Colaboración: En nuestras relaciones humanas

                                                                                                      Pedro Zabala

Otra colaboración de nuestro habitual

Somos seres sociales. No podemos vivir ni desarrollarnos como personas, sino en relación con otros humanos. Pero muchas veces, dadas nuestras torpezas y egoísmos, convertimos esas relaciones en fuentes de conflictos y disgustos. Con su pesimismo radical Sartre afirmaba que el infierno son los otros. Claro que todos, por propia experiencia, sabemos que también pueden ser el cielo. ¿De qué depende la alternativa? Fundamentalmente de nosotros mismos, de la actitud con que las encaremos.

Eso me recuerda la leyenda oriental de un viajero que bajaba de un pueblo de la montaña y se encaminaba a otro en el llano. En el camino se encontró con un monje al que le preguntó cómo eran los habitantes del pueblo al que iba a visitar. El monje le respondió con otra pregunta, inquiriéndole como eran los del pueblo de la montaña que había dejado atrás. Son gente desconfiada, hosca y avariciosa, respondió el viajero. Entonces, el monje le aseguró que los del llano eran iguales. Vino otro viajero que hacía el mismo recorrido e hizo al monje la misma pregunta, obteniendo la misma respuesta inquisitiva. Pero la respuesta del segundo viajero fue distinta. Para él, los habitantes del pueblo montañés eran muy agradables, hospitalarios y simpáticos. Entonces, el monje le indicó que los del otro pueblo eran iguales. Un discípulo que acompañaba al monje y había escuchado ambas conversaciones, extrañado le preguntó por qué había respondido igual a ambos. El maestro se lo aclaró, enseñándole que cada uno encuentra en la vida lo que lleva consigo.

Podemos tratar a los demás desde una posición de superioridad. La INDIFERENCIA arrogante hacia ellos y sus problemas es la actitud con la que bastantes tratan a sus prójimos. La raíz de la misma es el desprecio. Todo lo más, cuando piensan que pueden necesitarlos para sus propios medros, parecen abajarse de su pedestal y cínicamente los manipulan como meros instrumentos de su ego.

Están también quienes, creyéndose superiores a los otros, pasan su vida en UNA CRÍTICA CON HIEL hacia ellos. Unas veces a sus espaldas y otras a la cara. No se dan cuenta que, con frecuencia, incurren en una proyección: son sus propios defectos, para los que son ciegos. Los que encuentran en sus prójimos. Ellos se revisten de bondad y se auto convierten en tuteadores de la moral común. La máxima evangélica de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio tiene aquí su aplicación.

No faltan los que son capaces de CRITICAR CON TERNURA. Se acercan al prójimo y le advierten de los fallos en que ha incurrido. Lo hacen sabiéndose ellos mismos frágiles. Y, por eso, no dudan en pedir ser corregidos, si incurren en los mismos o distintos errores.

Queda un último grupo, los que se NIEGAN A JUZGAR a nadie e intentan, por el contrario,  buscan las virtudes y aciertos de los otros para aplaudirlos y tratar de imitarlos. Parten del convencimiento de que únicamente conociendo a fondo la biografía de otra persona, podremos entender sus actitudes y hechos. Son conscientes de que hay que haber calzado sus zapatos y recorrido sus caminos para entenderlos.

La pregunta surge sola: ¿En cuál de estos grupos me encuadro? O ¿a lo largo de las etapas de mi vida, he pasado de uno a otro? O en la misma etapa ¿puedo incurrir en uno u otro, según como me caigan las personas con las que me cruzo?, ¿disculpo y comprendo a los que considero míos y, en cambio, a los ajenos los desprecio o juzgo?

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