La Laicidad, reflexiones desde una perspectiva internacional

Raquel Mallavibarrena

Elfriede Harth, Frida, aporta en esta entrevistasus opiniones y convencimientos sobre la laicidad. Se sitúa para ello en una posición de privilegio: europea de origen colombiano participó activamente en el inicio del Movimiento Internacional Somos Iglesia, y sigue estando muy presente en otras redes de cambio social y eclesial (Red Europea Iglesia en Libertad, grupo de trabajo del Parlamento Europeo sobre la separación de lo religioso y lo político). Desde hace varios años es la representante europea del movimiento internacional Católicas por el Derecho a Decidir, que tiene también su versión española (www.catholicsforchoice.org). Ha estado por aquí varias veces, la última en el Congreso de Teología del pasado setiembre. Su ponencia se encuentra en las actas de dicho congreso y también en www.redescristianas.net

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Frida es una mujer con una capacidad de trabajo formidable, sus iniciativas y propuestas dan muestra de su compromiso auténtico con el mundo y con el cristianismo. Los lectores de Utopía tendrán la ocasión, al leer esta de entrevista, de conocer puntos de vista de una persona cercana a nosotros pero que no vive en España. Su perspectiva europea, americana y en definitiva internacional, enriquece sin duda la visión que en este número de Utopía queremos dar al importante tema de la laicidad.

En España el termino «laicidad» se confunde a menudo con «laicismo», por otro lado, al venir de una etapa de confesionalidad del Estado, creo que estamos aún en un proceso sin terminar sobre la idea que tenemos católicos y no católicos sobre la laicidad de nuestra sociedad. ¿Puedes expresar en unas frases qué es la laicidad?

Se habla de laicidad en los países latinos, donde el catolicismo fue la religión monopolística durante mucho tiempo, mientras que se denomina secularización en países que conocieron en su historia la diversificación religiosa (como en Alemania cuya población católica es aproximadamente igual de numerosa a la protestante) o al menos la independencia de Roma (como los países nórdicos, predominantemente protestantes). Lo que se quiere circunscribir es que los ámbitos de la política y de la religión son diferentes, separados, se rigen por su propia lógica y en todo caso, la autoridad política se emancipa de la religión. El soberano ya no detenta  la autoridad «por la gracia de Dios». La autoridad reside en el pueblo, y es su voluntad la que determinará las reglas del convivir.

Una diferencia importante que se ha dado entre ambas variantes de esa emancipación de lo político de lo religioso es que en el caso de naciones «católicas», la lucha era entre una autoridad nacional (el Estado) y una autoridad extra- y supranacional (la «Iglesia universal» encarnada por la Santa Sede) mediada por un episcopado cuya lealtad está primero que todo con el Papa, mientras que en los países protestantes se trata de una religión «nacional» que en el fondo está sometida al Estado.

Cuando la libertad religiosa triunfa como ideal – y se la reconoce como derecho humano – resulta imposible la existencia de un monopolio «religioso». La política debe legislar para todas y todos y no es posible imponerle a la totalidad las ideas de un solo grupo, por muy grande que éste sea.

La laicidad por  consiguiente es un principio que hace posible el pluralismo, que no debe confundirse con relativismo. La laicidad es un conjunto de valores profundamente humanistas, una moral que define reglas de convivencia. Hay que tener bien claro que la laicidad no proporciona al individuo respuestas a sus interrogantes existenciales. Estas respuestas las encontrará en las filosofías de vida y las religiones. Lo que proporciona la laicidad es las reglas para que esas filosofías y religiones convivan pacíficamente unas con otras en un espacio social y político determinado.

Más allá del debate surgido sobre la mención de las «raíces cristianas de Europa» en la Constitución Europea, y desde tu participación en el grupo de trabajo sobre estos temas en el Parlamento Europeo, ¿cómo ves la situación en Europa, crees que se está yendo en la buena dirección a la hora de afrontar conflictos como, por ejemplo, la presencia del velo o símbolos religiosos en los estudiantes, profesores, funcionarios? ¿Está reñida la laicidad social con la libertad para que una persona muestre signos de sus creencias religiosas?

Europa es el continente más «secularizado» del mundo, en el sentido que para la mayoría de la población la tolerancia religiosa y filosófica es un valor fundamental. Es un valor que fue conquistado con guerras desastrosas que diezmaron las poblaciones europeas. De la idea de un Dios intolerante y celoso que no admitía a ningún otro Dios al lado suyo, pasando por la idea de la muerte de Dios llegamos a la idea de un Dios misericordioso que respeta (el Dios del profeta Oseas). Las mismas religiones cristianas buscaron y encontraron en sus tradiciones elementos a favor de la libertad religiosa.

Con la globalización productora de exclusiones sociales gravísimas (y antievangélicas), estamos asistiendo al surgimiento de una instrumentalización de la religión como símbolo de identidad, es decir de espacios en donde encuentren el sentimiento de integración, de inclusión, de pertenencia quienes se sienten excluidos.

Ahora, una enfermedad nunca se ha curado combatiendo los síntomas y dejando intactas sus causas profundas. Es necesario crear inclusión, más allá de las diversas identidades particularistas. Prohibir los signos religiosos no sólo no basta, puede hasta ser contraproducente. Lo que toca es romper los mecanismos de la exclusión. – Y es necesario que el valor de la libertad religiosa, que tanto nos costó, sea protegido. Y debemos intentarlo por la vía no-violenta. Todo esto es un desafío muy grande. Pero al mismo tiempo se trata de cuestiones muy profundas y graves que nunca son fáciles, sino que tienen un precio muy alto: por algo se habla de «valores».

 En lo que se refiere a las relaciones entre las iglesias y el Estado, ¿crees que las religiones deben tener ayudas económicas o algún tipo de privilegios por parte del Estado o más bien situarse como un grupo humano mas dentro de una sociedad plural y democrática?

Como religiones no deberían sino confiar en que Dios les proporcionará la ayuda que necesiten. Desde cuándo necesita Dios depender del óbolo de César? Pero en cuanto a las obras que puedan llevar a cabo las religiones: se les deberían acordar según los mismos criterios que existen para cualquier otro grupo humano: los colegios religiosos deben recibir ayuda si se ha decidido ayudarle a colegios privados. Los hospitales católicos deben recibir los mismos subsidios que otros hospitales privados, pero en contra-partida deben respetar todas las normas vigentes para poder recibir estos subsidios. (Pienso por ejemplo en servicios de planificación familiar, aborto, etc.). Por otro lado me pregunto si realmente es necesario tener por ejemplo colegios católicos. Son como ghettos dentro de la sociedad. ¿No sería mejor que los maestros católicos trabajaran en colegios públicos, siendo allí la levadura del pan? Igual con médicos y enfermeras.

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Tu conocimiento de muchos países de América Latina puede aportarnos cómo se plantea la laicidad allí, ¿cuál es tu experiencia y valoración de las inquietudes sobre este tema fuera de Europa?

En América Latina sigue existiendo una gran influencia de la Iglesia católica, que quizá sea más fuerte desde un punto de vista cultural que legal. Pues la mayoría o quizá todos los países latinoamericanos tienen constituciones modernas en las que la laicidad es elemento constitutivo. Pero durante muchísimo tiempo hubo una alianza muy fuerte entre las élites que gobernaban y la Iglesia católica. La Iglesia proporcionaba todos los elementos necesarios para JUSTIFICAR la explotación de una mayoría pobre, y excluida de la instrucción (que se encontraba en manos de la Iglesia  y estaba reservada a las élites) por una minoría rica y culta. Y la Iglesia reclutaba a todos sus dirigentes y dignatarios entre las familias de la élite.

Pero la modernidad no dejó de producir efectos. También en América Latina se ha dado un desencantamiento del mundo y un cuestionamiento creciente de la religión dominante. La casta latifundista, la más aliada a la Iglesia, perdió el monopolio del poder. Las élites empezaron a perder el interés por la Iglesia que ya no lograba reclutar cuadros en estas capas sociales. Al mismo tiempo el éxodo rural cada vez más masivo, que creó ciudades muy grandes, desarraigó a amplios sectores de la población. Los cataclismos de la primera mitad del siglo XX tuvieron como resultado la descolonización.

Descolonización que también se produjo en la Iglesia. Pues también la Iglesia católica, una institución profundamente europea y tanto actor como producto de la historia de ese continente se vio afectada por ese movimiento histórico. La respuesta fue por un lado el Concilio Vaticano II. Y en América Latina más específicamente llevó el nombre de Teología de la Liberación.

Cuando hablo de descolonización dentro de la Iglesia pienso en el cuestionamiento profundo de las bases de la autoridad dentro de la Iglesia. ¿El sensus fidelium qué más es sino la idea de que Dios, el Espíritu está encarnado en el Pueblo, en la Comunidad entera y no se transmite (sólo y de manera privilegiada) a través del ritual de la imposición de las manos y la unción con óleos sagrados? Es una idea profundamente democrática y por lo tanto que no admite ya que aquellos que han sido ungidos con santos óleos y a quienes se les haya impuesto las manos tengan el monopolio de la Verdad y de la Revelación.

Como en muchos asuntos de la vida cotidiana la jerarquía de la Iglesia opta por conservar pautas muy rígidas y desconectadas de la realidad, (por ejemplo en materia de matrimonio, familia, moral sexual, anti-concepción, aborto), pierde su autoridad dentro de la misma comunidad, que entonces se «seculariza», prefiriendo que el ámbito político organice la vida de la comunidad de manera operativa, relegando la religión a un ámbito opcional.

Creo que, a pesar de una profunda religiosidad persistente en América Latina, la mayoría de los católicos son muy laicos: la libertad religiosa y la tolerancia religiosa son algo que se ha arraigado muchísimo. Esto explica por un lado la facilidad con que se está dando el éxodo de católicos a otras comunidades religiosas cristianas, que se ve acompañado por una especie de emigración interna dentro de la Iglesia católica, en la cual se sigue siendo católico pero sin compartir el canon de los preceptos morales y dogmáticos que constituyen lo que la jerarquía pueda considerar «ser católico».

En los últimos años estamos asistiendo a una presión grande de la jerarquía católica a favor de una vuelta a una Iglesia – Cristiandad, con presencia e influencia social fuerte en los distintos países (indicaciones a los políticos católicos, manifestaciones públicas que no reflejan la pluralidad de opiniones de los católicos, etc.), ¿hay que volver la vista al Evangelio para rescatar al Jesús laico?

Es extraño que la jerarquía de la Iglesia insista tanto en una Iglesia-Cristiandad cuando se trata de cuestiones de la vida privada de los individuos: la familia, los derechos sexuales y reproductivos… Como dice una teóloga feminista colombiana, los obispos excomulgan por un aborto, pero nunca han excomulgado por una violación. Ni se ha oído que amenacen con excomulgar a políticos que empiecen guerras, perpetren masacres o que se opongan a políticas sociales en sus países o que les nieguen la entrada a sus países a personas que llegan huyendo de la violencia o la miseria, etc… y esto a pesar de la «opción por los pobres».

 La laicidad es un valor deseable para una sociedad, pero a la vez presenta retos importantes para las personas, uno de ellos, a mi juicio básico, sobre todo para los jóvenes, es la construcción de la propia identidad en un ambiente que no te lleva de la mano, sino que te da muchas opciones y ante las cuales hay que situarse y elegir. El riesgo es la existencia de mujeres y hombres con perfiles muy difusos que se mueven en una sociedad que no presenta referentes claros y que no te invita a tomar opciones serias, etc. ¿Cómo podemos trabajar para que la laicidad aporte enriquecimiento a nuestras vidas y no empobrecimiento, confusión y superficialidad?

Cada sociedad crea sus valores en un proceso largo y complejo y este proceso es interminable y no es inmutable a lo largo de la historia. Es como el idioma en el que se expresa y comunica un grupo o una sociedad. Cuando nacemos ya existe. Lo aprendemos, aprendemos su léxico, su morfología, su sintaxis… y todos aprendemos a hablarlo, más o menos bien, aunque quizá nunca tomemos clases de gramática. Pero aprender un idioma y utilizarlo es un proceso activo. Ahora, cuando se dan mezclas de poblaciones que hablan lenguas maternas diferentes, se crean los «pidgins», las lenguas francas. De estas puede surgir un idioma nuevo. El castellano, el francés, el italiano, el portugués, el catalán… son por ejemplo idiomas que se crearon al mezclarse el latín con los idiomas que hablaban poblaciones no latinas. Cuando una persona no domina el idioma que habla la mayoría sufre de una especie de discapacidad social: la calidad de su comunicación con los demás es deficiente y esto con frecuencia es frustrante y hasta traumático. Quizá logre algún día dominar el idioma extranjero a perfección, pero quizá también le imponga a éste nuevos vocablos, como «pizza», «internet», «marketing», «ipod» etc.

Así es con los valores: cada individuo es socializado a través de la vida que vive concretamente y aprende las reglas y los valores que dominan en el grupo en el que crece. Quizá reciba clases en las que se le enseñe la gramática de estos valores, pero, aunque nunca la conozca, la vida le habrá enseñado concretamente que hay cosas que «pagan» y otras que no, que hay cosas que están prohibidas y otras recomendadas, que ciertas cosas son muy valiosas y otras no. A mi modo de ver esto no tiene que ver con religión ni con laicidad. Depende sencillamente de lo que entre todas y todos hagamos de nuestra sociedad, de la forma en que practiquemos los valores.

Todas las sociedades tienen valores. lo que sí puede ser es que no compartamos esos valores. Es como con el idioma: también la lengua franca tiene su léxico y su gramática, pero puede que nos duela la forma en que se «violente» la propia lengua. ¿Qué se puede hacer en tal caso? Por ejemplo ingeniarse métodos para promover la instrucción del idioma «correcto». El éxito será limitado y dependerá de muchos factores. Pero al final es posible imaginar que de la lengua franca resulte un idioma nuevo muy rico, que produzca poetas y premios nobel de literatura…  Cada uno de nosotras y de nosotros está bebiendo día a día en el sistema de valores que es nuestra sociedad pero al mismo tiempo lo está forjando. Como con el idioma que hablamos, depende de nosotras y nosotros cómo éste siga evolucionando, cómo lo aprendan nuestros hijos, los extranjeros que lleguen a nuestro país…. Y «siempre habrá pobres entre vosotros»…  Creo que no puede decretarse un sistema de valores, debemos entre todas y todos construirlo y cuidarlo. Yo reconozco muchos signos esperanzadores en medio de lo que algunos califican de «pérdida de valores y referentes».

Y pienso que como cristianas y cristianos debemos confiar en el Espíritu y en la bondad de la especie humana: vivimos esclavitudes y atravesamos desiertos, pero existe una Tierra prometida por Dios a la que Dios sabrá llevarnos. Aunque no todos lleguemos hasta ella, existe como horizonte y es la esperanza que puede guiarnos y animarnos. Y en el camino podemos animarnos mutuamente y apoyarnos cuando sintamos que alguien está desfalleciendo. Me parece buen signo que haya gente preocupada por los valores.

Al interior de la Iglesia católica tenemos una situación de clericalismo, y en ese sentido, falta de laicidad, importante. Dada tu larga trayectoria a favor de la renovación dentro de la Iglesia católica, qué ideas aportarías sobre cómo avanzar pese a las muchas dificultades y desánimos?

Aquí también diría yo que hay que confiar y no perder la esperanza. ¿No nos prometió Cristo que donde estén dos o tres en su nombre él estará en medio de ellos? Pues está entre nosotras y nosotros. Está haciendo camino con nosotros. Está, pero muchas veces no somos capaces de reconocerlo, en particular cuando nos sentimos agobiadas y cansados. Es que el camino a través del Desierto hacia la Tierra Prometida no es precisamente un paseo fácil y de recreo, pero es el camino de la liberación de la esclavitud. Y no debemos olvidar que después de nosotras y de nosotros vendrán otras generaciones que también deberán caminar por el Desierto, pues también esas generaciones tienen derecho a la aventura de la utopía de la Tierra Prometida.

Aunque parezca absurdo y un trabajo de Sísifo: el ser cristiano es tener fe en la promesa, es avanzar hacia el horizonte que nunca se alcanza, es despertar cada mañana para construir humanidad y un mundo mejor. Un pedacito de mundo mejor, con nuestro prójimo concreto, con las personas que encontramos por el camino. No es nuestra tarea salvar el mundo ni resolver todos los problemas de la humanidad y de la historia, pues no somos Dios y Dios tampoco lo hace. Pero sí podemos cada día ser sal y luz para alguien. Y eso ningún clericalismo ni ninguna estructura prepotente nos lo puede impedir. ¿No es esa la mejor forma de subversión y de resistencia y de laicidad?

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