¿DE AQUÍ PUEDE SALIR ALGO BUENO?

 Evaristo  VILLAR

 1 En el siglo I dC. Nazaret era un pueblo judío que se alzaba, lejos de las vías comerciales, sobre la zona montañosa de Galilea meridional. Política y económicamente el poblado era de tan escasa relevancia que nunca aparece mencionado en las fuentes antiguas (Antiguo Testamento, Josefo, Talmud). En tiempos de Jesús, los habitantes, dedicados generalmente a la agricultura (se estiman entre los 50 y los 2000), vivían en cuevas naturales o excavadas en piedra de cal1 (Theisen, 192).

En este escenario modesto y sin relieve, alejado de los centros de poder, donde habitualmente no ocurre nunca nada ni tampoco se espera nada relevante, emplaza el evangelista Juan la invitación que hace Felipe a Natanael para conocer a Jesús: “Hemos encontrado al que describen Moisés en la ley y los profetas: Jesús, hijo de José, natural de Nazaret”, le dice Felipe. Con incredulidad y sin disimular una cierta ironía se pregunta en voz alta Natanael: “¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?”. Los dos se entrecruzan una mirada fugaz mientras Felipe, sin disimular una cierta satisfacción, le dice a Natanael: “Ven y verás” (Jn 1,45-46). Y Natanael, superando la resistencia inicial, descubre que de Nazaret había salido Jesús.

2 La situación actual, más que modesta como la de Nazaret, digamos que es compleja, tensa. La crisis, inicialmente económico-financiera, está desatando los viejos demonios de división entre los humanos: de una parte, y antes de ninguna otra consideración, están los nativos, nacionales y conciudadanos, y, de otra, los diferentes, los otros, los más alejados, quienes no forman parte de nuestra identidad primera. Y lo que esta dinámica revela aparece muy claramente: bajo el manto ajado de la economía es la humanidad la que se está resquebrajando.

Lo decía enfáticamente Leonardo Boff:”No son pocos quienes sostienen la tesis de que estamos en un momento dramático de descomposición de los lazos sociales”2. Se está enfrentando una doble lógica, la del individualismo sectario de quienes defienden el mayor lucro posible para mí y para los míos y la de quienes apuestan por la convivencia social, los bienes comunes y los derechos radicales que nos afectan a todo ser humano y hasta la misma tierra. Y, contrariamente al buen sentido, es la primera lógica la que se está imponiendo sobre la segunda en estos momentos de ofuscación e incertidumbre. La pasión enfermiza por la acumulación y la usura se impone abiertamente sobre la política, los mercados insaciables sobre la debilidad de los Estados, la especulación financiera sobre la producción económica, la banca sobre las necesidades de la ciudadanía.

En definitiva, los intereses locales nacionales, privados, priman sobre intereses comunes. La imagen orwelliana del gran hermano, que hoy encarnan las Agencias de rating y calificación de riesgo y en el gran mito de los mercados, va sacrificando poco a poco el estado de bienestar de todos sobre el altar de los intereses particulares de unos pocos. Y estamos asistiendo impasiblemente a la privatización de los bienes y servicios comunes sin que nadie nos haya asegurado previamente que, privados –además más caros–, van a ser más eficaces.

¿No es esta la consecuencia lógica de una era globalizadora en la que hemos animado a nuestros jóvenes a maximizar el interés, el provecho propio y a buscar el beneficio a corto plazo sin preocuparse especialmente de la ética? El afán que se ha puesto en que “el gato cace ratones, sea del color que sea”, no se está evidenciando como el mejor aliado de la cordura y el altruismo.

No voy a seguir reproduciendo lo que ya se ha dicho en páginas anteriores. Como cristiano, me interesa mucho una referencia, aunque breve, a esa situación por la que está atravesando la Iglesia, nuestra Iglesia que se confiesa heredera del mensaje de Jesús. También ella está atravesando una situación crítica en la que parece urgente preguntarse con Natanael, ¿de aquí puede salir algo bueno?

El filósofo Paolo Flores d’Arcais quiere ver en un gesto aparentemente rutinario un paradigma de lo que está siendo y se quiere desde la jerarquía vaticana que sea la Iglesia actual. D’Arcais considera el traslado del cardenal Angelo Scola (estrechamente vinculado a la conservadora revista Communio, a los carismáticos y al movimiento Comunión y Liberación) desde el patriarcado de Venecia al arzobispado de Milán (que protocolariamente supone un rebajamiento en el ranking eclesiástico) cargado de intencionalidad: de una parte, el papa Ratzinger con este traslado trata de presentar a Scola ante los potenciales electores futuros como su legítimo heredero (una especie de investidura a la vieja usanza), y, de otra, fortalecer en la Iglesia los movimientos más integristas –carismáticos, catecumenales, Comunión y Liberación, etc.– justamente en Milán donde aún aletea el espíritu conciliar del cardenal Martini. Más al fondo, apunta de nuevo el secreto objetivo, perseguido en diciembre de 2006 en el malogrado discurso de Ratisbona, de crear con los monoteísmos más integristas judío e islámico una Santa Alianza contra la modernidad secular y atea. Una modernidad que, según la mentalidad de Benedicto XVI (a veces habla, como en España, de “laicismo agresivo”), está paganizando la vida y sumiendo en el relativismo cultural y el vacío espiritual a la sociedad y cultura occidentales. En definitiva, un intento de ignorar los logros más cálidamente humanos de la modernidad y del momento presente, recogidos en las distintas generaciones de los Derechos Humanos, y una vuelta a los cuarteles del invierno prevaticano y premoderno.

En esta vuelta nostálgica a los viejos tiempos, tampoco la jerarquía de las Iglesia española le va a la zaga. En las últimas décadas no ha dejado de dar señales de su particular deriva nacionalcatólica. No en vano la “transición religiosa” se sigue considerando una de las asignaturas pendientes de la transición democrática en España. Algunos gestos habituales y otros de última hora confirman suficientemente esta impresión: su posicionamiento moral frente a leyes aprobadas en Parlamento (matrimonio homosexual, educación para la ciudadanía, aborto, muerte digna, etc.); manifestaciones en las calles donde se defiende abiertamente un modelo único de familia, la presencia de la religión católica en la escuela concertada y pública, la subvención estatal de la misma Iglesia. En este contexto, los reiterados viajes de Benedicto XVI, costeados con fondos públicos, no ocultan el intento de recatolizar, desde España bien pertrechada, la secularizada sociedad europea y latinoamericana. ¿Cómo olvidar el malestar social creado por el mantenimiento de unos medios de comunicación sectarios y oscurantistas (Cope, tv13), mientras se ignora oficialmente la voz de la disidencia y se guarda silencio ante la crisis, la corrupción política y las leyes de acoso a los inmigrantes? Se suma en estos días la inquietud general provocada por la complicidad de algunos jueces con la jerarquía católica para asignar arbitrariamente propiedades que son comunes como templos, casas parroquiales, parcelas, etc. El apoyo de estas prácticas impopulares en la Constitución o en los Acuerdos firmados con la Santa Sede 1979, además de políticamente inconstitucional, no es un buen paso para armonizar democráticamente la colaboración necesaria de la Iglesia católica con un Estado laico.

Y mientras todo esto ocurre, una jerarquía con los ojos vendados parece incapaz de ver la preocupante sangría que supone el abandono de la Iglesia singularmente entre los jóvenes. Según el Instituto de la Juventud, en los diez últimos años se ha reducido del 30 al 10% el número de los que se consideran practicantes3. Por su parte, Metroscopia (julio 2011), presenta el preocupante dato de que la confianza que inspiran los obispos en la ciudadanía es la más baja entre todas las instituciones del país4. En este panorama, la jerarquía católica aparece como un verdadero problema que lleva a muchos católicos a preguntarse con Natanael, ¿de aquí puede salir algo bueno?

3Tengo para mí que la espesura del bosque frecuentemente nos impide ver la luz. Pues ninguna realidad es tan plana como para agotar toda su capacidad de promesa, ni hemos llegado al final de la historia como para pensar que todo estaba ya predeterminado. Sin necesidad de retroceder a la Fenomenología de espíritu, de Hegel, o al Manifiesto comunista, de Marx, la experiencia nos asegura que siempre hay un proceso dialéctico en la historia y una capacidad de alternativa en la realidad. Ignorarlo nos empobrece y la fijación suele ser atributo de espíritus simples, temerosos o interesados. Ni Jesús de Nazaret, ni Pablo de Tarso fueron tan simples ni estaban sometidos a intereses particulares como para llegar a creerse que el futuro del ser humano (hasta su misma salvación) pueda depender exclusivamente de una ley, o de unas prácticas ya selladas en el pasado. Como la vida misma, todo en la naturaleza y en la historia, todo lo que afecta al cosmos y al ser humano está sometido a un proceso no siempre previsible (principio de incertidumbre de Heisemberg), aunque siempre objeto de cuestionamiento y de búsqueda. Desde estos presupuestos, intento penetrar telegráficamente en los dos escenarios siguientes.

1º En el plano meramente sociopolítico participo de la idea de estar llegando a un punto de no retorno. El panorama que ofrece la actual situación, por encima de su desorientación y dramatismo, está apuntando a otra realidad que, aunque incierta, está ya emergiendo. Es el principio de una nueva era que se solapa con el final de la antigua, donde la globalización imperfecta lo ha desequilibrado casi todo: la economía se impone sobre la articulación social y la política administrativa, se agrandan las desigualdades entre las minorías más enriquecidas y las mayorías empobrecidas y, lo que es también muy grave, se debilitan y vuelven inservibles las actuales mediaciones democráticas.

 Es el final de una era iniciada ya en los 60 del pasado siglo cuando la dialéctica generacional (jóvenes-mayores) logró imponerse sobre la lucha de clases (trabajo-capital) de la posguerra. “Lo que es bueno para mí -el eje vertebrador de toda la acción sociopolítica de esta era en grave crisis- no pretendo que lo sea también para los demás”. Esta mentalidad neoliberal se ha ido imponiendo sobre aquel otro discurso que constituyó el imperativo ético de la era socialdemócrata anterior: “lo que es bueno para todos es bueno para mi”5. Sobre este discurso social se fue creando el estado de bienestar que el individualismo neoliberal se ha empeñado en destruir.

Es quizás demasiado pronto para ver hacia dónde nos van a llevar las revoluciones no violentas de esta primera década del tercer milenio (Norte de África y 15 M). De lo que sí estamos seguros es que no cabe vuelta atrás, los pobres no pueden seguir esperando. “Nos estamos enfrentando a este dilema: o dejamos que las cosas sigan así como están y entonces nos hundiremos en una crisis terminal o nos empeñamos en la gestación de una nueva vida social que sostendrá otro tipo de civilización.”6 Y yo tengo la convicción de que, al final, se irá imponiendo la cordura y será posible la esperanza.

2º Desde el punto religioso-eclesiástico todo sería más simple si tuviéramos la elegancia de no responsabilizar a Dios de las obras que son meramente humanas. En toda la historia religiosa, las construcciones humano-religiosas que pretenden ser obra de Dios, como el templo de Jerusalén, acaban viniéndose abajo. No queda “piedra sobre piedra”. Lo que sí permanece siempre es ese filón que religa a la divinidad y que se encarna en un pequeño resto, como los profetas en Israel, los disidentes, protestantes y hasta los herejes de la gran institución.

Es verdad que hoy día, en paralelo a la secularización galopante, persiste un nuevo rebrote religioso. Se equivocó la modernidad al anunciar que la religión, con las nuevas luces, había muerto definitivamente. La vuelta de la religión, aun de forma imprevisible, siempre aparece. Y esta última vuelta en la era posmoderna se ha interpretado como una “revancha de Dios”. Pero yo estoy seguro que no es esa vuelta intimista y fundamentalista la que hoy estamos necesitando. Estoy convencido de que la intuición de Jesús, libre del marco de toda religión convencional y a pesar de la forma actual de la Iglesia, tiene mucho que aportar al proceso mundano. Desde la inspiración de Jesús, el cristianismo tiene la posibilidad ética de proclamar que “el Reino de Dios ya está aquí” y que esta presencia es una “buena noticia” para el mundo.

La superación de la cristiandad y del nacionalcatolicismo ya se está dando en nuestros días. Va asociada, como el fermento en la masa, a las grandes causas que militan por un ser humano más justo e igualitario, más cuidadoso de su entorno y capaz de asumir como una riqueza la diferencia y la interculturalidad. Y va también por la presencia simbólico-profética de colectivos abiertos que apuestan firmemente por la comunidad compartida de bienes y servicios. Más que ninguna otra burocratización institucional, es este uno de los signos que ya se están dando en este mundo aparentemente tan plano y desorientado. ¿De aquí puede salir algo bueno? Pues sí. Ya está en marcha.   .


1 comentario

  1. me gusto

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