SAN FRANCISCO DE ASÍS Y EL DIOS DE LAS COSAS PEQUEÑAS

Luis Pernía Ibáñez ( CCP Antequera)

 “Dios espera en donde están las raíces” RAINER M.ª RILKE 

Decir que Francisco de Asís tuvo la virtud de leer en el mensaje de Jesús el valor de lo sencillo, de lo pobre y humilde es, quizá, dar en la clave de su aportación a una Iglesia a la intemperie. Descubre la ternura de Dios Padre y Madre derramada en los más débiles, en las piedras, en los animalitos, las plantas, las puestas de sol y hasta en la suavidad de la “hermana muerte”. Interpreta a Jesús de Nazaret en la ternura y el sentimiento hacia la dama pobreza, de la que se sentía enamorado.

Veía todo agujereado por el amor de Dios, y entiende a Cristo en la Buena Noticia que se expande en las cosas de cada día, que le sorprenden, le alegran, le hacen cantar y saltar de gozo. Efectivamente, las cosas cotidianas, las cosas sencillas y especialmente las más frágiles.59 Reflexiones 4

Tiene claro que todo ser humano, y también la creación en su totalidad,

son imagen y semejanza de Dios y hermanos de Jesús; así, pues, cada cual y la creación entera han sido tocados por la divini-

dad. Tales determinaciones circunscriben la inviolabilidad de la persona humana y ponen en evidencia el empeño destructivo de nuestro planeta.

Lee en el Cristo de San Damián y medita en el monte Alverna aquel salmo 72, que resume la actividad mesiánica de Jesús de Nazaret “porque Él librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara; se apiadará del débil y del pobre, el alma de los pobres salvará”. Es el papel y la tradición que Jesús acepta cuando se presenta en la sinagoga y que explicita en la bienaventuranzas al sentirse el liberador de los pobres, de los que lloran, de los que padecen hambre, injusticias y persecución (Lc. 6 20-23;5, 31-32).

Ve en Jesús de Nazaret la presencia de un Dios vivo, Dios de la vida: un Dios que escucha, que habla, que conoce, que es sensible a los clamores del pueblo que pide ser liberado.

Las palabras más terribles que se han pronunciado en nuestro tiempo quizá sean: “Hemos puesto el dinero en el centro de la vida, en lugar del ser humano.” Decir eso no es necesariamente condenar al progreso a la técnica, sino reflejar una pérdida considerable en el plano humano. Una pérdida que deriva en un desajuste como que la felicidad está en la acumulación de cosas, en el tener, cuya traducción más inmediata es el consumo. Un consumo creciente, a veces convulsivo. Una droga que en la cultura de hoy es bien vista.

El sentido de la felicidad se ha transferido, pues, al coche, la segunda casa, Mc Donald, Coca-Cola o la última generación de móviles. Las palabras del Evangelio no han aparecido jamás tan cargadas de verdad humana “si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos”, “mirad las flores del campo cómo Dios las cuida y las viste”.

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Sin embargo, en la “sabiduría de un pobre”, como diría Leclerc, el gozo de vivir emerge en lo sencillo, en lo frágil, en lo cotidiano, en los rostros de cada día, incluso en los contratiempos. Como en aquella prueba, llena de sentimiento de fracaso cuando los Vicarios, a quienes había confiado la Orden, queman etapas, durante su estancia en Oriente, e inician reformas deslumbrados por el prestigio de los libros, de la ciencia y de la propiedad de bienes. O en el debate que al final de su vida tiene con alguno de sus hermanos en relación a la desnudez y carencia de bienes que le hacen decir: “Señor Obispo, si tenemos posesiones, nos harán falta armas para defenderlos.” O como cuando aquel joven novicio le pidió permiso para poseer un salterio, y él le indica que no es el salterio, sino que luego dirás entre los hermanos, que no tienen nada, “tengo un salterio” o “hermano, tráeme una silla que voy a leer el salterio”.

La lectura del Evangelio pasaba por valorar la sencillez y las cuatro cosas necesarias para vivir. El gran debate de su vida, especialmente al final, cuando la Orden aumenta de manera importantes, era entender que el Evangelio pasaba “no sólo por ser el último o el esclavo, sino hacerlo con gozo, con el alma y el espíritu del Señor”. Desde lo más pobre, desde las pequeñas cosas, desde las raíces sentía el gozo de la vida que le hacían clamar: “Bendito seas, mi Señor, por el hermano sol y la hermana luna.” El gozo de la Resurrección.

En Jesús resucitado, hermano de nuestra atormentada raza humana, descubre la realización más radical de la utopía, cuyas raíces se hunden en los sueños más arquetípicos de nuestro inconsciente colectivo y que de alguna forma en aquel siglo xiii ya hizo pensar que otro bienestar es posible.

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