En femenino CREATIVO

Pepa Úbeda

¡Qué vaina! Ya no sólo dicen que las hembras

salimos físicamente de una costilla de los hombres,

lo cual ya es suficientemente ridículo, porque todos

ellos nacen de una mujer!

María Suárez Toro

 

Voces silenciadas, voces anuladas, ninguneadas; pero Todas secretos a voces.

Tantos siglos -¿o mejor hablamos de milenios?- sin nombre y sin objeto conocido y reconocido: las mujeres han parido hijos y han construido la historia de la humanidad en un lugar secundario porque ha sido el hombre -género y sexo- quien ha ocupado la tradición oral y las páginas de los libros como protagonista absoluto. No aparecen nombres femeninos en los campos de la creatividad y del saber: ¡qué poco sabemos de filósofas, científicas, escritoras, artistas, grandes viajeras…! Sólo de vez en cuando aparece alguna mujer recorriendo las páginas de la historia, por “deferencia” del hombre al cual “pertenece” o porque sus hechos no han podido ser borrados de la faz de la tierra (¿cómo, pues, hubiesen podido hacer desaparecer de la página impresa el nombre de Santa Teresa de Jesús?)

Y, sin embargo, ahí están: madres, hijas, hermanas, esposas… de hombres conocidos, del “hombre que sabe y que construye la historia de su especie”: la Tintoretto, la Martínez Sierra, la Camila Claudel, la Curie… Sería absurdo extenderse más: no habría bastante papel en esta revista para hacer un inventario de todas ellas y de sus aportaciones a esa especie a la cual deberían pertenecer en régimen de igualdad.

Así pues, ya tenemos una primera constatación: o no aparecen sus nombres o, si aparecen, es en corto número y siempre vinculadas al hombre de parentesco más próximo. Sólo aquéllas que optaron por la libertad frente a los vínculos habituales   -y que hasta no hace mucho tiempo sólo podía obtenerse a través del celibato religioso- aparecen con nombre propio en los libros de historia… pero, desgraciadamente, con cuentagotas. Y es que la primera respuesta que se nos ocurre ante tamaña injusticia es que, claro, ante la estructura patriarcal, no hay linaje femenino que pueda ni tan sólo sobrevivir.

Es una situación generalizada en todos los campos: económico, social, político… ¿cómo, pues, pretender un status distinto en el ámbito científico, filosófico o artístico? Las guerras, auténtica lacra de nuestra especie y motor ampliamente utilizado por el patriarcado, han sido, paradójicamente, el terreno que ha facilitado la liberación progresiva de la mujer: “gracias” a la Primera Guerra Mundial, ésta asumirá las funciones económicas y sociales que el hombre abandona para incorporarse al ejército y ello le permitirá tomar conciencia de su situación real y de la lucha que deberá emprender para cambiarla. Sucesivas conflagraciones bélicas aun agudizarán más esta percepción. Sin embargo, tendremos que esperar a una segunda oleada importante dentro del movimiento feminista para que la mujer se haga definitivamente consciente, “caiga en la cuenta”, de que se trata más que de una actitud de lucha, de la interiorización de estructuras mentales nuevas. Y es que en esto de la lucha por la igualdad, el feminismo es como el oleaje del mar, que viene y va…

Las mujeres tendrán que “irrumpir” en el debate que sobre ellas establecen los hombres (en solitario, eso sí, como únicos polemizadores, aunque algunos de ellos las hayan defendido, como es el caso de Stuart Mill) conociendo y nombrando desde sí mismas, colectiva e individualmente.

Pero no olvidemos, como se ha dicho al inicio del artículo, que su aportes ya existían, a pesar de estar invisibilizadas y devaluadas. Ahora bien, es desde el feminismo que han aportado su subjetividad al conocimiento y a la conciencia de transformación social. No obstante lo anterior, siempre ha habido una referencia a las experiencias femeninas, pero –desgraciadamente- sin dejarlas hablar… y es que sus voces resonaban a través del lenguaje masculino…

69pg21El problema ha sido claro y es necesario darle nombre: se ha tratado de una jerarquización de sexos y géneros (el hombre/lo masculino por encima de la mujer/lo femenino), de exclusión (el patriarcado impide no ya el matriarcado sino el respeto a la diferencia), la sobre-especialización (negarse a aceptar los aportes de la mujer en todos los campos), la dicotomización (valoración exclusiva de la teoría y prácticas masculinas), etc.

Y no podía ser de otro modo cuando la mujer ha sido relegada a producir-reproducir la vida de la especie humana, lucha titánica que nos ha situado en el ámbito de la subordinación, la invisibilización y la devaluación.

Y si nos circunscribimos al mundo occidental, qué decir del poder en manos del “hombre blanco del Norte global” que presenta a las mujeres a través de imágenes sensacionalistas (¿es necesario recordar la imagen femenina en la publicidad?), víctimas pasivas sin propuestas ni protagonismo (¿en qué parte del lienzo o de la página de un libro de poemas o del pentagrama aparece un nombre de mujer?). Y ha sido el patriarcado el más interesado en crear conceptos científicos y tecnológicos que mantuvieran a las “ovejas en el redil” como simples ayudantes, buen camino para controlarlas y, al mismo tiempo, continuar desconociéndolas. Durante milenios la mujer ha vivido “fuera del centro”, abocada a la creación de conocimientos, de cultura, de formas de vivir la vida como visionarias periféricas: mujeres con mucha visión pero no visibles.

¿Y cómo hemos llegado a esta situación, se dirá? Podríamos empezar recordando que las características humanas más destacadas en la evolución biológica emergieron del fuerte vínculo que se genera entre hembra y prole; y es que el cuerpo de la mujer es el territorio en el  que se expresa la vida i la iniciación de cada ser a la cultura.

Sin embargo, continuando un poco con la historia de la humanidad, no siempre fue todo tan negativo: las mujeres contaron culturalmente hasta hace aproximadamente cinco mil años. A partir de ese momento se las ha querido ocultar. Y si nos ponemos a hablar de matriarcado, la definición ha sido un opuesto a la de patriarcado, porque aquél no fue jamás un dominio de la mujer sobre el hombre, como se ha intentado sugerir desde la historiografía masculina…, sino una cultura que defendía la igualdad.

Y si nos detenemos por un momento en el concepto de visionarias periféricas, no debemos olvidar la importancia que ha tenido para el método científico más avanzado la subjetividad de las mujeres, ya que ésta incide en las conexiones y “desvelaciones” científicas que han provocado; ahí están los ejemplos de Lynn Margullis en el campo de la microbiología, d´Elisabet Sahtorius en el de la ecología, de Barbara McClintock en el de la genética o de Evelyn Fox Seller en el de la física, la biología y la matemática.

69pg22Y aun el ejemplo de aquéllas que se manifestaron en el ámbito científico y en el más específico de la creatividad, como Natalie Miebach, quien heredó de la madre su tendencia artística y de su padre la científica.

Y qué decir de las aportaciones en la lucha en Chernobyl de Tetyana Tkachenko, en el Medio Oriente de Manar Faraj o de Wangari Maathai en el terreno de la reforestación… O de la recopiladora de danzas africanas de Kathlyn Sullivan, o las investigaciones sobre la cosmovisión feminista de la cultura maya (que han permitido la decostrucción de la opresión sobre la mujer) de Francisca Álvarez, o el trabajo de la reconocida paleontóloga Mary Leakey, invisible tras el trabajo de su marido y parientes…

Y es que las mujeres han creado arte y ciencia y literatura y cultura desde los más pretéritos tiempos. Si nos circunscribimos al mundo occidental, ya en la anciana cultura griega aparecen los nombres de Aristarete, Eirene, Kalypso, Thamyris, Iaia de Cyzikus. Durante la Edad Media, las mujeres religiosas –desde Santa Hilda de Inglaterra hasta Hildegard de Bingen- adquirieron renombre a causa de sus enseñanzas, piedad y poder. En las grandes abadías, compusieron versos, música religiosa, manuscritos iluminados, vestuario sagrado, objetos preciosos para la iglesia y la corte. También las mujeres de la nobleza ganaron fama por sus estudios, adquisiciones, bordados y bellísimas artesanías (ahí está la admirada descripción que hace Guillermo el Conquistador de los tapices de Bayeux). Y aun hay centenares de artistas del mundo antiguo y medieval que siguen siendo desconocidas para el gran público. Incluso los especialistas han revelado ya que algunos de los “anónimos” de la época eran, en realidad, sinónimo de “mujer artista”. Un último recuerdo para aquellas grandes damas que establecieron salones en el París ilustrado y que fueron la base de importantes corrientes filosóficas, políticas y culturales que aun hoy se consideran válidas.

Sí, es cierto que, desde finales del siglo XX podemos hablar de un cambio de situación; sin embargo, todavía queda69pg23 mucho por hacer: si se quiere avanzar en la construcción de otro referente paradigmático que ayude a la humanidad a superar la presente crisis de “sobrevivencia” del planeta hay que entrar en un diálogo entre sujetos sociales donde se explicite claramente el “saber” y el “poder”. Y, sobre todo, hay que dejar que la voz de la mujer salga a la luz y para ello, hay que preguntarle. Y no lo olvidemos: la mujer debe superar de una vez por todas el complejo de inferioridad en que el patriarcado y el hombre la ha situado. Debe perderle el miedo a hablar, a actuar, a definirse, a equivocarse… Exactamente lo mismo que hacen ellos; porque el problema no es que el hombre piense que es superior a la mujer; desgraciadamente, el problema es que muchas mujeres siguen pensando que los hombres son superiores a ellas.

¿Qué hacer? Tener fe en el poder de la metamorfosis que hay que efectuar en los siguientes campos:

  • Una ética del cuidado de la vida
  • Unas economías solidarias y sustentables
  • Unas relaciones sociales, culturales y políticas igualitarias
  • Una ecología que nos resitúe como granos de arena del planeta Tierra
  • Unas ciencias y unas epistemologías que acaben con hegemonismos, dicotomías y jerarquizaciones

Que así sea

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