Hablando con Cristina Rocha

Francesca Toffano

 Cristina, ¿cuáles crees que son las etapas en el proceso de integración por el que tiene que pasar toda persona que emigra a un nuevo país?

En mi experiencia, existen seis fases importantes, que dependen de las diferentes condiciones y motivos por los que se emigra, y de las características individuales, que hacen de este proceso una experiencia única y diferente para cada persona, y de lo cual depende su duración.

La primera fase es la de expectación, en la que la persona tiene ilusión y esperanza, cierto optimismo, pero a la vez ansiedad, ésta se suscita ante la posibilidad o no de alcanzar los objetivos y metas que se pretenden. Después se pasa por una especie de estupor o shock en el momento de enfrentar la nueva cultura, porque la realidad nunca satisface plenamente el deseo que se habían alimentado. En tercer lugar, tenemos una fase importante y delicada a nivel psíquico, la confrontación con la realidad, que se puede vivir con desaliento, aislamiento, cansancio, impotencia o euforia y premura por vivir nuevas experiencias. La persona inmigrante busca lo que le resulta familiar, como grupos de personas de su misma cultura o nacionalidad. Tiende a hacer una comparación entre lo nuevo y lo que ha dejado, a veces idealizando los orígenes. Pueden aumentar los sentimientos de desamparo, la sensibilidad al rechazo y hasta se pueden dar sentimientos depresivos, una mayor introversión o baja autoestima, y lo más preocupante, el derrumbe de la propia identidad.

A esta etapa le sigue un período de ambivalencia que se caracteriza por cambios y sentimientos encontrados. Se oscila entre la ilusión y la desilusión, la rebeldía y la resignación, la seguridad o la inseguridad, el amor y el odio, la frustración o la satisfacción, etc. Es un período de inquietud y de lucha, los cambios pueden vivirse de forma muy intensa. En esta fase los jóvenes se atreven a experimentar cosas que no habían vivido, como el alcohol, las drogas, la promiscuidad sexual, e incluso llegan a cometer actos de vandalismo. Cuando la persona supera esta fase entra en un período de reconocimiento y aceptación de la realidad. El sujeto acepta en esta fase las pérdidas que conlleva el haber dejado atrás su cultura y acepta sus propios límites. Existe aquí la posibilidad de beneficiarse de los nuevos aprendizajes a cambio de aceptar ciertas renuncias. Se busca el reconocimiento del nuevo grupo social. Por último, la sexta fase supone la integración, de la que la persona que se abre a la posibilidad de nuevas identificaciones adquiere cierta estabilidad, generalmente acompañada de logros profesionales y satisfacciones, recupera de lo que es propio sin idealizarlo y al mismo tiempo acepta formar parte de la nueva cultura sin temor a sentirse rechazado.

¿Cómo afectan los cambios que vive el inmigrante a su identidad?

La conformación de la identidad, aunque no nos demos cuenta, es un proceso continuo que se efectúa a todo lo largo de nuestra vida, aun si no cambiamos nunca de lugar de residencia. El ser humano va adquiriendo siempre nuevas conductas y nuevos roles en la sociedad, de esta manera va incorporando las diversas pertenencias a su identidad. Pasamos de ser hijos, estudiantes, a ser adultos, luego padres y un día abuelos, al mismo tiempo, a veces cambiamos de vocación, de amistades, de pareja, de forma de vida y de intereses. Todos estos cambios, que en una persona son casi imperceptibles, porque se dan paulatinamente en un largo período, en el inmigrante, se dan de golpe, y, a veces, con violencia.

¿Cuánto tiempo lleva este proceso de integración?

El proceso de integración normalmente lleva años, y en algunas ocasiones no termina con su integración. Por eso vemos que algunos sujetos llegan a rehúsar aprender el lenguaje y las costumbres del país de acogida. Permanecen muchas veces aislados y se refugian en subgrupos, como los chinos en San Francisco, o los turcos en Alemania.

¿Cómo afectan los estereotipos que todos tenemos sobre otras culturas en este proceso de integración?

Los estereotipos están presentes tanto en los inmigrantes como en las personas del país de acogida. Cuando los estereotipos son negativos pueden llegar a impedir el acercamiento entre las personas de distintas culturas. Sólo el conocimiento y el contacto puede permitir que las personas lleguen a valorarse y a aceptarse entre sí.

¿Cómo se configura la nueva identidad del sujeto respecto al grupo de acogida?

Unas personas asimilan la nueva cultura del grupo de acogida, despreciando su origen. Otras se separan de la cultura que los acoge, se aíslan y forman sus propios grupos, y otras se sienten marginadas, porque dejan su cultura de origen, pero tampoco se sienten identificadas con la nueva cultura que los acoge. Por último, están las que sin renunciar a su cultura de origen aprenden a valorar la nueva cultura; son personas más “ecuménicas”, flexibles, con mayor capacidad de adaptación e integradas.

¿Existe alguna de actitud o conducta en los inmigrantes que no favorezcan su integración?

Sí, es lo que yo llamo el “síndrome del inmigrante”, que consiste en una serie de conductas manifiestas, o de expectativas que tiene o vive la persona al sentir que todo lo que ocurre tiene que ver con el hecho de ser inmigrante, de ser diferente o de “fuera”. Esto cambia la interpretación que hace de las cosas que le suceden, y así dirá: “no encuentro trabajo aunque tenga papeles porque…”, “no ha sido amable conmigo porque soy…”, “claro, mi forma de hablar delata que soy…”. Esto puede, con el tiempo, llegar a transformarse en una “coartada”, de manera inconsciente, que impida su proceso de integración.

54 pag 11¿Cuáles crees que son los valores indispensables para una buena convivencia entre inmigrantes y la cultura que los recibe?

Para que se logre la integración es importante tanto el esfuerzo del grupo de acogida como del esfuerzo de adaptación que haga el inmigrante. Los valores que deben compartir son el respeto y la aceptación del otro, la igualdad en dignidad, la responsabilidad de los propios procesos, el compromiso en relación con el bienestar del semejante y la solidaridad.

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