DEMOCRACIA Y PLURALISMO

Cristianos por el Socialismo

 Frente a esta injerencia de la jerarquía de la Iglesia católica en temas claramente políticos, este grupo de Cristianos por el Socialismo ha reflexionado y ha expresado así su sentir:

En una democracia moderna el pluralismo es inseparable de la neutralidad religiosa, que es en lo que consiste la laicidad. Se supone que estamos en una sociedad abierta, que es la propia de una democracia pluralista y laica. La sociedad democrática sólo puede ser plural y laica. El pluralismo deriva de la propia condición humana, de la libertad de pensamiento, de conciencia y de cátedra. El pluralismo es el único escenario posible de este modelo de sociedad abierta. En ella se valora la dignidad del Ser Humano, es decir, la que se apoya en la idea kantiana de que la persona no necesita andaderas. La sociedad cerrada se configura por el nacionalismo radical, el fundamentalismo religioso o político, además de la rigidez de los planteamientos apoyados por una autoridad de carácter religioso.

Lo que diferencia una sociedad abierta de una cerrada, consiste en la tolerancia de sus planteamientos. Una, expresa su visión del mundo y sus valores, y tiene firme convicción en su verdad, pero no desea imponeda. En la otra, pretenden que su visión del mundo sea el núcleo de la razón pública, es decir, cuando el pluralismo es imposible, cuando intentan que su ética privada, su idea de la virtud, de la felicidad o del bien, se convierta en la ética pública de la sociedad.

(Peces Barba, G., “Pluralismo y laicidad en la democracia”, El País, 27 de noviembre de 2001).

Aliado del pluralismo hay que ver la concepción laica del Estado. Se trata de reconocer la autonomía de la política y de la ética pública, frente a las pretensiones de las iglesias de dar legitimidad social al poder político. La luz, la verdad, toda proviene de Cristo a través de su Iglesia, dicen ellos. Y vincula su particular visión de la verdad, del bien, de la virtud o de la salvación a las instituciones del Estado, como pueden ser la enseñanza, el matrimonio, la economía, etc. Se trata de defender la neutralidad del Estado, su carencia de opiniones religiosas, frente a la concepción teológica de la política. Por una parte, el Estado es a-confesional y se rige por un sistema democrático. No tiene ninguna religión oficial. No confiesa ningún credo religioso. Y la Iglesia, que no es democrática sino jerárquica, tiene que mantener relaciones sociales y políticas con el Estado. Y este es el conflicto: parece que la jerarquía de la Iglesia aún no ha aprendido a mantener unas relaciones de igual a igual con el Estado. Pretende que le esté sometido en criterios políticos y morales. La Iglesia no puede imponer al Estado su particular concepción del matrimonio, de la homosexualidad y de las parejas de homosexuales, del divorcio, del aborto, de la enseñanza, de la economía, de la ciencia, etc. (¿Es tolerable que el Estado pague a los profesores de religión y sean los obispos los que decidan quienes son los aptos para impartirlas?). Son temas que pertenecen al ámbito político: el Estado legisla sobre ellos sin depender de criterios de la moral católica. El Estado legisla al margen de la Iglesia, como figura independiente de las doctrinas religiosas. Por otra parte, es difícil compaginar la falta de democracia interna en la Iglesia con una defensa externa de sus valores. La Iglesia no tiene autoridad para imponer nada al Estado.

El Estado laico es el que defiende la independencia de la sociedad de toda influencia eclesiástica o religiosa.

No es la Iglesia superior al Estado, no es lo espiritual superior a lo material. Ni los criterios y valores de la Iglesia superiores a los conceptos de democracia, participación, representación, sufragio o soberanía, propios de la doctrina política. No es la Iglesia la que es incompatible con la democracia, sino unas instituciones jurídicas y económicas que pretenden ejercer en una sociedad plural y laica el monopolio de la verdad.

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