TOMAD Y COMED, TODOS

TOMAD Y COMED, TODOS

Luis Rosa INVERNÓN. Miembro de la comunidad / parroquia Granja Suárez de Málaga

La necesaria ingenuidad

A veces, por hablar tanto acerca de las cosas, perdemos la realidad de las mismas, nos perdemos en la conversación y sin quererlo ni notarlo perdemos las cosas de las que creemos estar hablando. Es fácil hoy en día que esto ocurra cuando hablamos de economía. Y para evitarlo debemos hacer un esfuerzo por acercarnos a las cosas como si fuera la primera vez, por redescubrirlas, por conocerlas (“con-naitre” en francés, nacer con) de nuevo para nacer a estados de conciencia que nos permitan ver con claridad. Esa es nuestra primera tarea: salir del discurso para volver a él desde la realidad.

La luz que alumbra para darnos claridad es Jesús, su vida y sus palabras, así que este breve acercamiento en labor de re-conocimiento al ámbito de la economía lo vamos a realizar desde Jesús, ayudándonos de algunos textos del Evangelio de Mateo.

Lo primero es delimitar a qué nos queremos acercar: ¿qué es la economía? Podemos diferenciar dos realidades diferentes aunque interrelacionadas a las que hace referencia el término economía:

Por un lado, podemos definir la economía como la gestión de los bienes o recursos de los que disponemos, tanto a nivel individual-familiar como social.

Por otro lado, también llamamos economía al estudio científico de la gestión de esos bienes.

Aquí nos vamos a ocupar de la economía en el primer sentido. Hablamos de las personas concretas, del alimento, de la ropa, de la vivienda, de los medicamentos, etc. Hablamos de personas y cosas muy concretas.

Dios se nos da

Las cosas, ¿qué son? Desde la perspectiva del cristiano, las cosas son un don de Dios, son Dios regalándose para dar vida. Encontramos a Dios en forma de pan, en forma de aire, en forma de abrigo, en forma de hogar, en forma de pueblo, en forma de planeta… Podemos decir metafóricamente que Dios es nuestro hogar para expresar que en Él nos sentimos en nuestra verdadera casa; pero no es menos verdad que Dios está presente también en nuestro hogar concreto y material, siendo casa para nosotros.

Cuando hablamos de economía y nos referimos a los bienes estamos hablando de algo que es bueno para nosotros, de realidades que nos ayudan a cubrir nuestras necesidades y a desarrollar nuestra vocación como personas llamadas al amor.

Sin embargo, en cuanto nos volvemos hacia la realidad podemos constatar que los bienes que Dios pone a nuestra disposición para nuestro bien, son muchas veces gestionados o utilizados de tal forma que provocan nuestro mal: en el mundo muchas personas mueren de hambre, mientras el alimento es desperdiciado en otros lugares; otros mueren a causa de enfermedades que pueden ser curadas, por no tener acceso a los medicamentos necesarios; otros son víctima del uso de artefactos creados para provocar males, como las armas. Todas estas son cuestiones económicas de primera importancia, porque hacen referencia a la gestión de los bienes que Dios nos da para nuestra vida.

Preguntas preliminares

Una economía cristiana, arraigada en el Evangelio de Jesús, tiene que preguntar y responder a las siguientes cuestiones:

¿A qué tenemos derecho como personas por el mero hecho de serlo?

¿De quién es la propiedad de los bienes? ¿Por qué?

¿Para qué sirven las cosas?

¿Qué merece ser elaborado y qué no?

¿Cuáles son las causas profundas de la injusticia y cómo podemos crear un mundo mejor?

De forma escueta y resumida podríamos contestar que:

Como personas tenemos derecho a vivir con dignidad, teniendo acceso a los bienes básicos y necesarios (alimento, vestido, hogar, medicamentos y servicios básicos).

Este derecho está por encima del derecho a la propiedad. El mundo ha sido entregado por Dios al ser humano, no a algunos sino a todos, y es para el bien de todos, no de unos pocos. De ahí que si la propiedad privada de los bienes de consumo o de los bienes de producción genera estructuras injustas por las que algunas personas sufren, esas estructuras deben ser modificadas para favorecer el acceso de todos a los bienes necesarios para la vida.

Las cosas sirven para que el hombre viva, y no al revés. Y esta es una de las mentiras básicas del capitalismo, que nos hace vivir para tener, para consumir. No puede ser que yo viva para mi coche, para mi casa, para mis caprichos… El capitalista es siervo de las cosas y del dinero. El cristiano usa las cosas para servir al proyecto del Reino de Dios.

Desde una perspectiva utilitarista, debemos preguntarnos por qué se fabrican ciertas cosas que solo sirven para perjudicar la salud física y existencial del ser humano, como las armas, las drogas, cosas destinadas al ocio… Una economía sensata controlaría lo que se produce examinando su utilidad en relación al bien.

Las causas de la injusticia no son externas al ser humano, sino internas, y guardan relación con las opciones particulares concretas que tomamos en nuestra vida. Si el mundo es injusto es porque así lo construimos con nuestras opciones, porque elegimos la seguridad, la riqueza y el poder en lugar de elegir la entrega generosa, la pobreza compartida y la confianza en Dios, que son las propuestas de Jesús. Para que cambien las estructuras de injusticia económica es necesario un cambio en los corazones.

Sentido de la vida: ¿Dios o el dinero?

“Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero”

(Mt 6, 24).

No podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo, porque el servicio al dinero es completamente opuesto al servicio a Dios. Entregarse al dinero supone aferrarse a esta vida y a las cosas, vivir en un universo cerrado a la trascendencia y apostar por el tener. Servir al dinero significa doblarse a sus mandatos, a su dinámica, que es la dinámica del poder y el dominio. El dinero no es malo en sí mismo, pero sí que lo es cuando es lo único y principal, o cuando significa poder sobre otras personas.

Desde el punto de vista de este fragmento del Evangelio de Mateo podemos comprender las dinámicas de explotación a través de las cuales pequeñas y grandes empresas se aprovechan del trabajo de sus contratados (en el mejor de los casos) y ejercen un poder opresivo sobre sus vidas a través del dominio de bienes de producción o de sus posiciones sociales. Cuando lo primero para el empresario es el beneficio económico, las personas que componen su empresa son meros instrumentos a través de los cuales se genera dinero. Este se impersonal es de profunda importancia para que podamos entender el modo de pensar capitalista. Este se es un engaño.

El dinero nunca se genera por sí solo. El dinero (como representación del beneficio obtenido a través de la actividad del ser humano) surge, como todos los bienes, del trabajo del ser humano. Un trabajo que produce una transformación y genera o modifica bienes. Y cuando el empresario gana un dinero que no es fruto de su trabajo sino del trabajo de otros, está tomando algo que no le corresponde. Esta es una forma común de robo legalizado, de explotación camuflada, de esclavitud. Ya decía Aristóteles, defensor de la legitimidad de la esclavitud, que un esclavo es aquel que el señor utiliza como instrumento para alcanzar un fin: el esclavo es un medio. Pero esto es inadmisible: ninguna persona es un medio. Y como tal, ninguna persona puede ser privada de su derecho a disfrutar de los frutos de su trabajo. Como tampoco puede ser privada de su derecho al trabajo: todo el mundo debe poder ganarse el pan.

Una economía que sirve al dinero en lugar de servir a la persona potencia que se produzca la especulación, una operación que por arte de magia transforma mi dinero x en x+y sin intervención ninguna de mi trabajo. ¿De dónde sale este dinero? ¿Se genera de la nada? No. Se genera del trabajo de otros. Desde la perspectiva cristiana, tenemos que decir no a la especulación, aunque esté disfrazada con otros nombres políticamente más correctos, como inversión. Una verdadera inversión no obtiene beneficios en forma de capital, sino en forma de bien realizado sobre otras personas.

Ser cristiano es afirmar existencialmente, y no solo de palabra, que el dinero no tiene poder sobre nosotros, que nosotros vivimos para hacer crecer el amor, que es entrega y donación de vida. No doblamos la rodilla ante el poder de los adinerados, ni deseamos el dinero, sino la vida. No jugamos a la lotería, porque el dinero sin el trabajo es deshonesto. Pasamos de una economía del enriquecimiento a una economía del amor. No queremos ser ricos, porque “es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios”

(Mt 10, 25).

Seguridad o confianza en Dios

Las tendencias de este mundo nos invitan, con mucha fuerza, a buscar la seguridad: seguro del coche, del hogar, de vida, médico… existen seguros para todo. La intención es hacernos creer que pagando un dinero periódicamente podemos tener seguridad. Pero si ponemos la seguridad como uno de los valores principales de la economía doméstica y empresarial de nuestros días, estamos a años luz de la propuesta de Jesús:

“Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal”. (Mt 6, 25-34).

La economía del cristiano es una economía del hoy desde la confianza plena en Dios. Si tengo mucho hoy, ¿para qué lo quiero? ¿Para asegurarme que mañana tendré? Jesús nos invita a pensar en el hoy, que es el único tiempo que tenemos, y a hacer presente su proyecto de solidaridad y amor.

El compartir solidario

“Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: ‘El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.’ Mas Jesús les dijo: ‘No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.’ Dícenle ellos: ‘No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.’ Él dijo: ‘Traédmelos acá.’ Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños”. (Mt 14, 15-21).

Jesús nos invita a asumir la responsabilidad de transformar esta sociedad injusta: dadles vosotros de comer. Se trata de no plegarse a los condicionantes del mundo (lugar deshabitado, hora pasada, falta de comida) para emplear toda nuestra creatividad para fomentar el acceso de todos a los bienes necesarios. Jesús no dice: “Nuestros políticos son un desastre, deberían modificar las estructuras para que la gente no pasara hambre”. Jesús dice: “Dadles vosotros de comer”. El mundo es injusto. Comparte, ayuda, entrega. La economía del cristiano es una economía de la responsabilidad, porque el cristiano se hace cargo de la realidad.

Y a través del ejemplo, es una economía profética, que pone en evidencia a aquellos que se empeñan en enriquecerse a costa de la vida de otras personas, denunciando las injusticias y anunciando nuevas formas de hacer las cosas.

Invitación a la Eucaristía universal: tomad y bebed

El proyecto de Jesús, el Reino de Dios, es un proyecto de nueva humanidad, una nueva sociedad justa, regida por el amor, donde todos son reconocidos en su identidad profunda de Hijos de Dios. Una sociedad en la que el amor con el que Dios nos ama se hace visible. Una sociedad donde es real y total la invitación eucarística de Jesús: “Tomad, comed, este es mi cuerpo” (Mt 26, 26).

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