Cultura de la vida

Javier Domínguez

 Nuestro amigo Pedro Casaldáliga, (el único obispo seguidor de la teología de la liberación que no ha sido dimitido al cumplir la edad de jubilación, porque la diócesis es tan pobre y aislada que no quiere ir ninguno del Opus), acuñó hace ya tiempo este término de cultura de la vida, frente a la cultura de la muerte.

Cultura de la muerte es la cultura de las armas, de las guerras, del imperio, del beneficio económico por encima de todo. Es la cultura dominante en los países ricos. El viejo autor del Apocalipsis resumía esta cultura de la muerte en cuatro caballos, los cuatro jinetes que todavía trotan a sus anchas por el pobre mundo: El impero, la guerra, el hambre y la peste y las enfermedades curables tremendas que matan en el tercer mundo. Hoy, como hace dos mil años podemos leer esta página inmortal del Nuevo Testamento:

«En la visión, cuando el Cordero soltó el primero de los sellos… apareció un caballo blanco. El Jinete llevaba un arco, le entregaron una corona y se marcho victorioso para vencer otra vez…

Cuando soltó el segundo sello salió otro caballo alazán y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra… le dieron también una espada grande.

Cuando soltó el tercer sello… en la visión apareció un caballo negro, su jinete llevaba en la mano una balanza. Me pareció oír una voz que salía de entre los cuatro vivientes y que decía: Racionamiento: un cuartillo de trigo, veinte monedas, un cuartillo de cebada, veinte monedas; el vino y el aceite no los toques».

Cuando soltó el cuarto sello… en la visión apareció un caballo amarillo. El jinete se llamaba muerte y el abismo le seguía. Le dieron poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre y epidemias y con las fieras salvajes» (Apocalipsis 6,1-8).

Esta es la cultura de la muerte, la cultura de las multinacionales, sobre todo las multinacionales de las armas, que no dudan en organizar una guerra si eso les va a multiplicar sus beneficios. Es la globalización del imperio, del hambre, de la guerra, de las enfermedades, que se llevan la vida de millones.

Frente a esta cultura de la muerte, propugnamos la cultura de la vida: una cultura en la que el bien primordial, al que debe subordinarse todo no sean los dividendos sino la vida, sobre todo la vida humana, la vida de los niños y niñas con dignidad.

La Iglesia católica, con la hipocresía y el fariseísmo que la caracteriza, acentúa como defensa de la vida, la defensa de los embriones congelados o sin congelar, mientras los niños y las niñas mueren de hambre por cientos y miles de millones.

La cultura de la vida es una cultura en la que la vida sea el eje alrededor del cual funcione todo, una cultura en la que las inversiones de dinero no se hagan buscando el beneficio sino el mantenimiento de la vida, cueste lo que cueste: una utopía.

Cuando oímos las noticias o leemos el periódico vemos lo lejos que estamos de esta cultura.

Estamos dominados por la cultura de la muerte y apostar por la vida en estas circunstancias es apostar por el desarme, por la desaparición de las armas nucleares, por la prohibición de las minas antipersona, pro la eliminación del hambre, por el reconocimiento de que la deuda externa ya está pagada cinco veces, por las medicinas asequibles a los pobres…

Decía Jesús: «Al caer la tarde decís: está el cielo rojo; va a hacer bueno. Por la mañana decís: está el cielo de color triste; va ha hacer tormenta. Sabéis interpretar el aspecto del cielo y ¿el signo de cada momento no sois capaces?». Jesús habló mucho e los signos que presagiaban el Reino. No fueron buenos los tiempos de Jesús sino tiempos de imperialismo desatado y sin embargo Jesús trajo esperanza, no sólo esperanza para el más allá sino esperanza histórica que puso en marcha un movimiento liberador para el aquí y el ahora. Los signos de los tiempos: se rompen las cadenas, se abren las cárceles, los ciegos ven, los cojos corren, los cautivos quedan libres, los pobres reciben la buena noticia…

En nuestros tiempos, tiempos de imperialismo desatado, de guerras preventivas, de cárceles, de torturas, de hambre… ¿Podemos tener esperanza?

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Yo pienso que no es que no haya signos de esperanza, es que no lo vemos. Voy a enumerar algunos:

Bien cerca tenemos la reacción de la gente en la masacre del once de marzo. Ha sido un momento de solidaridad compartida en que toda la sociedad civil nos volcamos para acudir a los heridos cada uno como pudo. Mientras las autoridades iban a su bola, la gente se organizó, nos organizamos, desde quitar todos los coches en una hora punta de la calle de Atocha para que pudieran pasar las ambulancias y los bomberos, puestos de acuerdo no sabemos cómo, hasta romper bancos para hacer camillas, taxistas que trasladaban gratis al que lo necesitaba, mujeres que bajaban mantas y agua, psicólogos, médicos, jubilados que acudían a los hospitales, donantes de sangre a los que hubo que mandar a casa al poco tiempo porque se habían llenado todos los depósitos… integrados todos con los sanitarios, los bomberos, la policía, los artificieros, como único cuerpo.

Esta solidaridad espontánea se vio también con motivo del chapapote: miles y miles de chavales que cogían sus mochilas y se fueron a detener el petróleo con sus manos y consiguieron, conseguimos, que no entrara en las rías…

También hemos visto esta solidaridad espontánea con motivo de grandes tragedias como el huracán Mitch…

La solidaridad es un signo de esperanza.

Hemos salido de una guerra porque nos pusimos cabezones y echamos a Aznar. Esto también es un signo de esperanza.

Algo se está moviendo.  Los que llegan en pateras y pueden besar la playa después de un viaje al borde de la muerte, tienen esperanza. La esperanza de los pobres es tremenda.

Somos como una nube de mosquitos. Un mosquito solo no puede más que molestar un poco a un elefante, pero una nube de mosquitos le puede volver loco.

A plano internacional está muy fuerte el movimiento «otro mundo es posible», los foros sociales, los movimientos pro derechos humanos, los movimientos de dignificación de la mujer, la ecología, los movimientos indígenas…

Todo esto es la cultura de la vida, que va poco a poco, dos pasos adelante y un paso atrás, penetrando como la levadura en la masa, hasta que todo fermente.

La alternativa global está en marcha. Otro mundo es posible y necesario.

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