Reflexión: Ante la encrucijada del coronavirus: Dos pistas para cambiar de rumbo

Evaristo Villar

Entre los muchos fenómenos que esta pandemia está dejando al descubierto, quiero referirme a dos que están afectando directamente a la calidad y profundidad de la democracia. Me refiero a la aconfesionalidad del Estado y a la organización económica. Ambas, desde diferentes planos, están afectando a la equidad y a la convivencia justa entre las personas.

1. Referente a la aconfesionalidad, bastará un simple recorrido por nuestras vigentes leyes y la misma Constitución para cerciorarnos de que no estamos en un contexto jurídico igual para todas las personas e instituciones.

Y no deja de ser una incoherencia si pensamos que, después de más de cuarenta años de vigencia de la Constitución “aconfesional”, aun seguimos manteniendo leyes y prácticas que directamente la contradicen.

Veamos algunos ejemplos. Para empezar, nos damos de bruces con los Acuerdos ¿inconstitucionales? firmados por el Gobierno español con la Santa Sede en 1979.

Tampoco parece que tengan mucho que ver con la aconfesionalidad algunos artículos de la Constitución, como el 23 y 27, donde se habla respectivamente de la “colaboración” del Estado, especialmente con la Iglesia católica, y de “garantizar” el derecho de los padres a la formación religiosa y moral de sus hijos.

Y si entramos en el terreno de las prácticas, ¿cómo entender desde la aconfesionalidad la persistente subvención de las iglesias por el Estado, la religión confesional en la escuela pública, la presencia del representante religioso en las fuerzas armadas, en los hospitales y cárceles o la continuidad de símbolos religiosos en lugares oficiales?

¿Quién podría afirmar, en este contexto, que estamos en un Estado aconfesional, laico, si por ello entendemos la separación entre el ámbito civil y el religioso, la razón y la fe, el Estado y la Iglesia?

Del Estado confesional a la secularización

No, no estamos jurídicamente en un contexto aconfesional. Pero lo que sí salta a la vista es la secularización profunda que atraviesa la sociedad española y que está volviendo anacrónicos y obsoletos los marcos jurídicos, principalmente religiosos, y también civiles.

Con la utilización política que está haciendo el ”trumpismo” de la religión y de las instituciones civiles, estemos entrando en lo que el filósofo Habermas ha calificado de “secularización descarriada”, es decir, plana, que debilita todo lo que es sólido y lo somete a la banalidad.

Juan Baptista Metz

Contrariamente, los teólogos del pasado siglo entendieron la secularización como un signo positivo en el proceso de humanización, consecuencia directa de la fe cristiana, continuadora de la fe judía en la creación, el Éxodo y la Alianza. En esta línea, el teólogo Juan Baptista Metz ve en la encarnación de Jesús el gesto definitivo de la apuesta de Dios por el mundo. Pues, teológicamente, el sujeto de la secularización no es el ser humano ni el mundo, sino Dios mismo que propone en la encarnación de Jesús la humanización de la humanidad, la desacralización del mundo y la historización de la historia.

De la religión al Evangelio

Ante la banalización que se está haciendo de la religión en ciertos ambientes —utilización política, ritualización de espaldas a la historia, mantenimiento de privilegios, etc.—  una fe limpia en el Dios de Jesús está llamada a tomarse muy en serio el mundo, respetando y acompañando desde dentro su autonomía. La secularización representa un fuerte estímulo para hacer el paso de la religión al Evangelio.

2. Por lo que se refiere al desconcierto económico actual, no me es posible reflejar en dos pinceladas un panorama tan complejo.

No obstante, la última Encuesta Financiera de las Familias, publicada por el Banco de España 2017- 2020  — cfr. www.redecristianas.net editorial 29 mayo 2020—  confirma la brecha que se está abriendo entre los hogares españoles más ricos y los más pobres. Los más ricos, un 10%, están aumentando el patrimonio, junto con el mercado empresarial y financiero, de forma exponencial, mientras que, en el extremo opuesto, la cuarta parte del total de hogares más pobres ha visto reducirse a números rojos su exiguo patrimonio, con una deuda creciente que les impide hacer frente al pago del alquiler de la vivienda y al gasto de agua, luz y gas.

Por otra parte, el último informe de la Carta contra el Hambre, conjugando datos del VIII Informe Foessa 2019b sobre Exclusión y desarrollo Social en España con encuestas de Salud Madrid, pone de manifiesto que las bolsas de exclusión social y la creciente inseguridad alimentaria albergan una pobreza, frecuentemente extrema, que llega hasta el hambre.

Los datos son preocupantes. Unas 850.000 personas (el 1,8%) pasaban hambre en 2018, cifra que representa, por cierto, una reducción considerable comparada con el 2013 cuando —debido a la crisis del 2008 y la descabellada solución de los recortes— superó con creces el millón de personas con hambre en el país.

Aunque este fenómeno del hambre parece más propio de las aglomeraciones en la ciudad, tampoco se puede desligar completamente de “La España vaciada”, donde el abandono del campo y la desproporción entre el coste de producción y comercialización de los productos caminan en la misma dirección.

Desde negocio a la vida

La encrucijada del coronavirus, además de volver obsoletos por rebasamiento los datos anteriores, está manifestando, entre otras, estas dos cosas: que la tierra, casa de la familia humana, tiene unos límites que estamos rebasando con creces, como nos lo están advirtiendo el cambio climático, las contaminaciones y pandemias, la pérdida de biodiversidad, etc.; y que el ser humano, como gritan el hambre y las migraciones, tiene unas necesidades no satisfechas.

Esto nos obliga a un cambio radical del actual sistema económico a otro alternativo que represente el paso desde el negocio a la apuesta por la vida. La fórmula de San Ireneo (s. II-III) Gloria Dei vivens homo (la Gloria de Dios es el hombre viviente) es una llamada temprana y perenne a volver al Evangelio.

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