¿SIMPLES TERRíCOLAS, O CIUDADANOS DEL MUNDO?

Fernando Elena 

Secretario de la Red de Ciudadana/os del Mundo

www. recim.org

 

            Merkel, la canciller alemana, en una alocución ante el Foro Económico Mundial, ha pedido un “marco político para la globalización” y ha adelantado que como presidenta de turno del G-8, invitará a la próxima reunión de este grupo a China, India, Brasil, Méjico y Sudáfrica, todos ellos países emergentes que además suman una buena parte de la población mundial.

            ¿Y qué tiene que ver esta noticia con los ciudadanos del mundo?  La relación no es evidente y nos obliga a un razonamiento, por lo demás no complicado.

 Todos los seres humanos que habitamos este planeta somos terrícolas, es decir, naturales de la Tierra. Todos, además, somos ciudadanos de una determinada entidad local – un pueblo, una ciudad, una gran urbe – en cuyo censo estamos inscritos como tales, y, también todos, somos ciudadanos de un país, de una nación, en cuyo registro civil aparecemos como nacionales de él.

 En esos dos niveles, cuando tienen un funcionamiento democrático, se celebran elecciones periódicas  en las que pueden participar todos los habitantes del respectivo territorio para elegir a unos representantes que después van a aprobar por mayoría las normas que todos deberemos obedecer, para resolver los problemas del municipio o de la nación.

Pero hay problemas que afectan al conjunto de la Humanidad. En un “mundo globalizado”, el mantenimiento de la paz, el acceso de todos a los Derechos Humanos, la no proliferación nuclear, el calentamiento global, las desigualdades en el aprovechamiento de los recursos naturales, los proteccionismos económicos, o la emigración, son claros ejemplos de problemas que no se pueden resolver por las naciones-estado actuando aisladamente. Los problemas saltan las fronteras, cuando no son precisamente las fronteras la causa principal de los problemas.  

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La solución que intentaron darlos – allá por la postguerra mundial – fue a través de la ONU, una organización a la que debían incorporarse todas las naciones del mundo, como en la práctica ha ocurrido ya. Pero la democracia que se ejerce en su Asamblea General, que es donde se tratan  esos problemas, se manifiesta con los votos de las naciones-estado, y concediendo a cada una de ellas un voto igual, cualquiera que sea su tamaño. Allí el voto de la China tiene  exactamente el mismo valor que el de Tuvalu, una isla del Pacífico que cuenta con 10.927 habitantes…

Probablemente por ello, a lo largo de su vida, la ONU ha demostrado repetidamente su ineficacia para resolver los problemas del mundo. Por ello defendemos una ciudadanía mundial. La que tendríamos exclusivamente por nuestra condición de terrícolas, con el derecho a elegir como personas físicas en pie de absoluta igualdad, nuestros representantes en una Asamblea General verdaderamente democrática. No se trata de suprimir las naciones, como estas no suprimen a las entidades locales. Sólo de crear un nuevo órgano más eficaz con competencias claras y  poderes bien definidos a nivel supraestatal.

A eso nos dedicamos en el Registro de Ciudadanos del Mundo. Censando a los que son conscientes de la situación, empujamos una evolución que creemos natural, para que todos los habitantes de la tierra se conviertan en ciudadanos y comiencen a exigir su derecho de voto individual. Cuando la lista cuente con millones de inscritos, la ONU tendrá necesariamente que tenernos en cuenta y modificar su Asamblea General.

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Merkel, a la que muy probablemente la ciudadanía mundial le parece todavía una utopía, se aproxima  por otra vía a una pseudo democracia globalizada. Pues las naciones del G-8 mas sus invitados constituirán probablemente más de la mitad de la población del mundo… Como una solución menos injusta, vale, pero no es la buena. Invitamos a los lectores a unirse a nosotros, pidiendo de verdad un voto para cada habitante de este planeta.

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