AMPLIANDO LOS HORIZONTES COMUNITARIOS

 José Antonio Rojo López

CCP Antequera

 Decidí hacia los 17 años “consagrarme a Dios”. En eso consistía, creía, mi vocación. A un Dios, por otro lado muy poco pensado y experimentado. Y me entregué, creo yo, con generosidad en la Trapa, durante diez años. Y fui feliz en esa vida rudamente sencilla. En cuanto vida mística, contemplativa… poca cosa. Puede que sea muy, quizá demasiado, cerebral. Pero creo que en ese terreno que normalmente piso, que es el que “veo”, he pretendido ser honrado.  Y surgían “cosas” que no “casaban”: la cuestión del sacerdocio –me planté ante la ordenación, por no verle sentido-; la de la pobreza -contradictoria en la Trapa-, la falta de sensibilidad hacia la justicia social, la vida comunitaria tan anónima… Y me apunté pronto con unos pocos a buscar nuevos caminos de vida monástica más sencilla y auténtica. Hacia el año 1966. Y por diversas circunstancias esa pequeña comunidad vino a realizar ese ensayo a Antequera. Vivíamos todavía como una pequeña “trapilla” (seguíamos hablando en nuestros escritos de nuestra entrega al Absoluto, quizá eco del “sólo Dios basta” del Hermano Rafael). Pero ya trabajando como jornaleros…

Antequera, de dimensiones, en todos los sentidos, tan humana, entonces fue al mismo tiempo, por su lugar privilegiado, lugar de encuentro, de maduración y crecimiento de mucho de lo que se “cocía” en Andalucía en todos los órdenes. Y allí vivimos –algunos casi como espectadores-  la transición, teniendo la suerte de que en nuestra casería, por su situación en el campo, bien podemos decir que algo se coció de los movimientos liberadores tanto políticos como religiosos (las incipientes Comisiones Obreras del Campo y lo que nos llevaría a las Comunidades Cristianas Populares entre otros). Por lo menos lo suficiente para que algo se nos pegara.

Y me encontré –nos encontramos- siguiendo a Jesús. Del proyecto de vida monástica más sencilla ya no queda nada.  O quizá lo que tenía que quedar. Tras la muerte en accidente de coche de Ezequiel, dos de lo que de ella restaban, Antonio y el que esto suscribe, fuimos a vivir a un barrio de la población. Y comenzamos a participar en las eucaristías del grupo de Antequera que acabaría coordinándose con otros grupos de Málaga y zonas limítrofes de Sevilla y Granada como CCP.

 De este periodo no puedo por menos que apuntar  la base tan sólida, para todo lo que ha venido después, que ha sido para nosotros la “traducción”-no sólo la meramente material- del “Evangelio” por parte de Juan Mateos. Descubrimos que Jesús llega a no pedirnos amor para el Padre ni para él, sino que nos amemos como ellos, como el Padre nos ama, que participemos de ese amor-vida; la manera de ser Dios Jesús, el culto que Dios quiere, fuera templos, mediadores…: todo. Ayudados por tanta gente que hemos tenido la suerte de conocer y que ha compartido con nosotros su proceso de fe, como Castillo, Estrada, Manolo Hernández, Benito, Diamantino, Gonzalo Arias, Juan Luis Herrero. He de confesar que los escritos de Juan Luis Herrero –y su amistad– me dieron el hasta hora último empujón para “cambiarme de sitio” y de perspectiva. José Antoni Marina, Leonardo Boff, los teólogos de la Liberación, Casaldáliga, Torres Queiruga…

Pero todo este esfuerzo de maduración se encarna sobre todo en las personas de nuestra comunidad (CCP de la Zona de Antequera), hombres y mujeres que tozudamente (“como esos viejos árboles”) nos reunimos  todos los meses para celebrar y compartir nuestra búsqueda, hallazgos y, sobre todo, nuestro empeño y compromisos por el Mundo Mejor. Esa es nuestra reunión Eucarística, que es central en nuestra vida comunitaria cristiana y que es una experiencia apasionante que estamos viviendo juntos. Y que poco se parece –casi en nada- a las Misas oficiales. Por lo pronto en un elevadísimo tanto por ciento de sus oraciones no deja de traslucirse un Dios que no es el de Jesús, se apela siempre a un sacrificio que no es, tal como se le entiende, la vida y la muerte de Jesús y un larguísimo etcétera que nos hace  imposible sentirnos en comunión con lo que se expresa en ellas. En ese sentido tuvimos la suerte de no incorporarnos a ninguna parroquia, con lo que nos evitamos la ardua tarea de tener que abandonarla.

 Desde no hace mucho, las facilidades que nos brindan los nuevos medios de comunicación nos posibilitan el sentirnos cercanos a esa otra gran comunidad de los que siguen a Jesús anhelando y trabajando por ese Otro Mundo que creemos y esperamos que es posible. Y a los que sin conocer a Jesús anhelan ese Mundo. No estamos solos. Parece ser que los deseos de autenticidad, de honradez en la búsqueda, van extendiéndose. Son muchos los “signos de los tiempos” que nos impelen, que están exigiendo la búsqueda de lo que a todos nos une; purificar tantas cosas, tantas creencias, que son adherencias, que nos impiden el encuentro, la convivencia, que es  lo que más ciertamente sabemos que el Padre desea.

Aun considerándome básicamente conservador las evidencias se van reiterando machaconamente en el escenario que nos ha tocado vivir y me obligan a caminar.

Y sobre todo creo que debe ser verdad eso  de que el “lugar teológico” para encontrar el camino y rastro de Dios pasa por el mundo de los pobres. Y en la medida en que he conseguido sumergirme (no gran cosa…) en ese mundo para compartir su suerte y trabajar junto con ellos, me  parece que he podido “ver más claro”. Ese “mundo” también es nuestra, mi,  comunidad. Mi barrio, mis vecinos, desde su Asociación. Los inmigrantes.

Los inmigrantes. ¡El atrevernos a unir nuestras vidas con ellos estos últimos años sí que ha contribuido a construir lo colectivo! Sobre todo ha supuesto para nosotros, para ellos (y también creo que para nuestro entorno), un gran enriquecimiento. Y un vivir en la práctica muchas de las cosas de las que decimos que creemos.

Creo que el vernos, por las circunstancias extremas que nos “obligaban”, movidos a admitir a personas inmigrantes en nuestra casa ha cambiado nuestras vidas.

Solterones con amores universales, creo que hemos empezado a aprender lo que es amar a las personas de carne y hueso. Con sus diferencias y defectos. Con su inmenso valor, dignos de ser amados. Y hemos experimentado también el ser queridos de cerca, en familia.

Hemos aprendido a respetar, casi siempre por el respeto que ellos nos han tenido. En el ideario de nuestra lucha asociativa con los inmigrantes (en Málaga Acoge) la “ciudadanía” ocupa un valor central. Pero, en el día a día, nos sorprendemos, de cuando en cuando, cómo en el fondo los minusvaloramos. Desgraciadamente a mí me pasa. Los miramos con un, al parecer incorregible, aire de superioridad. En la cotidianidad de la vida doméstica aprendemos a mirarnos a los ojos. Y vamos siendo capaces  de asumir, de valorar, su pasado, su historia, sus proyectos de vida. Y de sentirnos también pobretones.

De ahora en adelante suspiramos porque, no sé cómo, nuestras eucaristías lo sean de esa comunidad mestiza en que todos nos sintamos a gusto, madurando cada uno en nuestros itinerarios “espirituales” y en nuestros compromisos y luchas por un mundo mejor común para todos.

Y ¿qué decir de los niños que con ellos “han tomado por asalto” nuestras vidas?: Nos destrozan los horarios, nos alborotan los libros, nos  cambian los planes, nos… Nos ponen, de lo que vale la pena en la vida, cada cosa en su sitio. Nos hacen menos: teóricos, libres (a veces de eso presumimos por no ser responsables), eficaces, superordenados, limpios… Pero más humanos y felices.


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