El peligro son los otros

Luis Pernía Ibáñez (CCP Antequera)

Desde que estallara la crisis de 2008, el poder europeo ha hecho esfuerzos enconados para enmascarar la frágil integración comunitaria y poner el énfasis en el afianzamiento de sus fronteras hacia fuera, con un mensaje sutil: el peligro son los otros.

Decía el preso anarquista 155, Simón Radowitzky, desde su penal en Tierra de Fuego, allá por los años treinta, que “siempre estamos en una jaula, y cuando creemos que hemos salido de ella, nos encontramos que estamos metidos en otra, y así sucesivamente”. Del mismo modo, podemos hablar de la jaula del miedo: cuando creemos haber superado uno, nos encontramos prisioneros en otro. Es el caso del que nos provocan las políticas migratorias de la UE y de grupos más manifiestamente xenófobos como los tripulantes del C-Star, el barco fletado por el fascismo paneuropeo de Generación Identitaria, cuya presencia en el Mediterráneo se justifica en defender nuestros valores y torpedear los esfuerzos de quienes, como Médicos sin Fronteras o Proactiva Open Arms, tratan de salvar las vidas de aquéllos que se lanzan al mar, acusándoles, además, de colaborar con mafias dedicadas al tráfico de personas.

“Se está produciendo una invasión. Esta inmigración masiva está cambiando la faz de nuestro continente. Estamos perdiendo nuestra seguridad y nuestro modo de vida, y corremos el peligro de que los europeos se conviertan en una minoría en sus propios países”. Este discurso podría sorprendernos de no ser porque sigue las líneas de lo que, de un modo más sutil, marca la propia Unión Europea. Es decir, halla su legitimación en la configuración de la UE como dispositivo de seguridad y fortaleza.

Esta fortaleza exterior ha encontrado en las supuestas amenazas terroristas y del flujo de personas el elemento perfecto mediante el cual cohesionar la fracturada identidad europea; construir el otro para construir un nosotros. La visión del otro, de refugiados e inmigrantes con imágenes estereotipadas de que son los bárbaros y hay que defendernos. Una polarización que desfigura la realidad y legitima la violencia.

Volviendo la vista atrás, encontramos que la configuración de Europa como una fortaleza ha frenado el potencial crítico de las identidades  políticas, que emergen con el estallido de la crisis. Si recordamos, en un primer momento se vive una situación de desbloqueo en la que se abre la posibilidad de pensar una Unión Europea diferente, con una crítica que va directa al corazón de la UE, y con la que conceptos como el de Troika pueblan el imaginario político. Esto no sería más que una reprobación a la falta de democracia del sistema, pero también una reacción contra la falsa cantinela desde el norte de “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades”, articulada sobre el modelo neoliberal impuesto y el austericidio. La nefasta gestión que hizo el establishment alemán de la crisis en el ámbito europeo conllevó el desencanto europeísta de sociedades enteras, que habían creído en el modelo, especialmente en las “derrochadoras” periferias mediterráneas. Y esto era algo que Bruselas no podía tolerar. El enemigo no podía ser Alemania. Desde que estallara la crisis de 2008, el poder europeo ha hecho esfuerzos enconados para enmascarar la frágil integración comunitaria y poner el énfasis en el afianzamiento de sus fronteras hacia fuera.

La instrumentalización de cada nuevo ataque terrorista a manos de grupos yihadistas sirve para apuntalar lo poco que queda de la frágil identidad europea, articulando esa Europa fortaleza, en la que el statu quo, con la creación del otro, genera un nosotros. Y esta sociedad insegura no recurre necesariamente a una acción militar tradicional, sino que abraza procesos que sirvan para yuxtaponer el nosotros contra ellos.

La actual Unión Europea está llena de contradicciones. Desde las instituciones se habla de la necesidad de acoger refugiados, de democracia y libertad, incluso se reciben premios por su paz y su concordia pero, a la vez, cada nueva política comunitaria genera rutas de migración más mortales,  se criminaliza a grupos sociales enteros o se externaliza el control fronterizo (mediante la diplomacia de chequera) a terceros países, que ni respetan los DDHH ni van a asegurar la integridad física de los más necesitados. Y parece que el poder y el fascismo se valen de todo ello.

En la presentación de un reciente documento, CEAR detalló que, en lo que va de año, han llegado a Italia más de 85.000 personas a través del mar, y lamenta que las más de 2.200 muertes en esta travesía confirman la frontera sur de Europa como la más mortal del mundo. Los líderes europeos tienen 2.200 pruebas de que su política migratoria centrada en blindar y alejar fronteras conduce a la muerte a personas que tenían en Europa su última esperanza para salvar sus vidas. Por otro lado, la Europa que cierra sus puertas a los refugiados, levanta vallas para frenar la inmigración y extiende sus fronteras físicas hasta países extranjeros para controlar los flujos migratorios es la misma que contribuye a que generar esos refugiados a quienes rechaza acoger. Ahí está el informe del Centro Delàs de Estudios por la Paz, de Barcelona, en su informe  Armas europeas que alimentan conflictos de los que huyen los refugiados, que concluye que la venta efectiva y la autorización de venta de armamento y material militar a países en conflicto está relacionada -si no directa, al menos, indirectamente- con el aumento de los flujos migratorios hacia zonas más seguras. El estudio afirma que los Estados de la Unión Europea han exportado armamento y material de defensa por valor de 37.000 millones de euros entre 2003 y 2014 a 63 países en situación de conflicto armado o tensión. Una venta que, en la mayoría de los casos,  ha contribuido a lo que tuvimos a bien definir, en 2015, como “crisis de los refugiados”.

La UE elude un modelo integrador y social de sociedad y apuesta  por un dispositivo de seguridad que sitúa al continente entero en situación de emergencia y en un estado de excepción sin límites. El retraimiento del modelo de ciudadanía ha dejado un espacio para el surgimiento de identidades asesinas en la mayoría de los países europeos, y el ejemplo del C-Star es sólo uno de muchos.

Luis Pernía Ibáñez (CCP Antequera)

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