidas que se quedan en las fronteras, vidas de jóvenes con las ilusiones de futuro rotas, vidas de mujeres marginadas o maltratadas, vidas campesinas sacadas de la tierra o ahogadas por intereses de otros, vidas creyentes reducidas a prácticas de ritos y normas sin un mensaje liberador para nadie. Vidas. Parece que la vida no tiene valor.

Durante millones de años, la evolución de la materia ha sido hacia la vida y de la vida hacia el pensamiento. Parece que hoy está revirtiéndose el camino: el pensamiento se regodea en la materia y ésta en el dinero, y la adoración del dinero exige el sacrificio de la vida. Para quien es un fiel adorador del poder y del dinero sólo es real lo que es suyo, sólo existe lo que posee y, muchas veces, prefiere destruirlo que dejar a otros acceder a lo que necesitan y a vivir con dignidad o, simplemente, a vivir. Este modo de entender la vida social es, con palabras de Ernesto Cardenal, “la suprema patología de la historia” (Cántico cósmico, cant. 32).

Hemos nacido para ser creadores, no destructores

La vida ha crecido y crece siempre con pasos vacilantes; cualquiera puede destruirla, pero, además, se la puede destruir de modo programado. Dos mil, tres mil millones de vidas humanas menos en el planeta y una naturaleza esquilmada y muerta… ¿qué importa?, ¿a quiénes de los que tienen todo resuelto les importa? Son vidas entendidas como elementos descartables, prescindibles, dice el papa Francisco. No forman ya parte de los que es necesario explotar para que otros puedan medrar; ni siquiera eso; es, sencillamente, que su vida es prescindible, no necesaria, estorban. Las armas, el hambre, las enfermedades evitables, el mar que se traga a los que huyen del miedo y de la muerte, la indiferencia, el olvido, la insensibilidad, la ceguera emocional… se encargarán de hacer el trabajo sucio.

“El ser humano fue creado creador. Capta lo que podría ser y aún no es. Está habitado por un demonio, el del deseo. Éste es una máquina fabricadora de utopías. Gracias a lo imaginario y lo utópico, sabe lo que podría ser. […] (Pero) puede cerrarse al proceso evolutivo, oponerse a la dinámica universal” (Leonardo Boff, Ecología, 109). El problema, pues, reside en que ese demonio o fuerza que llevamos dentro no se dedica, muchas veces, a crear vida sino que la destruye. Si no creamos, podemos matar; la misma boca que sabe besar, sabe también morder, y actúa como la de una piraña para la que la vida de los otros seres vivos no tiene valor.

Incompatibilidad entre individualismo y vida

Un ser humano adormecido por el individualismo posmoderno no se siente religado a ninguna vida que no sea la suya. No quiere ver que para que yo exista como persona es preciso que el otro, el tú, exista como persona. Lo que hace que un ser humano sea ser humano es la responsabilidad por el otro ser humano, por sus culpas, por sus desgracias, por su libertad, porque el yo siempre se encuentra bajo la mirada suplicante y exigente del otro ser humano (Emmanuel Lévinas). Las vidas humanas tienen rostro, la de la naturaleza también; no mirar detenidamente al rostro de las personas y de la Madre Tierra es no mirar al rostro de la vida y facilita la insensibilidad para matar sin remordimientos.

“Mira –leemos en el Deuteronomio-: hoy pongo ante ti la vida con el bien, la muerte con el mal. Si oyes el precepto de amar al Señor, tu Dios,… vivirás y crecerás… Pero si tu corazón se aparta y no escuchas, dejándote arrastrar a la adoración y servicio de otros dioses, irás a la ruina segura… Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia” (30,15-19). Puesto que tenemos oídos para oír, oigamos.

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