“Comieron cinco mil hombres”

Rufino Velasco

En tiempos de Jesús

1 Parece cada vez más claro que Jesús, al comienzo de su vida pública, decide por los más pobres y discapacitados de su pueblo, para tratar de comprender desde ellos el Reino de Dios que él proclamaba.

Jesús no duda un momento en proclamar una Buena Noticia: que el Reino de Dios está cerca. Ha escogido la provincia de Galilea, que está más bien lejos del cetro religioso y político de Jerusalén, y es allí donde está la gran mayoría de los pobres y los marginados de Israel, para proclamar un cambio histórico para su pueblo, y para todos los pueblos de la tierra: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y tened fe en esta Buena Noticia” (Mc 1, 15).

En el pueblo de Israel pasa lo mismo que pasaba en los demás pueblos: que la mayoría de la gente es pobre, y que, por fin, el Reino de Dios se acerca, y que Jesús está seguro de que Dios quiere gobernar el mundo de tal manera que los pobres dejen de serlo, y para ello tienen los ricos que dejar de serlo, deben tener fe en esta Buena Noticia. Comienza con Jesús un cambio de época en la historia, con él se abre paso una gran alternativa en nuestro mundo que dará como resultado que los ricos y los pobres dejarán prácticamente de serlo, y comenzará un mundo nuevo: un cielo nuevo y una tierra nueva para una humanidad nueva.

2 Pues así, de pronto, surgió la gran ocasión histórica de Jesús: celebrar un gran banquete con miles de personas que se congregaron a su alrededor. No los manda a celebrar un gran combate, sino a celebrar un gran banquete a aquellos pobres de Galilea.

Estamos aquí en la Pascua del año 29 después de Cristo, cuando Jesús ten- dría 36 o 37 años por lo menos. Sería el 18 de abril de aquel año, un año antes de la Pascua donde Jesús se lo jugaría todo en Jerusalén.

Lo primero con que se encuentra Jesús es una “gran multitud” que venía de los pueblos vecinos de Cafarnaún. Sin saber cómo a Jesús “se le conmovieron las entrañas, porque estaban como ovejas sin pastor” (Mc, 6, 34) ya que los dirigentes del pueblo iban por un lado, y el pueblo iba por otro, nada menos que con la idea de hacer rey a Jesús.

Pues Jesús les manda recostarse en la hierba verde, formando círculos de ciento y de cincuenta según los pueblos de que provenían, pronunció una bendición, partió los panes y los peces, y se los fue dando a los discípulos para que los sirvieran a la gente de los pueblos, que no tenían otra cosa de que alimentarse sino lo que provenía de la mano de Jesús. Así que “comieron todos hasta saciarse, y recogieron doce cestos de sobras de pan y pescado. Comieron cinco hombres adultos” (Mc 6, 42-44), y así no hay que distinguir entre los hombres y las mujeres y los niños, como hace otro evangelista (Mt 4, 21).

Después de encaminarles a los discípulos en dirección a Betsaida, Jesús se encarga de despedir a la multitud, y allí aprovecha cuando está solo para “marchar al monte a orar”: tiene mucho que pedir para que los ricos se  avergüencen de lo poco que hacen por los pobres, y para que sus discípulos se vayan acostumbrando a lo mucho que tendrá que sufrir por parte de los dirigentes de Israel. Todo esto sirve para colocar en el centro a Jesús, que ha situado a los pobres de Galilea entre los preferidos de Dios, como pauta de lo que va a ser el Reino de Dios para Israel y para la humanidad entera.

En nuestro tiempo

1 Mucho tendríamos que recorrer para encontrar algo parecido a lo siguiente: muchos países del Norte que son ricos con desmesura, y muchos países de Sur que son pobres sin remedio. Norte y Sur: no es posible decir mejor a qué se reduce nuestro mundo cuando se compara con el Evangelio de Jesús, y tratamos de responder lo mejor que podamos a este desafío.

El problema del Norte y el problema del Sur: hay que resolver esta crisis. A esto sí que podemos llamar crisis, y tratar de resolver esta crisis antes que cualquier otra cuestión. La dialéctica Norte-Sur nos obliga a reducir la cuestión del planeta Tierra en dos mitades: una mitad más poderosa, en que es posible vivir en condiciones humanas, y otra mitad mucho más pobre e impotente, en que no es posible vivir sino en condiciones infrahumanas.

Los países del Norte se han acostumbrado a vivir en la abundancia, mientras que los países pobres del Sur se han acostumbrado a vivir en la escasez, hasta llegar a vivir en la “pobreza absoluta”, sin las mínimas condiciones para llevar una vida digna del hombre, donde sucumben con frecuencia al hambre y a la muerte. La contrarréplica de esto es la cantidad enorme de “emigrantes” que huyen de su propia tierra para buscar un futuro mejor en los países ricos del Norte.

2 Pues entonces, ¿qué es lo que ha ocurrido para encontrarnos con un mundo tan diametralmente dividido que en él existan los países ricos del Norte, y en él existan a la vez los países pobres del Sur, como si fuera por casualidad esta distribución de la riqueza y la pobreza en nuestra tierra, y así seguirá pasando por los siglos de los siglos?

Creo que debemos reconocer que hay una mitad del mundo formada por los Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón, Australia y Nueva Zelanda, y una segunda mitad a la que pertenecen Asia, África y América Latina. A la primera se la llamó “primer mundo”, y a la segunda se la llamó “tercer mundo”, pero es mucho más fácil, como se hizo ya por los años 80, llamarla “países del Norte” y “países del Sur”, de modo que aparezca claramente que el mundo se divide en dos partes: el Norte, donde están colocados todos los países desarrollados, y el Sur, donde están colocados los países subdesarrollados, de tal manera que la expresión Norte-Sur pase a ser la línea divisoria que separa a unos países de otros, los países ricos y los países empobrecidos de la tierra.

3  Fue un teólogo cingalés, que más tarde entró en conflicto con el Vaticano, el primero que empezó a hablar de la “conciencia planetaria” de la Iglesia, y, partiendo de la teología de la liberación porque se encontraba en el Tercer Mundo, pensaba que había llegado la hora de una “teología planetaria” que partía de los problemas reales a nivel mundial y trataba de la liberación integral de todo el género humano. Él veía a los pueblos europeos como pueblos que han dominado al resto de la humanidad pretendiendo imponer un monopolio sobre Dios que se ha impuesto por encima de las demás reli giones, y es preciso pasar a un nuevo “orden mundial” que fuerce al cristianismo a reconocerse como “la religión del sacro imperio romano-germánico, de la cultura occidental y del capitalismo euro-americano”, y deje así de ser profundamente conservador, pro-capitalista y pro-occidental.

En el Vaticano II se trató de situar la Iglesia en su lugar concreto que es justamente “en” el mundo, desde el cual considera “la entera familia humana” como el lugar primordial desde el que tiene sentido como Iglesia (GS 2), pero sin llegar a comprender que la inmensa mayoría de esta familia humana son los pobres. Si partimos de la Iglesia de los pobres, la teología de la liberación ha hecho progresos considerables para comprender la Iglesia en su verdadero lugar social. ¿Qué es, pues, esta Iglesia de los pobres?

a) La teología de la liberación es la primera que ha llegado a comprender que hay que entender a la Iglesia desde abajo del mundo: desde los pobres y los más necesitados de la tierra. Pero ¿qué significa todo esto sin asumir todo lo que asumió Jesús de Nazaret cuando implantó en Galilea todo lo que quería decir el Reino de Dios cuyos privilegiados son los pobres y los marginados de la tierra, y los que alimentaba hasta los cinco mil hombres que representan la inmensa mayoría de los pobres y la inmensa minoría de los ricos tal como aparecen en nuestro mundo? ¿Qué quiere decir esto sino que los pobres opuestos a los ricos, los oprimidos opuestos a los opresores, y los que lo pasan mal en oposición a los que lo pasan bien en el mundo?

b) Por eso, de la teología de la liberación han surgido las comunidades cristianas de base, nacidas especialmente en América Latina, y luego en los diversos países del Tercer Mundo, y, como prolongación de todo esto, las comunidades de base surgidas en los países de Europa. Estas comunidades surgen del sentido de la fe de todos los creyentes, constituyendo así una “nueva forma de ser Iglesia” que ha emergido aquí, entre nosotros, justamente en virtud del concilio Vaticano II en la segunda mitad del siglo XX.

Pues estas comunidades cristianas de base referidas ante todo a Jesús de Nazaret, ponen en práctica el capítulo 25 de Mateo, llamado el “evangelio para ateos”, ante esta falta de humanidad en nuestra tierra: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y me fuisteis a ver”. Pero ¿cuándo sucedió todo esto? “Os lo aseguro: cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo”. Por el contrario, están los que nunca hicieron nada de eso. Y se les responderá: “Os lo aseguro: cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de esos más humildes, dejasteis de hacerlo conmigo” (Mt 25, 35-45).

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