6 noviembre de 1965 un día para recordar: El Pacto de las Catacumbas

6 noviembre de 1965 un día para recordar: El Pacto de las Catacumbas

 

Un grupo de obispos durante el Concilio Vaticano II, en 1965, reunidos en la catacumba de Santa Domitila, suscribieron el Pacto de las Catacumbas, con el liderazgo de Dom Hélder Câmara, en un intento valeroso de tratar de reflejar mejor la Iglesia de Jesús, comunidad de los creyentes.

El 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, cerca de 40 padres conciliares celebraron una eucaristía en las catacumbas de santa Domitila. Pidieron “ser fieles al espíritu de Jesús”, y al terminar la celebración firmaron lo que llamaron “el pacto de las catacumbas”. (http://documentos.iglesia.cl/conf/documentos_sini.ficha.php?mod=documentos_sini&id=4149&sw_volver=yes&descripcion)

Querían tener una celebración discreta lejos de la prensa, con algunos obispos (originalmente se suponía que sólo 20), para evitar su gesto de sencillez y compromiso de ser interpretado como una “lección” a los otros obispos. Tanto es así que la primera noticia de la celebración sólo apareció en una nota de Henri Fesquet en el diario Le Monde , más de tres semanas más tarde, en la clausura del Consejo el 8 de diciembre de 1965, bajo el título “Un groupe d ‘ évêquês anónimas s’engage à donner le témoignage extérieur d’une vie de stricte pauvreté “(” A los obispos de grupo og anónimos se comprometen a dar testimonio externo a una vida de pobreza estricta “- Henri Fesquet, en Journal du ConcileForcalquier.: Robert Morel Editeur, 1966, pp 1110-1113). La noticia no mencionó nombres.

Las catacumbas eran los lugares de encuentro clandestino de los cristianos perseguidos por el imperio romano al propugnar un estilo de vida diferente, subvirtiendo el orden establecido. Allí celebraban en comunidad y se fortalecían en su compromiso fraternal, de ayudarse, compartir sus bienes, predicar la justicia y mostrar un modelo de sociedad donde “ninguno padecía necesidad”. (Hech. 4,34). Y eso era motivo de persecución y martirio en los circos de Roma, en los primeros años del cristianismo. Las Catacumbas fueron el lugar de las comunidades cristianas para enfrentar al Imperio.
En una de esas catacumbas, la de Santa Domitila, 42 obispos de diversos países el 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de clausurarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, concelebraron la misa y firmaron el Pacto de las Catacumbas.

Decían en ese documento:
1 – Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que concierne a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Mt. 5,3; 6,33-34; 8,20.
10 – Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Hech. 2, 44-45; 4,32-35; 5,4; 2 Cor. 8 y 9; 1 Tim. 5,16.
Éstas son dos de las 13 cláusulas que integran el Pacto de Las Catacumbas. Se trataba de un compromiso asumido personal y colectivamente de vivir la pobreza, de mostrar el rostro de una Iglesia servidora y pobre, y de trabajar para “la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de la miseria.”(11,b).

A este documento adhirieron después otros quinientos obispos de los 2.500 participantes del Concilio.
Empezando por casa, como quien dice, en el Pacto de las Catacumbas la mayor parte de las cláusulas expresaban la decisión de los obispos por un modo de vida en la pobreza, “para ser fieles al espíritu de Jesús”, acompañando a “los trabajadores y económicamente débiles”.

Lo primero era un testimonio hacia el interior de la Iglesia (“ni oro ni plata, no posesión de bienes muebles e inmuebles, ni cuentas en los bancos, eliminación de títulos de poder, como Eminencia, Excelencia…”). Un ejemplo importante para ser más eficaces en su misión. Un paso imprescindible para contribuir a modificar las realidades sociales exigiendo a los gobiernos las medidas “necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico de todo el hombre y de todos los hombres”. Propugnaban además “el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios”. (http://www.lmcordoba.com.ar/nota/135421_el-obispo-angelelli-y-el-pacto-de-las-catacumbas)

Texto del Pacto de las Catacumbas

Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:

1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.

2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.

3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.

4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.

5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.

6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).

7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.

8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.

9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de “beneficencia” en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.

10) Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.

11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos a:
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.

12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:

-nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.

13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.

Que Dios nos ayude a ser fieles.

Luigi Bettazzi (unico obispo vivo, de los que firmaron el Pacto de las Catacumbas)

Mons: Marcos Gregorio McGrath (Obispo de Santiago de Veraguas, firmante del Pacto de las Catacumbas)

 

Javier Martínez Andrade

 

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