Reflexión: La competición,… ¿realmente es tan buena?

Leila Sant

La presente reflexión pone en cuestión el excesivo valor que la sociedad occidental contemporánea, en las democracias liberales, otorga al papel de la competición y el conflicto regulado. La competición es el eje articulador de la vida social y el principio más efectivo para la organización social y para el bien común. A pesar de que algunas corrientes feministas, movimientos ecológicos, biólogos y antropólogos están cuestionando esta idea, ésta ha calado en el sentido común a través del fenómeno de la hegemonía cultural. 

 

La competición en los subsistemas sociales

Como principio dominante de la sociedad, la competición ha pasado a ocupar un puesto privilegiado en los subsistemas más relevantes de las democracias liberales, a saber: la economía, la política, el sistema judicial, la academia, la sociedad civil organizada y los medios de comunicación. A pesar de que cada uno de estos subsistemas está dotado con sus propias lógicas, éstas han sido reemplazadas por las lógicas de la economía. A continuación, se desarrollará en mayor profundidad los primeros cuatro de los subsistemas mencionados.

Desde Adam Smith

La economía de mercado debería seguir las lógicas de la eficiencia, de la asignación apropiada de recursos, de la oferta y de la demanda y, por qué no, de la competición por colocar los mejores productos y proporcionar los mejores servicios. No obstante, si partimos del planteamiento de Adam Smith, él colocaba el interés propio del individuo en el mercado (sin la intervención del Estado) en un marco moral más amplio que le serviría para regular su comportamiento. Asimismo, otros valores, como el interés en hacer el mayor bien posible a sus semejantes, también entraban en juego. A falta de un marco moral, el conflicto, el interés individual y la competición se han instaurado como los únicos marcos de regulación.

Intereses de partido

La política busca seguir las lógicas del consenso, de la búsqueda del bien común, de la deliberación y del pragmatismo. Por otro lado, el conflicto se ha instalado en las campañas electorales y se extiende hasta en las formas de relacionarse entre los partidos. De alguna manera, la democracia de partidos ha ido cristalizándose a medida que se consolidaba el capitalismo de mercado. Actualmente, prima el interés partidista, y es el papel de la política el armonizar los intereses en conflicto de las diferentes partes en aras de alcanzar un mayor beneficio para el mayor número de agentes interesados.

El sistema judicial aspira a basarse en la búsqueda de justicia, en la recompensa y castigo de las conductas en función de su ajuste a la legalidad o en la defensa de los agraviados. Estas lógicas son oscurecidas por la naturaleza contestataria que ha adquirido. Frecuentemente, quien tiene mayores posibilidades de ganar en un pleito es quien tiene mayores recursos para pagar a un mejor abogado. El sistema judicial se ha estructurado bajo las mismas premisas que la economía y la política. La eficiencia y la imparcialidad se han buscado a través de la competición entre las partes, demandada y demandante. Quien estuviera en posesión de la verdad tendría mayores incentivos para luchar por ganar el pleito. Del conflicto, el árbitro o juez distinguiría la verdad y resolvería con justicia.

La academia seguiría las lógicas de la búsqueda del conocimiento, de la transferencia de conocimiento útil a la sociedad, de la formación de nuevas generaciones, la curiosidad, la reflexión sosegada y crítica. No obstante, por razones históricas, prima la argumentación, el debate de opuestos, la confrontación de ideas y el choque de dicotomías, consecuentemente, marginando a personas y colectivos que no se sienten cómodos con dicho modelo. Es más, la confrontación no es un rasgo universal, sino una forma cultural modelada principalmente por hombres.

Actualmente, el mundo académico se ve marcada por la competición en la obtención de becas, proyectos de investigación, cátedras, publicaciones en revistas, grupos de investigación, sexenios y un sinfín de ejemplos más, que muestran cómo los profesores y científicos acaban buscando sus propios intereses a toda costa. Es más, aquellas áreas de conocimiento que no son rentables a largo plazo no son investigadas. En cualquier caso, el mayor afectado acaba siendo el alumno.

Conclusión

Son numerosas las teorías sociales que indican que la competición y el conflicto son rasgos esenciales de la naturaleza humana, de la que se puede extraer una gran energía creadora siempre y cuando se haga de forma controlada. No obstante, en una sociedad cada vez más interconectada, estamos viendo cómo la competición es insuficiente para satisfacer las necesidades individuales y sociales, y es substituida por nuevas formas de cooperación. Es decir, que la naturaleza humana tanto puede inclinarse hacia la competición como a la cooperación.

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