ATRÉVETE A SABER

José Luis Sánchez-Tosal Pérez

Padre de familia con un hijo en la cárcel durante muchos años

 De la cárcel, ese otro mundo en el que las personas que están en él son o debieran ser de este, y del que aparte de servirnos para apartar el problema de las personas que fallan, poco más conocemos de esta sociedad cerrada donde se envían.

¿Pero cómo es ésta? ¿Quién hay en ellas? ¿Cómo entran y cómo salen de allí? Son preguntas que, si pensamos que lo que hay dentro de ella son personas, deberíamos tener la obligación de preguntárnoslas. Respecto a estas y a modo de preámbulo o para que sirva de introducción les dará algunos datos a todos aquellos que crean que deberían saber de la institución penitenciaria, y sobre todo de las personas que alberga.

Vayan estos datos para situarnos: el 82% proceden de ambientes pobres; en ellas hay 18.000 presos que son enfermos mentales que para que no estorben, una vez cerrados los psiquiátricos, han ido a parar allí. Un 85% de los presos tienen relación directa con la droga, la mayoría por adicción propia, menos por traficantes, y muchísimos menos por tráfico a gran escala. Estas personas entran en la cárcel por una adicción que no controlan, y el acceso a ella por ilegal, que es tan caro para el drogodependiente como buen negocio para los que comercian con ella, pues los invisibles de esta tragedia hacen grandes fortunas. Como solución a su enfermedad se les envía a un médico que en este caso es el juzgado, se les receta un medicamento imposible para ellos que es la abstinencia, y para solucionarlo se les envía a un hospital que es la cárcel.

El resultado de todo esto es que en treinta años la sociedad española ha pasado de tener 18.000 presos a tener 60.000, sin que lo justifique el número de delitos, pues somos de los países con menor índice de criminalidad europea. En este tiempo España ha crecido económicamente, pero no hemos crecido para solucionar el problema, es decir, este dilema social que tiene que atajarse y que el sistema penal no soluciona, pues la cárcel ayuda poco a las personas y el conflicto no lo resuelve el castigo, que en algunos casos su adicción les lleva a estar siempre ahí. A partir de los diez años de cárcel suelen sufrir un deterioro irreversible y sin que se haya conseguido reinsertarlos, cosa que resulta muy difícil entre otras razones porque el 90% del personal pertenece a seguridad, es decir, son represión pura y dura, con lo cual salen la mayoría de las veces sin amparo ni habilidades.

Se ha tenido ante este panorama la cara no solo de no mostrarlo tal como es, sino además la desfachatez de presentarlo a la sociedad como un buen negocio para el entorno donde se abren cárceles, y esto ya me parece más que demasiado; puede que para quien las construye y que vigilan su construcción lo sea, pues estas desde la publicidad exterior nos vienen a contar que son parecidas a los hoteles de cinco estrellas, pero yo les garantizo que aún hoy se podría decir de ellas lo que Cervantes dijo antaño: “que es un lugar donde toda incomodidad tiene su asiento”, y que actualmente los presos pasan en invierno mucho frío y en verano viven en un horno, porque algo debió de fallar en su construcción.

Después de estos si los otros, es decir, las personas que la sociedad hemos enviado a la cárcel para nuestra tranquilidad te preocupan atrévete a saber, y piensa en las palabras de Russell: “Creo que quienes vivimos lujosamente gracias al código penal que protege nuestro dinero, hemos de tener una leve idea del mecanismo que protege nuestra felicidad; por ello me gustaría conocer una cárcel desde dentro”.


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