CREANDO EKKLESIA

María José Ferrer Echávarri,

Alumna de la Escuela Feminista de Teología de Andalucía

(EFETA) 

El otro día, una amiga me dijo: “¿Sigues con esos estudios eclesiásticos”. De momento, no la entendí, pero, como no son tantos los estudios que realizo, me di cuenta de que se refería a los estudios de Teología Feminista (TF) que desde hace dos años curso en la Escuela Feminista de Teología de Andalucía (EFETA). Mientras tomábamos una caña, le aclaré que EFETA es una asociación no sólo laica, sino civil, es decir, que no tiene ninguna vinculación jurídica ni oficial con la Iglesia católica. “Pero tú eres católica, ¿no? ¿O has dejado la Iglesia?”, me preguntó, sorprendida, en la idea, supongo, de que quien no forma parte de la estructura “oficial” de la iglesia, está fuera de ella. “Sí, soy cristiana católica. Y no, no he abandonado la Iglesia. Ni pienso hacerlo, porque es mi casa, aunque los que la gobiernan no me traten bien”, le contesté.

No sé si EFETA es un modo de estar y ser en la Iglesia, pero estoy segura de que es un modo de hacer Iglesia, un término que, como todo el mundo sabe, viene de la palabra griega ekklesía, que de manera general significaba “asamblea”, aunque hacía referencia, sobre todo, a la “asamblea del pueblo”. Cosa bien distinta es qué se entendía como pueblo, es decir, quiénes podían formar parte de dicha asamblea, pues había muchas personas excluidas: los varones extranjeros, los varones griegos no libres y las mujeres en su totalidad, fueran extranjeras o griegas, libres o esclavas. En la ekklesía, los ciudadanos –sólo los varones libres– podían hablar libremente y votar para tomar decisiones relativas a la marcha de la ciudad.

El término iglesia, actualmente, tiene unas connotaciones muy diferentes. Se asocia directamente a las iglesias cristianas, y en nuestro ámbito, de manera especial a la católica, sobre todo a su jerarquía, formada íntegramente por varones de un estamento eclesial muy concreto: el clero. Esto, en la práctica, les convierte en los “varones libres” de la asamblea, triste imitación de la ekklesía griega.

No quiero criticar aquí a la Iglesia así entendida, de carácter marcadamente patriarcal y, por tanto, nociva no sólo para las mujeres, sino para cualquier persona que no pertenezca al grupo de los privilegiados, la jerarquía, pues no es esa parte de la Iglesia la que me interesa. Ni pertenezco ni quiero pertenecer a ella y, además, no es eso lo que yo concibo ni quiero como Iglesia. Me interesa más la ekklesía entendida como “asamblea del pueblo”, incluyendo en dicho pueblo a todas y a todos, sea cual sea su condición, si es que se puede hablar de “condiciones” cuando se trata de algo construido entre iguales, es decir entre seres humanos, cuya dignidad no depende ni de su sexo, ni de su raza, ni de su estatus social o económico, ni de su orientación sexual, ni de su mayor o menor inteligencia, ni de… La lista sería interminable.

Desde hace dos años formo parte de EFETA de una forma “triple”, pues soy alumna del primer ciclo de Teología Feminista, miembro del equipo de espiritualidad feminista, Umbrales, y miembro, además, del Comité de Gestión. Esta triple pertenencia y las funciones y experiencias que se derivan de ella me han ayudado a descubrir que EFETA es mucho más que una escuela donde se imparten conocimientos teóricos, precisamente por su condición de feminista. La teoría se basa en la práctica y se constata en ella. Teoría y práctica, pensamiento y experiencia, no son cosas diferentes, sino que se construyen, se condicionan, se refuerzan, se alimentan y se sostienen mutuamente. EFETA, por tanto, es un ámbito donde se hace, o se intenta hacer realidad lo que defiende la TF que en la Escuela se imparte. Sus foros, sin ir más lejos, son un espacio de eklessía, pues intentan unir vida y teoría, como hicieron ya las primeras comunidades cristianas, inventando la vida en otros moldes. Y no es tarea fácil, porque el patriarcado no sólo está “ahí fuera”, sino también –lo que es mucho más peligroso– inscrito a sangre y fuego en lo más profundo de nuestro ser. Y eso condiciona, a menudo inconscientemente, nuestra forma de percibir, de pensar y de actuar.

EFETA se define a sí misma como una estructura circular, en la que todos sus miembros participan de manera activa en la construcción y desarrollo de la misma. Eso significa que no hay “cabezas visibles” a las que recurrir en tiempos de crisis o a las que responsabilizar cuando las cosas no salen bien. No se admiten liderazgos basados en la función que se ocupa dentro de EFETA. Construimos el proyecto –nos construimos– con la participación de todas/os, porque todas/os somos responsables del resto y, por tanto, co-dependientes. En la práctica, la tarea es compleja. Somos un grupo diverso, no vivimos en la misma ciudad, ni siquiera en el mismo país. Estamos en EFETA de diferentes maneras y con diferentes funciones. Supone un reto, casi diario, tomar decisiones de manera consensuada. Trabajamos continuamente la confianza en las capacidades de las/os demás y lo hacemos repartiendo funciones y responsabilidades. No es fácil aunar voluntades, superar diferencias de criterio en los asuntos concretos, pero dialogamos una y otra vez. Estamos siempre ahí, intentándolo, convencidas/os de que el proyecto merece la pena, porque es valioso, porque nadie, hasta ahora, había “inventado” una escuela así, ni en su dimensión difusora de la TF en modalidad on line, ni en su estructura interna.

¿Somos iglesia? Si eso significa desarrollarse en un ámbito institucional, no, no lo somos, porque nuestra vida se desarrolla “a campo abierto”. Esto es algo buscado y consciente, porque EFETA, como proyecto feminista, no quiere alimentar y sostener la estructura patriarcal de la Iglesia, tal como es entendida tradicional y oficialmente.

Y de nuevo pregunto –me pregunto– ¿somos iglesia? No lo sé. No tenemos papeles que avalen nuestra ortodoxia, y tampoco se los pedimos a nadie. Pero no jugamos al “todo vale”. Tanto alumnas como profesoras nos tomamos muy en serio nuestros estudios, estamos vigilantes para no reproducir los mismos esquemas patriarcales que criticamos, buscamos coherencia dentro de nosotras mismas y en nuestras vidas cotidianas, somos conscientes del compromiso que hemos adquirido con las mujeres, cuya plena humanidad defendemos y cuya liberación buscamos, no sólo porque somos feministas, sino porque, la mayoría, somos cristianas/os y creemos en Jesús de Nazaret, en la Divinidad que encarna y en la fuerza liberadora y vivificante de su Espíritu, de la Ruah. Y por eso, intentamos ser ekklesía, iglesia abierta, sin vallas ni fronteras, asamblea inclusiva e integradora, diversa e igualitaria, donde quepan todos los seres humanos que alguna vez han sido y son considerados no-personas.

Nos sostiene el convencimiento de que EFETA ha surgido por obra de la Ruah, que sopla donde quiere y como quiere, y que nuestra existencia, como la de otras muchas iniciativas nacidas del mismo soplo, confirma la pluralidad eclesial y rompe la idea monolítica y equivocada de una Iglesia vertical, de pensamiento único y de expresión y formas de vida necesitadas de “homologación”. La realidad es más compleja y, sobre todo, más rica.

Desde que formo parte de EFETA, noto que permanezco siempre en estado de alerta, de búsqueda interior y exterior –pues están indisolublemente unidas– y experimento la responsabilidad del trabajo compartido y la sorprendente abundancia que genera, pues el resultado final siempre es más y mejor que la suma de las partes. Me siento parte de un proyecto que se va inventando cada día y que, al mismo tiempo, hunde sus raíces en algo tan “antiguo” como el sueño de la Divinidad para su creación. Y me siento bien.

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