EL OBISPO DE VALLECAS

A sus noventa y dos años ha fallecido en Albacete Alberto Iniesta, que fue durante muchos años obispo auxiliar de Madrid con el cardenal Tarancón y vicario de la zona sureste de la diócesis, abarcando durante un tiempo los amplios territorios de Vallecas y Moratalaz para centrarse después en el primero de ellos. El hecho de morir en Albacete (su ciudad natal) se debe a que allí vivió sus últimos años de jubilación y retiro, con la salud muy quebrantada pero con una admirable lucidez de espíritu.
Muchos de nosotros y nosotras guardamos de él recuerdos y vivencias entrañables de perfil duradero. Resulta difícil sintetizar adecuadamente su riqueza personal, su altura espiritual y su entrega pastoral en tiempos ásperos en los ámbitos político y eclesiástico de nuestro país.. Lo que resulta fácil, en cambio, es mantener vivas en nosotros su imagen y su expresión, su cercanía y sencillez, su humanidad y disponibilidad, su sabiduría y su maestría en el arte de escuchar y aconsejar (el “don de consejo”, del que tanto se nos ha hablado y que algunas personas dominan y utilizan casi a la perfección
A nivel personal, me admiraba de él su alto nivel contemplativo, del que pienso que dimanaban su empeño pastoral, su implicación hasta el fondo en las cuestiones, su apretada agenda como testimonio de su capacidad y voluntad de entrega mantenidas sin desmayo. A mi apreciación coloquial acerca de él como “un buen tipo”, me respondió en cierta ocasión con más rigor y consistencia un amigo común: “Era un verdadero creyente”, y creo que esta es la definición más cabal que he escuchado de él.
Su talante profundamente religioso no oscurecía sino más bien potenciaba su perfil humanista, su energía humanizadora. Alberto era una persona culta y sensible, atributos que no siempre es fácil encontrar en los obispos, en los eclesiásticos en general. Recuerdo que en nuestras conversaciones siempre había un hueco para comentar la última película interesante, algún ensayo o novela que merecían atención. Me asombraba cómo podía sacar tiempo para dedicarlo al ocio gratificante y creativo.
Resulta imposible no recordar también la frustrada Asamblea Cristiana de Vallecas y el papel fundamental de animación y coordinación que Alberto tuvo en ella. Su imagen en la puerta del local donde no iba a celebrarse (por prohibición gubernativa) pertenece para siempre al archivo de la memoria personal y colectiva.
No me parece enfático llamar a Alberto Iniesta el obispo de Vallecas por su dedicación pastoral larga e intensa, su cercanía a la problemática social de los barrios y su implicación en ellos, su lucha constante a pesar de su salud ya debilitada por el peso del trabajo y el paso del tiempo. Pienso que por todo ello merece nuestra cálida gratitud y el hondo sentimiento que se esconde en esta sencilla semblanza.
Santiago Sánchez Torrado
Comunidad de Nuevas Palomeras

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