Reflexión: Mujeres, un relato de ayer y de hoy

Maria José Palma

María José Palma Borrego, escritora

A mi madre in memoriam

 “Estoy sola. Espero alegre la salida –y espero no volver jamás.”  (Frida Khalo)

Mi madre y yo, como es obvio, hemos formado parte de dos generaciones que han marcado, y marcan, dos formas diferentes de entender la vida como mujeres. Con una completa convicción, pienso que las jóvenes que salen hoy a manifestarse contra el patriarcado, llevan a cabo un paso hacia adelante para que la utopía del respeto entre hombres y mujeres, del reconocimiento de la alteridad, sea más realidad que especulación y retórica.

Seguramente por razones políticas, ideológicas, religiosas, sociales y culturales, las mujeres de la generación de mi madre aprendieron de manera forzada a ser sumisas de puertas para afuera, que era lo mismo que ser una buena ama de casa, amante de sus hijos, de su marido e hijas, por este orden. A pesar de ello, ellas supieron revelarse, aunque fuera en el espacio privado, que mucho más tarde, con el movimiento de liberación de las mujeres de los años 1970, aprendimos que lo privado también era y es político.

La generación anterior

Muchas de las mujeres de la generación de mi madre llevaron una resistencia numantina contra toda forma de sumisión y del reino privado que les era obligado. Las conozco bien, en mi familia las hubo, contundentes luchadoras antipatriarcales, cada una a su manera y según sus posibilidades. La liberación de la mujer en tiempos de dictaduras férreas era como un imposible; los resultados de ésta, los vemos aún hoy.

Por eso, las mujeres de mi generación, las que todavía tuvimos que soportar los largos coletazos de una larguísima dictadura, aprendimos a movernos en una doblez: sumisión y lucha por nuestra emancipación; y algunas, aun manteniendo la primera que habíamos aprendido y que nos costó soltar, nos decidimos por la segunda. Es verdad que no todas dieron ese paso, pero fue suficiente un gran número de nosotras para que nuestros deseos de libertad política y de lucha por liberarnos de un patriarcado feroz, tuvieran efecto para todas.

El avance en los 70

En los años 1970, éramos jóvenes y aprendimos lo que las mujeres europeas, estadounidenses, canadienses y mujeres de otras culturas que residían en Europa, trajeron a una España que comenzaba a tener un poco de color. “Mi cuerpo es mío” fue la consigna que nos llevaba hacia adelante para hacer algo en común, para y por nosotras mismas. Conseguimos el divorcio, el derecho al aborto, la píldora, etc., y todo un cúmulo de cosas que hacían la vida de las mujeres más libre. En definitiva, todo un avance, incluso para las jóvenes que, alejadas del feminismo como lucha emancipadora, les vino y les viene dado, creyendo que los logros han estado siempre ahí.

En medio de esta nueva oleada reivindicativa de las mujeres que se está produciendo en España, una de las cosas más importantes que se está ocurriendo a mi entender, es la experiencia de una filiación femenina, es decir, la manifestación de lo  intergeneracional, elemento base que requiere el feminismo como movimiento y que estamos viendo en las últimas manifestaciones, en especial, en la convocatoria de la huelga feminista del 8 de marzo de 2018, o en las que se están produciendo contra la perversa sentencia relacionada con “la manada”. En estas manifestaciones, vemos de nuevo, sin decirlo así, que la reivindicación poderosa de “Mi cuerpo es mío” se mantiene como elemento que fundamenta la lucha internacional de las mujeres. El cuerpo y el deseo como nuestros grandes retos emancipatorios a conseguir y que permanecen, están, ya bien entrado el siglo XXI, en standby.

En lugar del rayo que no cesa, la reivindicación de la posesión del cuerpo por parte de las mujeres, tampoco cesa de expresarse en un deseo común de libertad y en contra el patriarcado que lo posee y lo destruye. El patriarcado, ese sistema estructural que hoy por hoy es el único, en su alianza con el capitalismo, da igual el grado en que éste se manifieste en los diferentes mundos, que se conserva y se manifiesta en su crueldad y en el mundo mundial.

En cuanto a esto último, no dejo de pensar en lo difícil y costoso que es fisurar y, sobre todo, mover las estructuras del sistema patriarcal, y cómo cada generación de mujeres  luchó contra ese férreo muro. Pero, en ello, estamos con todas nuestras energías puestas en el intento, porque en ello nos va la vida, esa que queremos hacer más visible, más deseosa y deseante, ante los que nos quieren cosificar. Sí, la lucha feminista como el modo de manifestar las políticas del deseo.

No es no

Sentido de la vida y deseo está también cuando decimos “no es no” o “sólo sí es sí” ante la brutalidad patriarcal, que tiene como base indiscutible la apropiación de nuestro cuerpo por parte de los hombres, de algunos más que otros, sí, cierto, pero todos, en definitiva, pertenecen a un sistema y a una estructura que, física, simbólica o psicológicamente, ejercen ese poder sobre nosotras. Un poder que se ejecuta  fundamentalmente a través de leyes laicas y religiosas.

Quizás llueva todavía sobre el dolor de mujeres próximas pero invisibles, y aquí no hablo de fronteras geográficas, sino de todas nosotras, de nuestro punto en común que tiene como eje las violencias que se nos inflige graciosamente, gratis, por el simple hecho de nacer, por ser quienes somos.

Patrimonio: mi cuerpo y la lengua

Sí, “mi cuerpo es mío” como único e inexorable patrimonio junto a mi lengua materna. Por eso, seguimos caminando con el recuerdo de las mujeres que lucharon históricamente y nos acompañan con sus enseñanzas de vida ya lejanas y, a la vez, presentes. Y con todas ellas y nosotras, llevaremos a la ruina y a la desaparición los modelos insoportables que ha instaurado el patriarcado, sobre todo porque hemos aprendido que en nosotras ya hay memoria pasada y presente, además de representación de nuestros cuerpos sin apropiar y de nuestros lícitos deseos.

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