Experiencias gozosas en la Cárcel de Topas

Matilde Garzón.

Voluntaria de Pastoral Penitenciaria en Salamanca 

Quisiera que mis palabras, sin duda torpe expresión de mis sentimientos, no fueran personales, sino reflejo del sentir común del conjunto de personas que formamos una comunidad celebrativa, los domingos, en la prisión de Topas. Estoy segura que si nuestros hermanos, los presos, pudieran, derramarían las mismos sensaciones, emociones, pensamientos y deseos que voy a intentar transmitir ahora.

De ellos quiero ser amanuense y vocera aunque no acierte a traducir del todo las ricas experiencias que acumulamos cada domingo. Celebramos las Palabras de Jesús y la entrega de su Vida para dar plenitud a la nuestra, para transmitirnos que la felicidad está en el compartir lo que somos y tenemos con los demás.

 

Es una comunidad de diáspora, de hijos venidos de todas las latitudes del planeta, cincuenta países diferentes por la lengua, la cultura, la religión.

Milagro fue que aquellos judíos extranjeros, que llenaban Jerusalén, en las Fiestas pentecostales, venidos de Persia, Mesopotamia,  Elam, Capadocia…,entendieran las palabras de Pedro, recién salido de su cobardía. Entendían y se entendían, porque era el lenguaje del amor.

 Más milagro parece que, en el pequeño recinto de Topas, nos entendamos, escuchemos, oremos, nos demos la paz,  un grupo numeroso de personas que además de carecer de  libertad, somos de países, lenguas y religiones diferentes: cristianos de variadas confesiones, musulmanes, judíos, agnósticos y ateos.

 Y una no puede menos de evocar a los cojos, ciegos, sordos, leprosos del Evangelio, los que padecen hambre, sed, desnudez, enfermedad, prisión…,con los que, precisamente, se identificó Jesús. Los teólogos afirman hoy que son “lugar teológico”, es decir, lugar privilegiado de presencia de Dios, lugar privilegiado de encuentro con El.

 Porque nuestras Eucaristías son sobre todo, un  ENCUENTRO sencillo y fraternal, que eso fueron las primeras Asambleas -eklesías- cristianas- y experimentamos la novedad  y la alegría de la fraternidad que no sabe de fronteras, el milagro tan buscado de la ecumene, de la interculturalidad, de la ínter confesionalidad, de la fraternidad universal a la que todas las personas estamos llamadas. Nos sentimos iguales, como hijos del mismo Padre.

 Esta experiencia gozosa, una y múltiple, se traduce en diferentes expresiones: las reflexiones que la Palabra Evangélica suscita y que animan al compromiso, la entrega mutua afectuosa, de la Paz, los momentos de orar por tantas necesidades de dentro y de fuera, los cantos del pequeño coro, cada vez más secundados por todos, la comunión del mismo Pan y del mismo vino, alimentos cotidianos y universales que nos invitan a asimilar la vida de Jesús y la vida de cada hermano. Las “Misas” y las “reuniones” nos confortan, son como un alimento para toda la semana, nos han dicho algunos.

Y una sólo siente pena de que esta experiencia de auténtica vida cristiana, de verdadero gozo, no la compartan tantas personas que buscan la felicidad en cisternas agrietadas y más pena todavía comprobar que siempre son los pobres, los chivos expiatorios que como Jesús- siervo de Yahvé- tienen que cargar con las consecuencias de tantos crímenes y calamidades que entre todos generamos.

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