Goyo López Sanz

GOYO LOPEZ SANZ economista, activista, de pueblo y, sobre todo, un hombre machadianamente bueno.

 Luís Ángel AGUILAR MONTERO

Gregorio López, Goyo para sus amistades, es un no muy conocido economista manchego que a sus 48 años vive en su pueblo, del que fue alcalde dos mandatos, pero da sus clases como profesor de Política Económica en la UCLM de Albacete. Docente e investigador experto en los ámbitos de la economía ecológica, la gestión del agua, la crisis sistémica o la soberanía alimentaria, ha compartido su activismo social entre puestos de representación política, como ser alcalde de Casas Ibáñez, y su militancia en organizaciones cristianas de base,  como el Movimiento Rural Cristiano, “atraído por un grupo de personas amigas que viven su fe en el marco del Concilio Vaticano II y donde aprendió que el lugar privilegiado para el encuentro con Dios es la persona humana”. También milita en grupos ecologistas como Ecologistas en Acción de La Manchuela y en movimientos altermundistas como ATTAC, donde coordinó su Comité Científico que aglutinaba un ramillete de intelectuales de reconocido prestigio, como Vicenç Navarro, Juan Torres, Alberto Garzón, María Pazos, Esther Vivas, Arcadi Oliveres, Ignacio Ramonet o Juan Carlos Monedero. No cree en ningún dogma de la Iglesia Católica, pero sí cree en el mensaje de paz, amor y fraternidad radical del Jesús de Nazaret histórico que narra Pagola. Para saber más sobre Goyo, podéis ver su blog aquí:  http://gregoriolopezsanz.blogspot.com.es/   Y así pasamos ya a la entrevista propiamente dicha

Dice el Papa Francisco que “esta economía mata”, porque predomina la ley del más fuerte. ¿Crees que esta afirmación es demagógica, exagerada… o cierta? ¿Por qué?

Esta afirmación se ajusta fielmente a la realidad. La economía, como construcción social que persigue la satisfacción de las necesidades humanas, no está basada en principios de cooperación entre las personas, sino en la competencia. Una competencia personificada en la maximización del beneficio monetario a toda costa, por encima incluso de la vida de las personas y del resto de seres vivos.

Es una paradoja. La economía que debería favorecer el florecimiento de todas las manifestaciones de la vida sobre el planeta (porque la buena salud de la biodiversidad es garantía de un futuro esperanzador), se desarrolla precisamente sobre la opresión y la destrucción. Eso sí, hace crecer el PIB, que es lo que realmente nos indica si un país o territorio está teniendo éxito en su desempeño económico.

¿Hablamos de la economía convencional de mercado, neoclásica, neoliberal y capitalista, o nos referimos a otra cosa? ¿Cuáles son las características de esta economía que mata?

El sistema económico capitalista ha colonizado la práctica totalidad del planeta desde los albores de la edad moderna (descubrimiento de América). La rapiña, la esclavitud, el sometimiento de los pueblos y la alienación de las personas son sus señas de identidad. En el último siglo, dentro del capitalismo, los paradigmas keynesiano (socialdemócrata) y neoliberal (conservador) -hegemónicos en diferentes momentos- han tratado de explicar el porqué de la inestabilidad del capitalismo y las medidas de política económica más convenientes para superarlas. Pero en ambos casos, se trata de corrientes económicas productivistas, que apuestan por superar las crisis mediante la reactivación del crecimiento del PIB, sin prestar demasiada atención (especialmente el paradigma neoliberal) al aumento de la desigualdad social y a la destrucción de la Naturaleza que son intrínsecas a esta fase del capitalismo avanzado.

¿Se puede decir que modificar el artículo 135 de la constitución,  priorizando el pago de la deuda sobre las políticas sociales, es un crimen?

Todas las políticas que dejan en último lugar la vida y todos los servicios comunitarios y públicos que la protegen son políticas de muerte. Todas las políticas públicas, TODAS, tienen alternativas con el fin de evitar las consecuencias más negativas para las personas. La alternativa al artículo 135 de la Constitución Española, que es la justificación legal de los recortes sociales en este país, es la voladura del Tratado de Maastricht que pone de rodillas a toda la sociedad delante del capital financiero y especulativo.

La Deuda, el PIB, las privatizaciones,… el dinero, en suma, ¿son los fetiches que nos llevan a la muerte?

Nos lleva a la muerte todo aquello que no nos acerca a la vida. La deuda nos esclaviza al dinero y al trabajo. El PIB sólo contabiliza aquellos bienes y servicios que tienen un valor monetario en el mercado, y olvida que la mayor parte de las cosas que nos hacen felices acontecen al margen de los intercambios monetarios, dentro de círculos familiares, de amistad y comunitarios. Las privatizaciones excluyen a muchas personas del disfrute de bienes básicos para la vida. La propiedad privada se ha consolidado y se ha puesto en venta absolutamente todo, desde los tomates de la huerta hasta las tierras comunales de los pueblos indígenas de la Tierra. En este contexto, como dijo el Gran Jefe Seattle, “termina la vida y comienza el sobrevivir”.

El tema de los desahucios, acaben o no en suicidios,  ¿es un ejemplo de la  responsabilidad que tiene esta economía?

Todos los desenlaces de los problemas que afrontan las personas hay que situarlos en el contexto de sus necesidades básicas: alimentación, vestido, relación, alojamiento, salud y seguridad.

Si la sociedad establece mecanismos para despojar del alojamiento a determinadas personas, atenta contra su dignidad, y aunque nos cueste asumirlo y no podamos acostumbrarnos a ello, hay gente que tira la toalla, antes de dar una nueva vuelta de tuerca contra la dignidad de la vida.

Y lo peor de ello es que, como reza el lema de las PAH/Stop Desahucios, “sí se puede, pero no quieren”. Un estado que realmente vele por el bienestar de la ciudadanía puede resolver el problema de los desahucios de un plumazo. Pero claro, eso supondría un vuelco en la relación actual de fuerzas desde el capital financiero hacia los derechos humanos, y ello, en el marco del capitalismo actual, es una herejía.

¿Qué o a quién mata más esta economía: valores como la dignidad, la solidaridad, la gratuidad, la humanidad o la esperanza; a la naturaleza por la sobre-explotación de los recursos, o a las personas a través del hambre y la pobreza?

Esta economía mata o hiere todos aquellos valores y, por extensión, a seres vivos, víctimas de la acumulación desmedida. Ya sabemos que en nuestro mundo la miseria de la mayor parte de la humanidad es la otra cara de la moneda de la opulencia de una mínima parte de la misma. En la antigua Grecia, Aristóteles distinguía claramente la economía (oikonomía), es decir, la gestión de las necesidades del hogar, de la crematística, es decir, el acrecentamiento de riquezas. Cuando los medios para satisfacer las necesidades de las personas están bajo el control de muy pocas manos (grandes transnacionales, fortunas personales), perdemos el control sobre nuestras vidas. Nunca en la historia de la humanidad se había producido una situación de tan grande y aberrante desigualdad como la que tenemos hoy en día. Eso es una muestra inequívoca,  y criminal,  de que el sistema económico está profundamente enfermo y no sirve a las aspiraciones de dignidad de la mayor parte de la gente.

¿Se puede poner a la persona y a la Naturaleza en el centro de la economía?

Se les debe poner. A las personas, claro, y, antes que a ellas, a la Madre Tierra. Un sistema económico que no respete a la Naturaleza, por extensión va contra las personas. Las sociedades humanas son un conjunto incluido dentro de otro de mayor envergadura, la biosfera. Por ello, el conjunto incluido debe respetar las leyes de funcionamiento del conjunto incluyente, so  pena de contribuir a su colapso ecológico, y por ende, al de la propia humanidad. No debemos recelar lo más mínimo de los planteamientos ecologistas o de conservación de la Naturaleza. Su objetivo no es otro que respetar los ecosistemas y su capacidad para sostener la vida humana tal cual la hemos conocido hasta ahora. Es preciso pasar de una ética antropocentrista, que considera a la Naturaleza como un objeto a dominar y someter, a otra geocentrista, que pone en primer lugar el respeto a las leyes de la Naturaleza como condición básica de un desarrollo susceptible de prolongarse en el tiempo.

¿Es la economía del bien común una solución? ¿Qué alternativas prácticas debemos fomentar?

En los últimos tiempos, conforme la desigualdad social y el deterioro ambiental han puesto a nuestras sociedades camino de un colapso civilizatorio, han surgido nuevos paradigmas en la línea de frenar e invertir estas tendencias. Uno de ellos es el de la “economía del bien común”, dentro del sistema capitalista de mercado pero con criterios de respeto a los derechos humanos y a los de la Naturaleza.

Otro es “el buen vivir” de los pueblos indígenas de América Latina, que proponen una relación equilibrada con la Pachamama (Madre Tierra), extrayendo de ésta sólo lo necesario para una vida digna, pero no ostentosa ni de lujos.

Y por otro lado, los postulados del “decrecimiento” han surgido en los países capitalistas avanzados de Occidente para referirse a la necesidad de reorientar los objetivos vitales de las personas y las sociedades en la línea de mayor austeridad (reducción del consumo, especialmente el de bienes no básicos) y formas de organización social y económica autogestionarias y ligadas al territorio.

¿Es necesaria la ética para hacer posible otra economía o es un oxímoron como hablar de ética de las finanzas o de RSC?

La ética es imprescindible para encaminar todas las actividades humanas hacia el interés general.

Desgraciadamente, en los últimos años, las finanzas, los negocios, la política,… se han caracterizado por una falta de consideración hacia principios básicos como la transparencia, la prudencia,…  Al final, todo ha devenido en una crisis financiera, económica y social que ha puesto al descubierto un sistema perverso, regido por los instintos más bajos e inhumanos que pudiéramos imaginar.

A menudo, pongo el siguiente ejemplo: en los últimos años, buena parte de los/as alumnos/as que han pasado por las aulas de mi Facultad han acabado trabajando en el sector financiero. Hace unos años, cuando ya había comenzado la actual crisis, me cruzaba por la calle con uno de ellos, director en una entidad financiera. Medio en broma, medio en serio, le decía: “Fulanico, deja en buen lugar tu paso por la Facultad y no se te ocurra vender a tus clientes acciones preferentes, ni planes de pensiones que se deprecian con el paso del tiempo, ni hipotecas que no puedan devolver”. Él, con toda sinceridad, me contestó: “Si no cumplo los objetivos que me marca mi banco respecto a la venta de esos productos financieros, la continuidad de mi puesto de trabajo corre peligro”.

En una sociedad con miedo, sometida a las reglas del capital especulativo, todo vale para mantener el empleo y no quedar al margen del sistema en el caso de perderlo. Ello genera una espiral potentísima de comportamientos competitivos y de confrontación que se desarrollan en contra del principio de cooperación propio de las sociedades humanas (y de otras especies de los reinos animal y vegetal) desde el principio de los tiempos. No hay que inventar ninguna ética nueva para el futuro. Todo está ya inventado y probado. Se llama “cooperación”, y debe ser defendida y tenida en consideración con carácter prioritario en el seno de las comunidades de iguales e instituciones públicas. El capitalismo es competencia, pero la vida es o, si no, debe ser otra cosa.

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