MUJERES POR EL DERECHO A DECIDIR: CREYENTES DISIDENTES

Chini Rueda Sabater

Católicas por el Derecho a Decidir

 Como mujeres y como creyentes somos muy conscientes de la situación de misoginia e hipócrita defensa de las mujeres en la dialéctica oficial eciesial; de que en la iglesia las mujeres no tienen reconocido el derecho a decidir sobre sus vidas sexuales y reproductivas; la maternidad se concibe como vehículo encubierto de sometimiento a la biología femenina y a la autoridad masculina; a ellas se les prohíbe el acceso a las esferas de poder en la iglesia jerárquica pero se cuenta con ellas -como mayoría indispensable- para el funcionamiento habitual y para el sostenimiento del engranaje, por ello DISENTIMOS y CREEMOS que el disenso puede acabar quebrando los pilares del sometimiento y de que la ruptura con la «servidumbre voluntaria» puede traer alternativas valiosas para todas y todos.

Asumimos la igualdad de género y la pluralidad sexual y familiar como dos propuestas de dimensión claramente secular en un espacio compartido con otros movimientos y militancias no religiosas y en el que nos distinguirnos como católicas.

Nos basamos en la experiencia personal espiritual como dimensión que alienta esta causa compartida y en la convicción de que la religión es potencialmente una fuerza de cambio social. Por lo tanto, no sólo entendemos nuestra identidad religiosa personal desde posturas feministas y abiertas al pluralismo, como dimensiones que se retroalimentan mutuamente, sino que también reivindicamos cambios doctrinales y eclesiales que generen pluralismo interno y nos legitimen dentro de la tradición religiosa.

Nuestra experiencia es la cercanía de un Dios que es sobre todo amor, un Dios que se sale de las categorías masculinas y de dominio, que es también madre y amante y compañía cálida y misteriosa. Un Dios que no nos libra de ninguna bruma, de ninguna duda, de ningún mal trago pero que de alguna forma experimentamos como al principio y al final de nuestros anhelos y esperanzas. Un Dios que es energía positiva, que se contagia y genera más. Una experiencia del Espíritu, la Ruah, como una llamada a la comunión con muchos otros y otras, como vinculación en la diversidad, como convocatoria a lo plural. Una invitación íntima y última a ser lo que estamos llamadas a ser, a ser lo mejor de nosotras mismas, con toda la libertad y la autonomía, con toda la responsabilidad y solidaridad de que seamos capaces.

Nos ayuda nuestra comprensión de Jesús como un hombre con una sensibilidad especial hacia los y las excluidas y con una capacidad extraordinaria para decir a un Dios distinto al que proclamaba la religión oficial y con coraje para contradecir, por tanto, a la institución religiosa y denunciar su opresión. Un hombre que inició una comunidad de iguales y distintos, en la que las mujeres estaban en pie de igualdad con los varones como discípulas, en la que las relaciones de poder no se entendían desde la autoridad sino desde el amor; en la que había gente de todo tipo, con diversas situaciones familiares (en varios casos situaciones no aceptables según el sistema), sociales, económicas; en la que ni de lejos se planteaba la familia tradicional como única estructura de vida social, sino más bien se fomentaba una relación abierta, más allá de los lazos sanguíneos, más capaz de proteger a los débiles que el sistema dejaba en la cuneta.

Nos reconforta encontrar a otra gente con esta misma identidad, personas que sabes que han hecho de lo cristiano una relación, una complicidad con estados provisionales, preguntas, dudas y contradicciones; personas que sabes que cuando los necesitas están por ti, personas que también han estado a punto de tirar la toalla como tú pero que al final ahí siguen porque necesitan esa pertenencia y esa relación hasta para entenderse a sí mismos.

Nos reconcilia con nosotras mismas y con la vida la diversidad que entraña salirnos de los estereotipos de género por ser autónomas y empoderadas; conocer y compartir la vida con hombres deliciosamente sensibles y cuidadores; tener amigas y amigos con distintas identidades sexuales, que se relacionan de forma libre y envidiable; saborear todo tipo de placeres, hasta los más pequeños; disfrutar de los momentos privilegiados de amor en nuestras vidas; empezar por ver que nuestra propia familia es una realidad plural, como, por cierto, lo fue la familia de Jesús de Nazaret, hijo de madre soltera y padre adoptivo nada patriarcal; compartir conversaciones e intercambios espirituales con personas que no son creyentes o que lo son de otras religiones y fes porque al final lo que nos convoca es la fe en la vida; acompañar el difícil proceso de decidir la interrupción de un embarazo y sentir que ha sido un proceso que ha generado más vida; comprometernos en la búsqueda de la justicia social y el cambio de patrones culturales y religiosos opresivos…

Y en todas estas experiencias y en muchas más sentir a Dios o sentir una fuerza creativa y rebelde, un algo que nos atrae unas y unos hacia otros y más allá de nosotros.

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