PRESENCIA Y AUSENCIA DE LA MUJER EN LA IGLESIA

María José ARANA (rscj)

 Precisamente en estos días estamos palpando con claridad las consecuencias que tuvieron  las ordenaciones de las mujeres  en la Iglesia anglicana (1994) en esa misma Iglesia y también en la nuestra. El hecho, no por esperado, resulta menos sorprendente, porque, como leemos en los medios de comunicación, el “ala” más conservadora del anglicanismo –y esto es muy importante subrayar– ha llamado a las puertas del Vaticano pidiendo acogida; y lo ha hecho movida, especialmente, por el descontento a causa de las ordenaciones de mujeres y homosexuales.  Piden ser admitidos oficialmente en la Iglesia católica. El Vaticano acepta gustoso la propuesta, y lo hace adoptando y pactando unas  estructuras canónicas especiales, ordinariatos,  prelaturas y otras fórmulas que les permiten conservar ritos, tradiciones1, etcétera, entre las que se encuentra como más llamativa la posibilidad de que sus sacerdotes mantengan su estatus como curas casados… Es una sección muy importante en número, alrededor de medio millón de personas, y en mentalidad, la situada más a la “derecha”.

Así, una vez más la cuestión de las mujeres se convierte en piedra de toque y desacuerdo en el interior de una Iglesia  y esta vez, con serias consecuencias, pues la marcha de este grupo no sólo supone un debilitamiento aún mayor en la Iglesia anglicana, sino que dado que representan el sector más reaccionario del anglicanismo, sin duda reforzarán el ala más conservadora también dentro de la Iglesia católica… Muchas mujeres católicas lamentamos profundamente todo ello; muchos y muchas ecumenistas, también. Es un duro golpe para el ecumenismo, pero especialmente lo es para el porvenir de las mujeres en las Iglesias. A las mujeres nos cuesta seguir siendo consideradas como “obstáculos”, objeto de desavenencias y “moneda de cambio” etc., entre las Iglesias. Pero además nos cuesta ver que las consecuencias van a incidir muy negativamente en la ya muy difícil y rezagada posición y reconocimiento de las mujeres en la Iglesia católica. Porque como advierte cierto periódico: “Esta fuga hacia el catolicismo le viene también muy bien a la Santa Sede para advertir de los peligros de aperturas e innovaciones”2. Ciertamente, esta cantidad de nuevos miembros amplía y fortifica el ya excesivamente nutrido sector inmovilista de las filas católicas.

Evidentemente, ninguna mujer ha estado ni podría estar reconocida para operar, opinar y menos aún para decidir en el ámbito de estas discusiones; porque la sección que se desgaja del anglicanismo rechaza la ordenación de ellas y la Iglesia católica que los acoge, también; y sin ordenación, están vedados los accesos a los lugares de poder, negándosenos la posibilidad de discernir, discutir y decidir sobre estos asuntos.

 Evidentemente se las está alejando así, aún más, de los lugares de decisión… No, en nuestra Iglesia, por el momento, no sería posible una Margot Kässmann, que acaba de ser nombrada presidenta de la Iglesia Evangélica Alemana (EKD), (Ulm, 28, X, 2009); ella es la primera que accede a liderar una de las Iglesias más importante del mundo protestante, que consta de 24 millones de fieles. En nuestra Iglesia, tampoco sería posible la figura de una sencilla “párroca” rural3 con poderes sacramentales, o cualquier otro papel pastoral que exija el “orden sacerdotal”.

Todo esto, evidentemente, cierra las puertas de acceso al ejercicio de la autoridad, el gobierno, de influir en las esferas de decisión y en los campos legislativos en todas sus gamas, posibilidades y escalafones…, impidiendo, por tanto también, el acceso a cualquier liderazgo eclesial y pastoral incluso al servicio ministerial sencillo y vocacionado…  En nuestra Iglesia, aun siendo absoluta mayoría las mujeres que acuden al culto, al servicio de catequesis, limpiezas…, a mil trabajos de colaboración… sin embargo, ellas permanecen “invisibles”, como feligresas de muy segunda categoría y en la última fila, en una Iglesia que mantiene rostro de varón y que se contradice a sí misma anunciando el Evangelio liberador de Jesús y negando la igualdad de hecho y de derecho en el interior de sus propias estructuras.

Esto afecta profundamente no sólo la credibilidad ante fieles y extraños, sino que le afecta en su mismo ser. No es bueno vivir la contradicción interna entre lo que se anuncia y se vive y eso perjudica al ser mismo.

Pero además podemos preguntarnos cómo afecta esto en la forma de ejercer el ministerio y en la estructura de la misma Iglesia. El hecho de que falte “lo femenino”, el “ánima”, dicho en términos jünguianos, en las estructuras, en la jerarquía y demás ámbitos eclesiales…,  ¿incide o no en la forma de ser la Iglesia?…

Hace unos pocos años las Naciones Unidas se preguntaban cómo estarían hoy las cosas si las mujeres hubieran estado presentes en las estructuras sociales, políticas etc. Concretamente se preguntaban: “¿Cómo sería hoy el mundo si las mujeres hubieran participado en las decisiones políticas, sociales, sobre la paz, la salud, la economía? ¿Cómo sería el panorama mundial en términos de migraciones, relaciones Norte-Sur, distribución de recursos, educación?… ¿Habría menos guerras? ¿Más tolerancia? ¿Cómo sería hoy el mundo?” 4…

Muy interesante… Pero algo semejante podríamos preguntarnos respecto a la Iglesia… Podríamos tratar de cuestionar sobre aspectos tales como el Gobierno, el culto, etc., y podríamos preguntarnos por ejemplo: ¿Cómo sería hoy la Iglesia si las mujeres hubieran participado en su estructura, decidido sobre la espiritualidad, gobierno, la sexualidad, declaraciones teológicas y definiciones dogmáticas? ¿Qué ambiente habría en los ritos y en el culto? ¿Qué estilo de clero tendríamos? ¿Qué comprensión de la eclesiología, de los ministerios?… Y otros mil puntos más… Sólo al cuestionárnoslo ya nos damos cuenta de que las respuestas son muy claras y que estamos apuntando hacia otra forma de ser, sentir, vivir, experimentar… la Iglesia; intuimos que habría muchas cosas y aspectos no sólo distintos; encontramos hoy muchos ámbitos claramente deficitarios de un estilo de valores, actitudes etc, y sobrados de otros más rígidos, etc. Habría mucho que decir al respecto.

De hecho, la ya fallecida y célebre carmelita descalza Cristina Kaufmann apuntó en esta dirección cuando observaba con lucidez que “El hecho de que todas las decisiones últimas en la Iglesia se tomen sólo por los varones es un grave desequilibrio que no deja fluir toda la corriente de vida para bien de todos” 5. Me estoy refiriendo a esto, a ese aire distinto, a esa vitalidad y energía que, sin duda, se pierde al faltarle a la Iglesia en toda su plenitud el aporte femenino; de la misma forma que  detectaríamos también un déficit si fuera lo contrario, es decir, si los varones hubieran estado ausentes como hoy lo están las mujeres.

Y es que, ciertamente, el tipo de valores, de actitudes y relaciones de cuya falta la sociedad adolece, de las que el mundo actual, y por supuesto, también la Iglesia, están más necesitados, están más en consonancia con los atribuidos a las mujeres, con el “ánima”, con “lo femenino”… Y como consecuencia veremos que nuestro mundo,  las estructuras personales, políticas, sociales están necesitados de ello…; por lo tanto, es fácil comprender que también las estructuras  eclesiásticas y espirituales no quedan fuera de esta regla y percibamos con toda claridad que también a ellas les falta “alma” (ánima), les falta algo así como la irradiación del ánima, y les sobran formas excesivas del “ánimus” (lo masculino), que en su medida y compensada, también es la otra dimensión absolutamente necesaria. Pero la dificultad es cuando una de ellas falta y en este caso, la que escasea o/y se reprime es claramente el “ánima”, “lo femenino”.

Evidentemente, así, en nuestra Iglesia se percibe ese gran desequilibrio y esto provoca un irreparable empobrecimiento en  múltiples aspectos… Y esto es muy fácil de comprender porque como decíamos anteriormente, al estar lo femenino absolutamente ausente de los órganos de decisión, reflexión, culto etc., quedan también ausentes sus valores, aportaciones y apreciaciones.

Un varón muy conocido y sabio, Willigis Jäger, lo detecta en una dimensión tan importante como es la de la mística y dice: “Un problema central de nuestras Iglesias es el hecho de que apenas enseñan el gran tesoro de su tradición mística y espiritual (…). Me he dado cuenta muchas veces de que las mujeres están más abiertas a una experiencia mística que los hombres” 6… Y busca la solución correcta: “Tenemos que volver a activar las fuerzas femeninas que se han ido perdiendo durante siglos de sistemas patriarcales. Sólo surgirán si despertamos en nosotros/as las fuerzas originarias del cuidar, sanar, observar, sentir… despertar la intuición. Compasión, dedicación entrega, amor… Lo femenino nos proporciona el acceso a nuestra naturaleza más profunda”… Es importante detenerse en estas actitudes que se consideran ligadas a “lo femenino”: cuidar, sanar, sentir, despertar la intuición, entrega, etc. Es decir, se habla de aportar una forma de ser, una sensibilidad diferente más afín con lo místico, lo afectivo, lo imaginativo, lo emocional… más flexible, sensible… con capacidad para una visión más holística, más sintética… incluso podemos hablar de una forma peculiar (ni mejor ni peor) en la percepción y experiencia de lo espiritual y del mismo Dios… Evidentemente todo esto está ligado a “lo femenino”, a eso que según Jäger hemos de despertar, fortalecer e impulsar… a eso que, aunque estando presente en hombres y mujeres, en ellas está más vivo…  El vitalizar esto haría cambiar el rostro de la Iglesia.

¿Cómo sería la Iglesia si ellas estuvieran totalmente presentes? ¿Qué aportarían y cómo? Pero sobre todo, una Iglesia así, ¿no estaría más de acuerdo con esa “Comunidad de Iguales” que Jesús quiso? ¿No estaría más de acuerdo con la justicia y santidad que ella misma predica e intenta vivir?… Una Iglesia así, ¿no hablaría con más coherencia y credibilidad sobre el Mensaje igualitario del Evangelio?

En este año dedicado especialmente como año “sacerdotal” podríamos preguntarnos: ¿qué modelo de sacerdocio se propone desde el Vaticano? Y las mujeres ¿no tendrían nada que aportar a tal modelo?…

 

1 El Papa introducirá “una estructura canónica que provee a una reunión corporativa a través de la institución de ordinariatos personales, que permitirán a los fieles ex anglicanos entrar en la plena comunión con la Iglesia católica, conservando al mismo tiempo elementos del especifico patrimonio espiritual y litúrgico anglicano”. Zenit.org, Ciudad del Vaticano, 20-x-2009.

2 I. DOMÍNGUEZ, “La Iglesia se abre a un trasvase de anglicanos”. El País, 21-x-2009, pp. 62-63.

[3]En algunos casos se ha dado (ya es inexistente) pero con un nombramiento a todas luces jurídicamente muy escaso y, por supuesto sin ninguna posibilidad de impartir los sacramentos.

[4]MARÍA TERESA PORCILE, “Mujer, ¿esperanza de humanización?”, Uruguay, 1994.

[5]Entrevista a CRISTINA KAUFMANN por M. J. Arana y B. Frau para la semana de Vida Religiosa de  Bilbao, Mataró, 2003.

[6]Willigis JÄGER, En busca de la Verdad, edit. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1999, p. 102.

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