HA MUERTO LA POLÍTICA, viva la política

Luis Pernía Ibáñez

                                                                                  (CCP Antequera)

      Decía en clave de humor El Roto en dos de sus viñetas “Pero qué aficionados a gobernar lo público son los que todo lo quieren privatizar”, “Pasan de negocios privados a la Administración pública y de la Administración pública a los negocios privados como si fuese la misma cosa”. A lo mejor tiene toda la razón, porque tal como están las cosas un partido u otro son dos caras de la misma moneda, el mercado.

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  “Cuando oigo hablar que vivimos en democracia sonrío y me encojo de hombros, pero no me lo creo” dice José Luis Sampedro, argumentando que la combinación de mayorías absolutas con listas cerradas supone la supresión de la eficacia parlamentaria, y, además porque el condicionamiento mental de la gente son tan enormes que, aunque la persona  crea ejercer libremente el derecho al voto, tal libertad no existe.

     A pié de obra los sentimientos que se respiran en relación al oficio político son de desencanto, apatía, descrédito e indiferencia.

      ¿Qué ocurre? Sencillamente que la democracia nacida para defender los intereses de la mayoría, se ha convertido en instrumento de acumulación y enriquecimiento de unos pocos. En realidad la política está subsumida por la economía, quien la ha privado de sus valores  convirtiendo a los propios gobernantes en puros capataces de dicha economía. La globalización económica es el gran sistema imperante  al que están sometidos otros subsistemas como el político o el cultural.  Así todo está organizado al servicio de una minoría que controla esa gestión económica mundial y excluye a  las grandes mayorías del reparto de la riqueza y de la vida. Los estados prácticamente van dejando de existir y todas sus riquezas, sus empresas más rentables, se han vendido al mejor postor internacional. Se privatizan los beneficios y se socializan las pérdidas, que pagamos todos los ciudadanos. Los pobres son los que más necesitan la protección del estado, pero este prácticamente desaparece, reduciendo su papel a simple gestor del sistema, a velar por el libre mercado La globalización económica, que algunos llaman  nuevo  imperialismo, trata de imponer universalmente sus leyes y valores, no tener barreras económicas de ningún tipo, hacer ver a la gente que otra alternativa es imposible e impensable, negando toda posibilidad de  crítica, imponiendo el pensamiento único, haciendo ver que la relación conflictiva Norte-Sur y centro-periferia es algo natural, presentando al mercado no como un medio, sino como fin en sí mismo.

       Pero el punto clave de este debate es que la democracia no ha llegado aún a la economía, y que los gobiernos intervienen cada vez menos en las decisiones económicas. Ahí están a su libre albedrío las grandes multinacionales, el Fondo Monetario y el Banco Mundial, convertidos en dueños y señores del mundo. Son los nuevos dioses a los que, como en la tradición mitológica, es necesario sacrificar diariamente víctimas inocentes.

      Dibujado este panorama, cabe preguntarse ¿cómo recuperar la política? A pesar la difícil respuesta, hay atisbos que permiten construir el futuro. Así y, en primer lugar, habría que pensar en un modelo de sociedad basada en valores que hagan posible la convivencia pacífica de todos los seres humanos, situando precisamente al valor del ser humano, de la persona, en el centro de todos los referentes sociales, supremo criterio y fin del quehacer público; esta centralidad de la persona  es impensable sin  la justicia, que da sentido a  la igualdad de todos los seres humanos y la distribución ecuánime de los bienes de la tierra.. En segundo lugar, es preciso rescatar la ética de lo público, que es como la mejor definición de lo que debía ser la política; hoy lo estatal, lo público, se considera malo e improductivo, de tal manera que lo privado es tenido siempre como mejor  y más rentable (colegios privados, entidades sanitarias, o medios de comunicación). En tercer lugar, y quizá el atisbo más importante, es recuperar la autoestima de nuestra labor política a pie de calle, en las  asociaciones de vecinos, en las ONGs, o en las diversas plataformas y foros alternativos.

      Precisamente cuando el  sistema  busca permanentemente anestesiar el compromiso social y cuando sugiere, sin desmayo, que los poderosos  son los únicos que pueden cambiar las cosas, hay que insistir en la autoestima de nuestra construcción política en las diversas organizaciones prosociales, dentro de un horizonte compartido, aquel de Salvador Allende “el pueblo unido, jamás será vencido”. La demos no es otra cosa que la gente que se organiza en pro del bien común.

       Otra vez David y Goliat. La modernidad política de Goliat se ha esfumado de varias maneras: por agotamiento de los discursos, por irrelevancia de sus formas, por la vacuidad de sus modelos de representación. De la perplejidad posmoderna a la construcción de alternativas nuevas media un trayecto que está aún por transitarse. De la guerrilla zapatista en México a la etno-política que nos proponen los bolivianos, pasando por el ensayo venezolano, hay un rico abanico de experimentación que coloca al continente latinoamericano en un excepcional horizonte de posibilidades, de cara a lo que acontece en el resto del globo. De los objetores de conciencia a la mili a las organizaciones pacifistas, pasando por las movilizaciones del “no a la guerra”, de los balbuceos feministas  del postfranquismo a  las numerosas organizaciones feministas que administran ya cotas significativas de poder, desde los pinitos ecologistas a la fuerza imparable de la propuesta medioambiental a todos los niveles, sobretodo en la medida en que se va tomando conciencia del calentamiento global, etc.

      Ciertamente  son las cosas pequeñas, nuestro trabajo social y solidario de cada día, los mimbres que construyen la política. Todas las causas sociales (la paz, la mujer, el voto, la ecología) nacieron de la autoestima de “pequeña gente, en pequeños lugares, con pequeñas acciones”.

     Es el nuevo David que hace suyo el grito ¡La política ha muerto, viva “lo político”, porque recogiendo las palabras de César Vallejo “Nunca más cerca retumbó lo lejos”.

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