EL TRABAJO PRODUCTIVO O REPRODUCTIVO, ¿CUÁL ENGRANDECE NUESTRA SOCIEDAD?

Manmen CASTELLANO PAREDES

Economía (en griego Oikos – Nomos) significa, etimológicamente, normar o administrar la casa; a lo cual podríamos añadir: para atender las necesidades familiares. Ya en la traducción por separado de estas dos palabras griegas nos podemos encontrar la ignorancia que a lo largo de los años se ha tenido hacia las mujeres, ya que el término Oikos se traduce por patrimonio, lo cual procede de un antiguo concepto romano y hace referencia a los bienes que los hijos heredaban de sus padres y abuelos, en ningún caso las hijas, ni de las madres o abuelas.

Independientemente de lo que en su origen pudiera significar la palabra economía, parece evidente que en muchos momentos de la historia, la mujer ha sido la principal e indiscutible responsable del cuidado del hogar y de la familia; era en último término la responsable de “administrar la casa”. En este momento, cabría hacernos las siguientes preguntas: ¿le ha otorgado esta responsabilidad el protagonismo económico? ¿Se ha tenido en cuenta a todos los niveles esta función esencial que cubre la mujer? ¿Se valora todo el trabajo que se realiza en nuestra sociedad de la misma manera?

La mujer en la economía

Respondiendo a la primera de las preguntas anteriores, debemos decir un NO rotundo. A lo largo de la historia de la humanidad, las mujeres no han sido protagonistas de esas teorías económicas que han llenado libros y libros, tan sólo basta con mirar cuáles son los nombres que se pronuncian en nuestras universidades cada día, donde se estudian las teorías casi exclusivamente de hombres (Platón, Adam Smith, Karl Marx, Malthus o Engels por citar algunos ejemplos).

La teoría económica a lo largo de los siglos no sólo no ha sido objetiva en lo relativo al género, sino que ha estado repleta de perspectivas parciales y llenas de prejuicios sexuales y especialmente masculinos. Sin embargo, no hay más que estudiar las políticas económicas para ver que tienen un fuerte impacto en el estatus social y económico femenino, al igual que en cualquier parte de la sociedad.

Partiendo de todo ello, y no con la idea de reemplazar los prejuicios masculinos por femeninos, fue a partir de los años 70 cuando se vio la necesidad de ver que el género, como categoría socialmente construida, estaba estrechamente vinculada a los aspectos económicos. En este sentido, son varias las economistas que han surgido a nivel mundial que plantean nuevas tesis económicas, en las que se hable de “Mulier Economicus” y no sólo de “Homo Economicus”, ya que han visto cómo a lo largo de los años seguían persistiendo entre los economistas neoclásicos determinados supuestos sexistas que llevaban a considerar a la mujer como un apéndice del hombre y no como una parte fundamental del desarrollo económico y sobre todo social.

Macroeconomía y microeconomía

Dentro de la economía hay dos sistemas claramente diferenciados, pero que no por ello dejan de afectar al tema que nos ocupa. Tenemos un nivel micro y un nivel macro, en el primer caso hablamos de lo más cercano a las personas, las relaciones que se dan entre las mismas para cubrir sus necesidades más básicas (desde cuando vamos al supermercado a hacer la compra hasta cuando desempeñamos nuestro puesto de trabajo, prestando algún tipo de servicio a los demás). En el segundo de los casos, nos estamos refiriendo al sistema en su totalidad y hemos visto cómo en los últimos tiempos las teorías económicas que habían sido aceptadas mundialmente no sirven para satisfacer las necesidades más básicas de todas las personas que habitamos en este planeta. Dentro de este nivel macro se encuentran temas que en los últimos meses han llenado portadas de periódicos y cabeceras de telediarios: inflación, IPC, paro, mercados financieros, deudas estatales, crisis mundial…; parece que todos estos términos no nos afectan, pero estamos viendo que como fruto de la crisis nuestros derechos sociales se ven recortados, cada día nuestros gobernantes tienen menos dinero para sanidad, educación o servicios sociales y esto, como veremos más adelante, afecta y en gran medida a una parte de nuestra sociedad, y en especial a las mujeres.

Hablando de modelos económicos, muchos de ellos se han centrado en el desarrollo humano, pero ¿han entendido qué significaba este término? En la reciente Encíclica de Benedicto XVI y citando a Pablo VI en la Populorum Progressio se nos recordaba: “Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera.” Se nos insistía en este tema: “La verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo” (Benedicto XVI, Caritas in veritate). Ante estas palabras, y salvando el tratamiento lingüístico del género, me hacía las siguientes preguntas: ¿Podemos hablar de desarrollo humano cuando en el Informe del PNUD del último año se hablaba de que en muchos países la escolarización en primaria no llega al 50% entre la población femenina? ¿Podemos hablar de desarrollo humano cuando en la gran mayoría de los países del mundo las mujeres no llegan a ocupar el 30% de los puestos que tienen capacidad de decisión? ¿Podemos hablar de desarrollo humano cuando a pesar de que en muchos lugares del planeta las mujeres son los miembros de las familias que más ingresos aportan a las mismas y sin embargo en países como el nuestro los ingresos medios son la mitad que los percibidos por el hombre? Con los datos del Informe sobre el Desarrollo Humano del PNUD del 07-08 en la mano, podemos afirmar que no hay un desarrollo humano como tal, ya que no alcanza a toda la humanidad. Las cifras ofrecidas no son más que ejemplos de que hay partes de la sociedad que se quedan fuera de ese desarrollo. Nos hemos centrado en el género, pero podríamos hablar de la infancia, de los discapacitados, de las personas mayores… y de otros muchos sectores que se quedan al margen del camino que ha seguido hasta estos momentos el desarrollo de un mundo globalizado. Quizás sea el momento de plantearnos si un sistema que deja al margen a tantos es el que nos interesa o no empecemos a replantearnos qué mundo queremos.

Trabajo productivo frente a trabajo reproductivo

En el título de este artículo hacíamos referencia a dos tipos de trabajo: el productivo y el reproductivo. Quizás no sea una clasificación del trabajo demasiado extendida, pero cuando hablamos de la economía y del género en la misma hemos visto obligado hacer esta distinción. El motivo fundamental sería dar respuesta a la pregunta que nos hacíamos de si todos los trabajos que se desempeñan en nuestra sociedad están valorados de igual manera. Distinguiremos y profundizaremos a continuación en esa distinción que vemos que hace la economía entre el trabajo que económicamente se tiene en cuenta y que es parte de la producción de un determinado sector, y por otra parte el trabajo reproductivo que forma parte de los procesos cotidianos y que se basa sobre todo en el mantenimiento de la actividad y capacidad productiva de los miembros de la familia. Partiendo sólo de esta definición podemos observar cómo en realidad el trabajo productivo necesita del otro, le es imprescindible.

A finales del pasado año, Alberto Montero, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga, publicaba un artículo en el que trataba este tema en profundidad. Montero analizaba el valor que en nuestro país se da al trabajo doméstico. Según los datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) el trabajo no remunerado en el hogar en nuestro país es desarrollado en su gran mayoría por mujeres, en un 73%; no somos una excepción, según el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD antes mencionado, en todos los países del mundo es la mujer la que más tiempo dedica a estas tareas, siendo en muchos casos infinitamente superior al tiempo dedicado por los hombres. Según los datos recogidos por este profesor, el trabajo no remunerado en el hogar (cuidado de familiares, gestión de la economía doméstica, limpieza, cocina…) equivaldría al 27,4% del Producto Interior Bruto de nuestro país. Estamos hablando de que si se valorara económicamente este trabajo sería la cuarta parte de lo que se produce en el país. Hoy por hoy, las economías nacionales no valoran este trabajo, que sólo en nuestro país supone más de 46.000 millones de horas de trabajo y que en un 73% están desempeñadas por mujeres. ¿No está la economía, y en concreto el modelo actual, ocultando a una parte de nuestra sociedad?

Sin embargo, cuando este modelo entra en crisis, es ese sector “improductivo” de la sociedad, ese que la economía no tiene en cuenta en el cómputo de sus cifras, el que saca a flote los servicios más básicos y necesarios para todos y todas. En los últimos meses hemos podido observar cómo en muchos países la crisis está llevando a considerables recortes presupuestarios, siendo muy significativos los recortes en el gasto público en aspectos tan necesarios como sanidad, educación, servicios sociales… No hay más que acercarse a muchos de nuestros hogares para comprobar quiénes se hacen cargo de manera no remunerada de seguir realizando este trabajo para la sociedad. Si en una familia desaparecen las ayudas para cuidar a la persona mayor con la que conviven, si no hay suficientes plazas de guardería para los pequeños…, son en muchos casos las mujeres las que verán sus horas de trabajo incrementadas. Esta implicación personal de muchas y muchos, ¿no deberíamos considerarla una medida para paliar las consecuencias de la crisis? Sin embargo, por tratarse de un sector no reconocido económicamente, no se encuentra entre las medidas milagrosas que anuncian nuestros responsables políticos.

No quisiera terminar esta reflexión sin dejar por escrito algunas de las consecuencias que ha tenido y sigue teniendo sobre muchas mujeres el hecho de que el trabajo doméstico no remunerado o bien ese trabajo que hemos llamado reproductivo no sea considerado económicamente en nuestra sociedad. Algo que nuestras abuelas ven cada día es cómo a pesar de haber trabajado durante toda su vida no tienen derecho a percibir una pensión, ya que las prestaciones sociales que dan los Estados son fruto del trabajo productivo y no de este trabajo al que tanto tiempo se le ha dedicado a lo largo de la vida. Esto sucede no sólo con las pensiones, sino también con las prestaciones por invalidez, por bajas de enfermedad… En muchos casos, las mujeres han sido dependientes económicamente de sus maridos y no sólo materialmente porque no perciban ingresos o sean inferiores, sino también emocionalmente, ya que muchas de ellas tienen derecho a una pensión si enviudan, mientras otras no. Igualmente, y en relación a lo que comentábamos anteriormente, son realmente estas personas las que sostienen las necesidades más básicas de nuestras sociedades, y es en los momentos de crisis de los modelos económicos que estamos viviendo cuando descubrimos el valor que realmente tiene todo este trabajo que silenciosamente desempeñan.

Aprovecho desde aquí para agradecer a todos los hombres y mujeres que sostienen con su trabajo no reconocido la sociedad de bienestar en la que vivimos, e igualmente para reclamar que todos y todas nos hagamos conscientes de ese trabajo y los compartamos y reconozcamos a lo largo de nuestra vida.

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