Para ver: Cafarnaúm

Un puñado de flores en un estercolero

Evaristo Villar

Vi esta película el pasado domingo, ya en trance de desaparecer de las grandes pantallas. Y me dejó muy impresionado y pensativo. De regreso a casa, traía la cabeza llena de interrogantes, provocados por las escenas que más me habían impactado.

Me impresionó la humanidad responsable del niño protagonista a su corta edad; me impresionó la ternura visceral para con su bebé de la jovencísima madre sin papeles en un medio tan hostil y despiadado; me impactó también la dureza de los padres para con sus muchos hijos inocentes y desprotegidos. Me ha dejado muy pensativo, sobre todo, el contexto o paisaje general de crueldad que la buena sociedad mantiene (mantenemos) para con los que han tenido peor suerte.

Ante escenas así impactantes, me crecían en la cabeza demasiadas preguntas sin posibilidad de respuesta: ¿quién puede destruir la fuerza telúrica que vincula el amor de una madre a su hijo a quien la crueldad de la ley acaba de arrancar de sus brazos?; ¿se puede crear sin responsabilidad ni cuidado una familia, añadiendo año tras año nuevas criaturas  como quien acumula bienes, esperando, más que otra cosa, su futura rentabilidad?; ¿será definitivamente el sexo y la droga la única salida viable cuando la vida ya no te ofrece ninguna otra posibilidade?…

Cafarnaúm, dirigida por la actriz libanesa Nadine Labaki, es un verdadero drama. Cuenta magistralmente la intensa historia de Zain, un niño de 12 años que, ante las durísimas condiciones que le está imponiendo la vida en su país, como en  el resto del Oriente Próximo, llega a denunciar a sus padres por haberle traído al mundo. Para dejarle tirado en la inhóspita calle, para cargarle, a su pequeña edad, con responsabilidades que ni el mundo adulto es incapaz de asumir… El niño Zaín denuncia esta dramática situación ante el Tribunal Internacional de Túnez. Y cuando el juez le pregunta por esa extraña conducta contra sus progenitores, su respuesta es  tajante y sin titubeos: “Por darme la vida”.

Cafarnaúm es como un manojo de flores en un estercolero. La ternura y el cuidado emergen entre la miseria y el lodazal del contexto. La película, cuya naturalidad del niño Zain es en todo momento conmovedora, te sumerge en un mundo de miseria absoluto donde las flores  extrañamente brillan con mayor naturalidad.

Al ver este drama, símbolo de lo que está sucediendo en muchas otras partes del  mundo, uno no puede evitar otros  recuerdos que, en el pasado, te han conmovido y de alguna marera han venido marcando tu vida. ¡Cómo  olvidar el hacinamiento y miseria de aquella cárcel de Malaka en Kinshasa o la miseria del empoblamiento de Kibera, aquel barrio miseria que circunda Nairobi, en Kenia, donde  las chabolas, hechas y cubiertas de plástico negro, se aprietan al lado de unos senderos cubiertos de barro y surcados libremente por las aguas negras!

Kafarnaúm puede arrastrarte al más craso escepticismo si prende en ti el desánimo, el olvido o la falta de compromiso con humanidad. Pero también puede llevarte  a descubrir flores en el lodazal como Zain o Rahil, la joven madre sin papeles, que te abren espacios de esperanza a pesar de todo. ¡Son flores en el lodazal…! Y quizás te recuerden, en una cultura más directamente cristiana, a alguno de los lugares donde crece modestamente la buena semilla que el labrador ha lanzado a voleo.

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