EN TU NOMBRE, ECHAREMOS LAS REDES

Antonio Zugasti

“En toda la noche no hemos cogido nada, pero en tu nombre echaremos las redes.” Esta pienso yo que podía ser la actitud del cristiano en el campo político de nuestra sociedad. UTOPÍA nace dos años después de la caída del muro de Berlín. Cuando la noche empieza a cerrarse sobre las esperanzas de conseguir un cambio profundo en la sociedad y es un capitalismo triunfante el que se apresta a reconquistar el terreno que ha tenido que ceder en las décadas anteriores. Efectivamente, toda la vida de UTOPÍA hemos sido testigos de esa noche, de la revolución de los ricos y del paulatino declive de las fuerzas que luchan por un mundo más justo y libre (lo que, a falta de otro nombre mejor, llamamos la izquierda).

Un progresivo declive que con la crisis económica iniciada en el 2007 se convierte en un derrumbe catastrófico. Al comienzo de la crisis había en Europa trece gobiernos de carácter socialdemócrata. ¿Cuántos quedan ahora? Y alguno, como el de Francia, que sigue llamándose socialista, ¿qué tiene de socialista? En cambio, los movimientos de extrema derecha que, con la excepción del Frente Nacional francés, eran grupos poco más que testimoniales, han experimentado un auge alarmante.

Más de una vez me he referido a lo sorprendente del hecho: la crisis ha supuesto un terremoto para el sistema capitalista, ha mostrado sus fallos garrafales, pero la que se ha hundido ha sido la izquierda. Creo que esto manifiesta claramente lo defectuoso de sus estructuras y debería poner en marcha un proceso de revisión y autocrítica muy profundo. Pero nada de eso se ha producido. Una parte de la izquierda, como es el sector mayoritario del PSOE, ha abrazado posiciones cada vez más claramente neoliberales. En ese caso, conservar la etiqueta de izquierda sólo sirve para crear una confusión que desorienta a mucha gente. Otros grupos, cada vez más minoritarios, se aferran a una ortodoxia marxista que ha demostrado claramente su incapacidad para enfrentarse al sistema capitalista. Y otros creen -¿ingenuamente?- que es posible reconstruir el añorado Estado de Bienestar europeo.

A mí me parece que esto lo que muestra claramente es una cosa: la filosofía que, de una manera más o menos directa, ha inspirado los movimientos de izquierda durante más de un siglo, no es válida. Simplificando, podríamos decir que se trata de una filosofía radicalmente materialista, en la que la infraestructura económica es el determinante último de la evolución de la humanidad. No niega los aspectos espirituales del ser humano, su ética, sus valores, sus opciones libres, pero todo ello está condicionado por la estructura económica. Reconoce que este mundo de las ideas también influye en el mundo de la economía. Hay una influencia mutua entre el mundo de las ideas y el económico, pero la última palabra la tiene la infraestructura económica.

Aparte de que ya hemos visto el fracaso de los movimientos inspirados en esa filosofía –ni en la Unión Soviética, ni en China, ni en Cuba la revolución de las estructuras económicas ha llevado al hombre nuevo ni a la sociedad nueva, ni mucho menos al paraíso en la Tierra-,  la libertad humana se rebela ante esa determinación última de lo económico. No es la economía la que construye al hombre, sino el hombre el que construye la economía.

Tampoco desde este punto de vista alternativo se pueden negar las influencias mutuas, pero la última palabra la tenemos los seres humanos, con nuestros valores, nuestra cultura, nuestra mentalidad y, sobre todo, con nuestras creencias más profundas, entre las cuales está el terreno de lo religioso. Esto lo reconocía abiertamente un catedrático de economía, José Luis Sampedro, que más de una vez repitió un pensamiento de Antonio Machado: “Una sociedad no cambia si no cambia de dioses”. Y Sampedro añadía: “Y el dios de esta sociedad es el dinero”.

Los cristianos, especialmente los católicos, que tiempo atrás se sintieron impulsados por su fe a participar en la construcción de esa sociedad nueva, fraternal, justa y libre, se encontraron en una situación muy difícil. Por un lado estaba la Jerarquía eclesiástica, que sí, condenaba la avaricia como un pecado capital, pero difícilmente consideraba unas grandes posesiones como producto de la avaricia, sino que eso ocurría porque Dios quería que unos nacieran pobres y otros ricos. En la práctica, llevaba muchos siglos traicionando la palabra de Jesús: “No podéis servir a Dios y a la riqueza”. Y el carácter ateo del socialismo marxista era motivo más que suficiente para condenarlo en bloque y rechazar cualquier colaboración con él.

La etiqueta de católico era, pues, una muy mala calificación para unirse a la lucha contra el sistema capitalista. Era difícilmente evitable un cierto complejo de inferioridad, que venía a impedir el que desde una visión cristiana se señalaran los fallos de la filosofía marxista.

Hoy las cosas han cambiado muy radicalmente. Cualquiera que tenga los ojos abiertos ha podido ver que ese “socialismo científico” en que pretendía apoyarse el derrocamiento del capitalismo es una quimera. Una filosofía materialista no es la base adecuada para edificar sobre ella la convivencia humana. Ninguna ciencia nos lleva hacia la solidaridad y la fraternidad. Son las opciones éticas las que nos empujan en esa dirección. Por otro lado, en la Jerarquía católica las cosas empezaron a cambiar. Ya Pío XI lanzó críticas muy duras contra la economía dominante en el mundo, o sea, la capitalista. Juan XXIII y el Vaticano II supusieron un giro muy serio que la reacción de Juan Pablo II no ha podido eliminar. Y hoy el Papa Francisco es la voz de resonancia mundial más crítica contra esta economía que mata.

En un mundo desorientado, desmoralizado, atemorizado, sin horizontes, es el momento de lanzar el mensaje de Jesús: Convertíos y creed en la buena noticia. Convertíos, abandonad al dios dinero, un ídolo cruel que os tiene encandilados. Un ídolo que no os deja sosegar  -nada es bastante para los que le dan culto-, que exige continuamente víctimas humanas, que os enfrenta ferozmente a unos contra otros y que os empuja a arrasar la naturaleza de la que nos sustentamos. Un ídolo que reduce la vida humana a una frustrante carrera para conseguir la felicidad por medio de la riqueza.

Y creed en la Buena Noticia. La Buena Noticia de que la vida humana tiene sentido.  Un sentido que nace del amor y de la esperanza. La Buena Noticia de que es posible un mundo distinto, un mundo que facilite el pleno desarrollo de las más elevadas posibilidades humanas. Un mundo en paz, donde el principio básico no sea la competencia, sino la cooperación. Imaginad lo que sería una humanidad en que la inmensa capacidad de siete mil millones de seres humanos no se dedicara a una extenuante lucha por el poder y la riqueza, sino que se empleara en obtener de la tierra lo necesario para una vida digna para todos. La humanidad ha logrado desarrollar unos conocimientos científicos y una tecnología portentosa. ¿Imagináis lo que sería si todos esos conocimientos no se guardaran celosamente con patentes privadas, sino que se extendieran libremente para que todos, construyendo sobre esos conocimientos, pudieran alcanzar nuevos objetivos? Si la ciencia más avanzada no se empleara para conseguir armas cada vez más destructivas, si no estuviera guiada por la obsesiva búsqueda del beneficio económico, si en vez de eso se orientara a resolver los grandes problemas de la humanidad, ¿qué nuevas metas podría plantearse el género humano? Si los seres humanos no envidiáramos el bienestar de los otros, sino que estuviéramos unidos por una auténtica solidaridad de tal manera que gozáramos con los que gozan y apoyáramos a los que sufren, ¿no disfrutaríamos una vida mucho más placentera que la estresante vida actual?

No será fácil trasladar estas ideas al campo político. Pero los seres humanos sólo nos movemos si una gran esperanza nos impulsa. El socialismo y el comunismo del siglo pasado consiguieron en gran medida crear esa esperanza. El himno de La internacional cantaba: “El mundo va a cambiar de base… ¡Agrupémonos todos en la lucha final!” Y sus notas enardecían a grandes masas. Pero había por medio demasiadas deficiencias para que esa esperanza se pudiera realizar.

Hoy la izquierda sigue presentando unos insulsos programas políticos, incapaces de crear la gran esperanza que la humanidad necesita. Poner esa esperanza en pie es la gran tarea de nuestro tiempo. No plantear para el sí, podemos unos objetivos timoratos, mezquinos. Apuntad a un mundo de verdad nuevo, un mundo radiante. Recordad los versos de Rafael Alberti: “Cantad alto, veréis que cantan otros hombres”.

Y los cristianos, aunque toda la noche hayamos estado bregando sin conseguir nada, “En tu nombre, Señor, echaremos las redes”.

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