Y además de quejarse ¿Qué?

En la búsqueda de una nueva UTOPÍA, publicamos este artículo de nuestro compañero de redacción Antonio Zugasti. El artículo ha aparecido también en La Marea, Atrio y Sierra Norte Digital.

Creo que la queja ante la situación de nuestra sociedad y del mundo en general es algo casi tan universal como el deseo de felicidad de los seres humanos. No estoy seguro si en el 10% más rico de la humanidad se dará también la queja porque no tengo relación con nadie de ese mundo, pero, a juzgar por el ansia con la que procuran continuamente tener más y más, tampoco deben estar plenamente satisfechos con lo que tienen.

Desde luego en el 90% restante, en los normalitos, pocos habrá que no tengan motivo de queja. La queja se da desde la extrema izquierda a la extrema derecha, pasando por los moderados centristas. Lo malo es que la gran mayoría, además de quejarnos, ¿qué hacemos? ¿Pensamos que la solución va a caer del cielo?

Necesidad de un cambio

Claro que para hacer algo lo primero sería ver por dónde tendría que ir la solución. Todos vemos que es necesario un cambio, pero ¿hacia dónde queremos que vaya ese cambio? Y para no quedarnos en deseos superficiales, miremos en el fondo de nosotros mismos ¿qué sentimientos nos mueven para pretender esos cambios? Hace poco me decía un psicólogo amigo, y creo que tiene toda la razón, que en el fondo del corazón humano solamente hay dos sentimientos básicos: el amor y el miedo. ¿Cuál de ellos nos mueve para desear el cambio?

Parece evidente que los cambios pretendidos por la derecha están motivados por el miedo: ¡Cuidado con los otros, tenemos que defendernos de ellos! ¡Muros, barreras! ¡Lo mío que no me lo toque nadie! ¡Seguridad ante todo! Y lo más curioso es que algunos dicen que eso es para salvaguardar la Europa cristiana. ¿Dónde queda lo que Jesús de Nazaret dijo que era el mandamiento principal: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”?

El fracaso de las utopías socialistas

Esa corriente del miedo se va extendiendo por Europa. Tendríamos que preguntarnos por qué. Creo que una razón fundamental es la frustración causada en grandes masas populares por el fracaso de las utopías socialistas. Se consiguieron, es verdad, triunfos muy importantes, pero no se pudieron mantener, y las grandes metas soñadas -libertad, igualdad y fraternidad, una sociedad sin explotadores ni explotados- parecen cada vez más lejanas.

Apoyados en el sentimiento del amor habría que levantar una nueva gran utopía. Una utopía que recoja las más elevadas aspiraciones de todos los movimientos de liberación y de humanización que se han dado en la historia, que aprenda de sus éxitos y de sus fracasos y que sepa hablar a los hombres y mujeres del siglo  XXI. Es vital renovar la esperanza de una sociedad mejor que la actual. Los seres humanos nos movemos fundamentalmente por la esperanza o por el temor. No cabe duda de que vivimos en una sociedad claramente atemorizada. El gran desafío es convertirla en una sociedad esperanzada.

La destrucción de nuestro sentido moral

Pero, claro, con una esperanza radicalmente distinta de la que la mentalidad capitalista ha inoculado en el género humano. Ha metido el virus de la esperanza en un crecimiento material indefinido que nos permitiría disfrutar de un consumo inagotable. Esa aspiración al final nos deshumaniza, destruye nuestro sentido moral haciéndonos indiferentes al sufrimiento de los otros, daña gravemente el medio ambiente de nuestro planeta, nos hace mirar con temor al futuro… y, por supuesto, nos deja muy lejos de la felicidad prometida.

Para caminar hacia la nueva utopía un primer paso necesario sería ver por qué fallaron los anteriores intentos de cambio social. Si nos saltamos ese paso, podemos volver a tropezar una y otra vez en la misma piedra. No podemos aferrarnos a viejas certezas. Seguramente deberemos cambiar muchas cosas para conseguir lo fundamental: superar el culto al ídolo del dinero que el capitalismo ha impuesto en el mundo y que exige millones de víctimas humanas. Ahí estaría la base para construir una sociedad más satisfactoria para todos.

Antonio ZUGASTI

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